El año 1968 había sido exitoso para la conducción económica de Krieger Vasena, desde el punto de vista de los objetivos por ella planteados. Las quiebras en la pequeña y mediana industria y el ya señalado proceso de concentración en favor de los grandes grupos transnacionales, no obstaban para que el producto bruto interno mostrara un crecimiento significativo.
En especial, el incremento de la actividad era visible en ciertas ramas industriales y en la construcción, estimuladas por la expansión de las obras públicas, que el gobierno impulsaba con los cuantiosos recursos extraídos al agro por vía de las retenciones.
Eso conjuraba cualquier peligro de recesión. Por lo demás, la política monetaria y crediticia no era contractiva, aunque los recursos prestables se orientaran hacia los sectores de altos ingresos y los núcleos más poderosos de la burguesía industrial.
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Onganía en actividades protocolares. |
El sector externo aparecía desahogado, porque la confianza generada en los grandes centros financieros por Krieger y su equipo, hacía fluir generosamente el crédito hacia el país. Ni siquiera era, todavía, demasiado intensa la caída del salario en el sector privado. A pesar de los efectos del congelamiento, el bajo precio de los alimentos -debido a las retenciones agropecuarias- mantenía reducido el aumento del costo de vida.
Por cierto que las cosas eran diferentes para los trabajadores del sector público afectados por los planes de racionalización, la pérdida de ventajas laborales obtenidas tiempo atrás y la más severa contracción de sus ingresos.
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Onganía en una ceremonia en la Basílica de Luján. |
Allí se había concentrado la mayor conflictividad. Sin embargo, el gobierno había reprimido con dureza esas protestas y los días perdidos por huelga disminuyeron en el último año. Tal vez, todo eso contribuyera a que el gobierno presidido por Onganía alimentara la ilusión de un consenso y una paz social que no eran tales.
El presidente y sus colaboradores más próximos no parecían haber atribuido mayor importancia a ciertas evidencias de agitación social y política que ya se advertían, y que eran el preludio de la tormenta que se avecinaba.
Tales eran las frecuentes protestas estudiantiles, los incipientes brotes guerrilleros o el aumento de la combatividad sindical, visible en muchos gremios así como en la CGT de los Argentinos.
Pero para Onganía todo marchaba bien. Los técnicos liberales habían cumplido satisfactoriamente su función, reordenando, saneando y tornando eficiente el aparato productivo. La siembra estaba hecha y se avecinaba el momento de cosechar. En otros términos, el tiempo económico dejaría pronto paso al tiempo social, en el que los frutos del crecimiento deberían ser repartidos en forma algo más equitativa.
Claro que para alcanzar esa etapa, que probablemente requiriera desprenderse de los liberales para dar lugar a una conducción económica más afín con sus propias ideas, Onganía necesitaba algo que todavía parecía lejano: reunificar la conducción del movimiento obrero en manos de dirigentes sumisos y favorables a su gobierno. Así obtendría la base social que, en esa instancia, los sectores patronales no le darían con el mismo entusiasmo mostrado hasta el momento.
Alentado desde el poder, el participacionismo había crecido durante 1968. Su principal dirigente, Rogelio Coria, evidenciaba su afán dialoguista y multiplicaba sus expresiones de apoyo. Pero era evidente que sus posibilidades de alcanzar el control del movimiento obrero no eran muchas.
En cambio, el vandorismo se fortalecía. Después de la división de la central obrera, en el mes de marzo, la CGT de los Argentinos había ido mermando su caudal: gran cantidad de gremios migraron hacia la CGT de Azopardo. El aliento oficialista a los sectores participacionistas, alejaba a los partidarios de Vandor del gobierno que, además, se negaba a recibirlos (a poco del cisma, la conducción azopardista solicitó inútilmente una audiencia a Onganía).
Por otra parte, el "Lobo", tras sus gestiones de independencia que lo habían enfrentado a Perón, viajó a Madrid y obtuvo la "absolución". Era una muestra más de la estrategia habitual del líder justicialista: cuando se avecinaba el momento de acorralar al gobierno militar, resultaba preciso sumar fuerzas y retener a todos los dirigentes que pudieran resultar útiles.
Sin duda, Vandor lo era. Debilitada en cuanto al número de afiliados pero no en combatividad, la CGT de los Argentinos era un motivo de inquietud.
Sus planteos fuertemente críticos encontraban eco en el interior, aún en filiales de sindicatos cuyas conducciones nacionales eran vandoristas o participacionistas.
Tras el consenso patronal inicial, la política económica de Krieger había ido trazando líneas divisorias en el empresariado. Los productores agropecuarios hacían sentir su protesta por las retenciones, ante un gobierno que favorecía la acumulación hacia los sectores del gran capital financiero e industrial, pero no representaba adecuadamente los intereses de la tradicional oligarquía agroexportadora.
En cuanto a la pequeña y mediana industria de capital nacional, sus voceros, agrupados en la CGE, se sentían justificadamente discriminados por una política que alimentaba la concentración industrial y la competencia ruinosa con la producción extranjera, bajo el pretexto de la "eficiencia".
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Onganía recibe al presidente de Paraguay Alfredo Stroessner. |
La burguesía monopólica, en cambio, había resultado particularmente favorecida por el plan Krieger. Si no había podido hacer más completa su satisfacción con la eliminación de los nacionalistas y el completo dominio del gobierno por los liberales, se consolaba pensando que la realidad era el "tiempo económico", mientras que el resto pertenecía a un nebuloso futuro. Pero ahora tenía motivos de inquietud, porque el presidente y su ministro del interior parecían pensar que se avecinaba el "tiempo social", y persistían en dialogar con los gremialistas.
Aún cuando se tratara de colaboracionistas, veían un riesgo inútil en los intentos de unificar la CGT, en vez de aprovechar su debilidad para darle el golpe de gracia.
Tampoco la situación militar estaba excenta de tensiones internas. Por el momento, Onganía había ganado la pulseada a los liberales, al desplazar al general Julio Alsogaray del comando del Ejército tras un claro enfrentamiento. Pero el triunfo no fue completo, porque debió ubicar en su lugar a un oficial que representaba la misma línea de pensamiento: el general Lanusse.
Por lo demás, la política de Krieger no dejaba de despertar resquemores en muchos oficiales, que encarnaban un nacionalismo de contenido mas económico que el del presidente y sus colaboradores. Les inquietaba la creciente desnacionalización, así como la dependencia económica y técnica con respecto a los Estados Unidos, y creían en la necesidad de una reorientación capaz de ganar adhesión popular para el gobierno. Se trataba de un sector pequeño, pero que haría sentir su peso algo más adelante.