Lic. Pablo Adrián Vázquez
Tanto para la sociedad argentina actual como para las extranjeras el Peronismo es uno, sino el único, movimiento político identificable con la República Argentina. Ya sea por el impacto de las figuras del Presidente Juan Perón y, especialmente, de su esposa Eva Duarte o por su desarrollo político de transformación nacional en los años ‘40 y ‘50, tiene para el común de las personas el valor de lo identificable y reconocible.
Quizás por la labor en materia de comunicación escrita y gráfica
y el surgimiento de simbología original o resignificación de
elementos existentes elevaron al Peronismo en dicho reconocimiento, lo cual
lleva a buscar los modos y formas de dichas acciones.
Se puede intuir que el surgimiento y desarrollo del Peronismo planteó
un elaborado conjunto de técnicas políticas de comunicación
y propaganda que manifestaron un fuerte anclaje en la modernidad, conjugando
elementos tradicionales con significantes de la modernidad.
La conjunción de técnicas publicitarias más una ideología
política superadora del liberalismo dieron el perfil de la propaganda.
Los slogans, la repetición de consignas, las imágenes atrayentes,
la información que exalta la adhesión, sumada a la simbología
política, la recuperación mítica de un pasado equiparable
al proyecto político desarrollado en ese momento, las marchas, las
doctrinas que buscan mejorar la calidad de vida sumando un destino manifiesto
impusieron su tónica en el Siglo XX.
Tanto en el régimen soviético, como en la Italia fascista o
en el III Reich se dio plenamente el uso de la propaganda. Para Lenin fue
vital el tema de agitación y propaganda (agitprop), generando la oficina
de Agitación y Propaganda del Partido Comunista de la URSS; como para
Hitler, que en “Mi Lucha” dedicó un capítulo al
tema y cuando asumió como Canciller creó el Ministerio de Propaganda.
También en sistemas liberales de Werfare State en la Europa de los
’30 – y luego en la posguerra - o en el estilo keynesiano del
New Deal en los EE. UU.
En Iberoamérica tanto con Vargas en Brasil o con Lázaro Cárdenas
de México – desde el Estado – o con Haya de la Torre en
el Partido Aprista Peruano – en la búsqueda de conquistar el
poder - se implementó con éxito la propaganda con igual sentido
que en Europa, pero dotándola de componentes de la cultura local.
Pero en Argentina quien se destacó en este aspecto fue el movimiento
impulsado por Juan Perón. La sumatoria de elementos cognitivos y experiencias
de su época formaron el aspecto de la praxis de Perón como impulsor
de una transformación política única en nuestra historia.
El aditamento de dichos conocimientos más un realismo político
como forma de ejecución de su diseño político posibilitó
a Perón maniobrar en las distintas etapas de sus primeros gobiernos.
La situación nacional se replanteo por “la irrupción de
vastos sectores sociales (…) acompañando el incipiente desarrollo
industrial, la migración interna, la crisis de representación
política y la situación internacional producto de la II Guerra
Mundial, buscaron superar viejos moldes instituidos, reclamando mayor participación
política y social. Ellos encontraron en el peronismo su vehículo
de referencia político y pertenencia cultural única en la historia
nativa y de características propias que lo distinguieron – y
aún distinguen - de otros movimientos políticos nacionales y
del exterior. En tal sentido “el ejercicio del poder durante el primer
peronismo deparó un sinnúmero de marchas y contramarchas en
lo atinente a su consolidación como fuerza política consustanciada
con el liderazgo de Juan Perón y a su doctrina debido a lo heterogéneo
de su origen y procedencia primaria. En los primeros años del gobierno
peronista, a pesar de las contradicciones reinantes, su senda deparó
éxitos económicos y sociales vitales para el pueblo que potenció
la consolidación de su dominio político en la escena nacional.
