Evita se ha transformado en un ícono mundial de la solidaridad social. Una solidaridad que rompe los moldes de la ayuda social y que la impronta revolucionaria del peronismo transforma en la fuerza motriz de una autodeterminación popular, enfrentando la mirada egocéntrica e individualista del liberalismo.

No somos un individuo aislado en una probeta, somos individuos en tránsito hacia algo mayor. Somos una fuerza que se abre hacia el otro, existimos como individuos en función social, es decir somos en Comunidad o no somos.

El legado de Evita es la esperanza de poner en marcha esa Comunidad. El rol fundamental de la mujer asignada por la lucha de Evita es transformarla en el centro espiritual de la familia, pero no una familia como refugio último de una sociedad traumatizada por la lucha del hombre como lobo de otro hombre, sino una familia como punto de partida hacia integraciones sociales mayores que podrán hacer posible el sueño de una Comunidad Organizada, en paso hacia el continentalismo y la universalización.

Las instituciones promovidas por Eva Perón cómo la Fundación de Ayuda Social y el Partido Peronista Femenino no fueron víctimas de la mutación liberal que burocratizó al resto del movimiento generando el Pejotismo y la Vandorización de las organizaciones gremiales. No pudieron amoldarse y desaparecieron. Por algo fué.

El sentido de la solidaridad de las organizaciones revolucionarias de Evita mantienen hoy la esperanza de ser reconstruidas en una época nueva, que deje atrás las cristalizadas estructuras de las democracias burguesas.

El abrazo de amor de la solidaridad peronista personificada en Evita debe ser proyectada en términos de una nueva construcción, que genere una dinámica institucional que entierre para siempre el egoísmo individualista del demoliberalismo.

Ella vivirá siempre en esa esperanza de liberación de su pueblo.