El gobierno peronista asistía a tal situación sin poder recuperar la iniciativa política. El 16 de junio se produjo una cruenta intentona golpista que arrojaría centenares de víctimas, tras un criminal bombardeo aéreo a Plaza de Mayo. La sublevación fue aplastada, pero puso de manifiesto la saña con que actuaban los opositores. Perón evitó ser drásticamente severo con los rebeldes, pero la quema de las iglesias no contribuyó a atemperar las pasiones. El humo de los templos ardiendo pareció tapar los centenares cadáveres de las víctimas inocentes del bombardeo.
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El bombardeo a Plaza de Mayo. La hora de los hornos. Grupo de cine liberación |
Aun intentaría Perón una conciliación y un cambio en la dirigencia partidaria, que permitiera afrontar eficazmente la situación. Fue inútil: la conspiración ya estaba en marcha y el 31 de agosto, un discurso excepcionalmente duro de Perón ponía en evidencia que el acuerdo ya no era posible.
El 16 de septiembre estalló el golpe oligárquico. El general Lonardi se hizo fuerte en Córdoba, se produjeron alzamientos en varios puntos del país y se sublevó la Marina.
La situación militar de los rebeldes no era, ni con mucho, favorable y el gobierno parecía contar con fuerzas suficientes como para reprimir. Pero no con la plena decisión de hacerlo: Perón desistió de provocar un enfrentamiento que costara efusión de sangre.
El 23 de septiembre de 1955, mientras "la oligarquía celebra alborozada en los salones de sus mansiones y se brinda con champán en los directorios de empresas, en la Sociedad Rural y en la bolsa de Comercio, la pequeña burguesía corre emocionada a la Plaza de Mayo para festejar, agitando banderitas, un triunfo ajeno..." (5). Al mismo tiempo, Lonardi jura como presidente provisional. La "Libertadora" ha triunfado.
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