Ello se instrumentó a través de reforzar la dominación
política con el acompañamiento, en el orden estatal, de las
administraciones provinciales y locales junto a la administración nacional
y, en lo político - partidario, de todas las fuerzas adherentes al
proyecto que encarnó Perón”.
Es así como de proyectó un gobierno bajo los lineamientos de
la planificación del Consejo Nacional de Posguerra – enmarcada
en el I Plan Quinquenal y el inconcluso II Plan Quinquenal – donde se
produjo un Capitalismo social de estado dando lugar a una serie de estatizaciones
y nacionalizaciones de los servicios públicos y la riqueza de la Nación
que estaban en manos extranjeras, con una centralización de las decisiones
políticas y una efectiva distribución de la riqueza en manos
de los trabajadores, los cuales fueron el eje del desarrollo del modelo justicialista.
A eso se le adjunta el estilo de conducción de Juan Perón equilibrando
un planteo burocrático – administrativo con marcados rasgos carismáticos,
propios de los Estados modernos de corte weberiano de posguerra. Sumado a
la particularidad de compartir en los hechos dicho liderazgo con su mujer,
Eva Duarte la cual dotó con su estilo político y pasión
militante al Peronismo para hacerlo único e irrepetible como movimiento
de liberación nacional. Esas características políticas
fueron potenciadas por el régimen a través del desarrollo de
la comunicación política que, si bien tomo nota de las experiencias
europeas y norteamericanas de la propaganda, evidenció rasgos originales
en sus formas y contenido.
El lenguaje
Tal como afirmó Daniel James “El atractivo político fundamental
del peronismo reside en su capacidad de redefinir la noción de ciudadanía
dentro de un contexto más amplio, esencialmente social. La cuestión
de la ciudadanía en sí misma, y la de acceso a la plenitud de
los derechos políticos fue un aspecto poderoso del discurso peronista,
donde formó parte de un lenguaje de protesta de gran resonancia popular,
frente a la exclusión política”.
A su vez afirmó que “el discurso peronista negó la validez
de la separación, formulada por el liberalismo, entre el Estado y la
por un lado y la sociedad civil por el otro. La ciudadanía (debía
ser) redefinida en función de la esfera económica y social de
la sociedad civil. En términos de su retórica, luchar por los
derechos en el orden de la política implicaba inevitablemente cambio
social”.
También afirma que “la capacidad del discurso peronista para
articular esas experiencias no formuladas constituyó la base de su
poder, auténticamente herético. Si bien existieron otros discursos
de igual tenor “el peronismo tuvo la enorme ventaja de ser un discurso
ya constituido articulado desde una posición estatal, lo que acrecentaba
considerablemente la legitimidad que confería a las experiencias que
expresaba”.
En ese nuevo lenguaje “herético” se refundían términos
resignificados como justicia pero con el añadido de social (tomado
de la Doctrina Social de la Iglesia, también, del Socialismo), se incorporaban
otros del lenguaje coloquial, del folclore y del lunfardo tanguero, y se reinvertía
calificativos denigratorios (descamisados, grasa, etc.) y se los trocaba en
signos positivos que reafirmaban una identidad partidaria y social para sentirse
orgullosos ( tal como Evita calificaba cariñosamente a sus “grasitas”
o Perón que hablaba de sus “compañeros” o “descamisados”).
Y esa identidad se reafirmaba en su identificación con el ideario peronista
en su acción de movilizarse a favor del gobierno dentro de parámetros
prefijados, sea en cuestiones de movilización (“de casa al trabajo
y del trabajo a casa”, sentenciaba el General) o en “la necesidad
de armonizar los intereses del capital y el trabajo dentro de las estructuras
de un Estado benévolo, en nombre de la Nación y de su desarrollo
económico”.
