Todo lo que Evita dejo a los pobres lo robaron. Con cuanto ella dejó, se hizo una Fundación cuyo administrador era Nicoletti y un muchacho, Barbeli, el administrador adjunto.
Era un capital bastante interesante, con una colección magnifica de joyas. Tenía entre otras cosas un collar de diamantes y otro con rubíes. Eso se lo regalaron aquí en España: no sé si fue un francés o un español. Todo cuanto ella dejó eran regalos. Las joyas estuvieron depositadas en la Comisión del Monumento, en una vitrina. El inventario de todo lo hizo Richardi y, como allí no tenían caja de cierre, lo pusieron en exposición.
Después fue depositado en una caja fuerte que tenía yo en Teodoro García guardado en tres cofres grandes. Cuando se produjo la revolución, el gobierno mandó llevar sopletes; rompieron la caja fuerte, sacaron todos los cofres y empezaron a robar todo.
El cadáver de Evita permaneció en la Confederación de Trabajo hasta la revolución, en que profanaron el sepulcro y robaron el cádaver. Fueron unos militares con un tanque, echaron abajo la estatua de Evita que estaba en la Confederación, forzaron la entrada, entre varios jefes y oficiales: uno de ellos era Morí Koening, jefe del Servicio de Información del Ejército.
Todos eran bandidos. También los curas participaron en la profanación. Me han venido a mí unos muchachos que los curas están diciendo que ellos salvaron el cadáver. Mentira.
Ellos profanaron lo mismo que los otros, porque si yo entro en una tumba de uniforme militar o de uniforme de cura, estoy profanando una tumba. Esta gente no dejó un solo delito de conciencia por cometer; hasta la profanación