También se hizo a nivel comparativo, referenciando como se vivió
antes y como es durante el Peronismo, tanto en materia social, política
o económica. También hay un rescate de lo gauchesco, anclando
en la tradición popular del pueblo de las provincias, en los versos
de Zoilo Laguna, en los que se publicaban en PBT o en Mundo peronista o, con
mejor suerte y calidad, en los versos de un payador para Evita y Perón
que escribió Homero Manzi, retomando su tradición forjista.
En cuanto al lunfardo las letras de Enrique Santos Discépolo fueron,
junto a Cátulo Castillo o – en otro estilo – el propio
Manzi síntesis del espíritu tanguero con la impronta peronista.
Las movilizaciones
Y es así como movimiento de masas el Peronismo hizo hincapié en las movilizaciones, donde se “favorece en los asistentes la ilusión de la no limitación cuantitativa, en lo que respecta al potencial de adherentes a la causa convocante”. Se suma “la ornamentación que, en primer término, transmite a través de los carteles, banderas e insignias, una connotación litúrgica que con sus mensajes y colores fecundiza, a través de los visual, la compenetración con la ideología que domina el ámbito. En segunda instancia, y desde el punto de vista de los representantes de ella, su ubicación en estrados o palcos elevados del nivel de la multitud, crea en ésta una vaga sensación de relación de identificación pero a su vez de subordinación, conciente y natural, hacia los ocupantes del palco, que se traslada al ideario que los mismos representan”.
Se suman “la música, ya sea himnos o marchas partidarias, como
mediante la entonación de estribillos originarios en grupos de concurrentes,
que favorecen el sentimiento de fusión entre los participantes (…).
Hay, además, una “mecánica de activación, que se
traduce no sólo en el accionar de los grupos que motivan la participación
de todos los concurrentes, a través de estribillos aglutinantes, acompañados
por instrumentos de percusión, sino también en propuestas de
expresiones de aprobación (vivas) o las invitaciones al recogimiento,
mediante los llamados minutos de silencio”. Finalizando el acto “…
el escenario se transforma, ya que el orador de fondo (…) establece
una relación directa con el auditorio (…) Al abandonar el acto,
los concurrentes se alejan sintiendo generalmente que forman parte de algo
colectivo que los trasciende y a lo cual merece dedicarle sus energías
durante la vida cotidiana…”.
A modo de ejemplo las movilizaciones del 1º de Mayo (día del Trabajador)
y las del 17 de Octubre (día de la Lealtad), amén de otras movilizaciones
especiales o espontáneas por parte de los trabajadores, son más
que ilustrativas. En el primer caso se resignificó un acto impulsado
por socialistas y comunistas y fue planteado por el naciente movimiento como
una fiesta frente al “ayer” con hechos luctuosos, banderas rojas
y odios de clase. En la celebración peronista de destacan las movilizaciones
a Plaza de Mayo, los discursos del Presidente Perón, de Evita (a partir
de 1948) y del Secretario General de la CGT, junto con desfiles de carrozas
alusivos al trabajo y a cada sindicato, y la elección de la Reina del
Trabajo. En cuanto al segundo caso, siendo la movilización fundante
del movimiento, revestía el momento de reafirmar la “lealtad”
entre Líder y pueblo y dar cuenta de los actos de gobierno desarrollados.
A veces se excedió esos planteos con el acto del 17 de octubre de1951
dedicado en vida a Evita en vista de su avanzada enfermedad o el 17 siguiente
donde se homenajeó a la difunta y se leyó su testamento. También
por Evita se destaca el acto del 22 de agosto d e1951 donde, al postularse
la fórmula Perón – Eva Perón, ésta última
al no hacer explícito su aceptación por parte de la CGT y del
pueblo movilizado produce un diálogo único donde Evita insinuaba
negarse y el público asistente le pidió por el “sí”,
hecho que luego refutará la propia Eva en su “renunciamiento”
por radio el 31 de dicho mes.
En dichos actos se aprovechaba para fustigar a la oposición, se premiaba
a los más fieles con la “medalla al mérito peronista”
y se difundía los nuevos rumbos del gobierno.