La organización de la democracia popular empieza por acordar los nuevos principios que sostendrán la creatividad comunitaria que llevará adelante el compromiso de construir una nueva argentina.
No se trata un debate entre ideologías que plantean distintas soluciones desde su diversidad filosófica, sino de ordenar espiritualmente la potencia ciudadana para que pueda analizar la situación y resolver los problemas para sostener un proceso de desarrollo que nos ayude a dejar atrás nuestra situación colonial.
Convencidos de que residen en nuestro pueblo la potencia moral y ética para la proeza de la reconstrucción de nuestra patria, queremos simplemente ordenar su capacidad creativa y el diálogo necesario. Se trata de organizar a una comunidad moderna con su enorme diversidad y de multiplicar las áreas de decisión a miles de instituciones sociales y políticas. Semejante marea de protagonistas debe tener una unidad conceptual para no caer en el asambleísmo o la disociación.
Sólo una unidad de criterios generales aceptados por el conjunto puede brindar un cauce a la realización común, con una dirección clara y una personalidad en maduración creciente, sin perder por ello la frescura del libre albedrío individual y social.
Juan Perón lo explicaba más o menos así: si juntamos a un grupo de personas que piensen lo que quieran se separarán rápidamente, pero si juntamos a personas que piensen de una misma manera no se separarán jamás. Pensar de una manera similar es posible cuando se parte de principios generales aceptados por el conjunto y que sirvan de cauce al diálogo. Es tener un lente común para apreciar la realidad y una tabla de valores preacordada para discernir lo bueno y lo malo. Ese era el propósito de la doctrina nacional del justicialismo sintetizada en sus tres banderas históricas de justicia social, independencia económica y soberanía política, publicada en el preámbulo de la constitución de 1949 y que hoy volvemos a ofrecer para intentar ordenar la capacidad auto determinante de nuestra democracia popular. Estas banderas no eran una elucubración intelectual, sino que sintetizaban los principios que habían motorizado las enormes transformaciones que la revolución había implementado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, el Consejo Nacional de Posguerra y el Primer Plan Quinquenal con más de 75.000 obras públicas. Tal experiencia demostraba cuales eran los ejes sobre los que se podrían trazar una política de descolonización.
El peronismo convocó y hoy sigue convocando a los argentinos que quieran crear y planificar el desarrollo de una nueva nación. Pueden hacer lo que quieran y lo que puedan, sólo se les pide que en el desarrollo de su acción constructiva nunca actúen en contra de nuestras tres banderas fundamentales. Ser justicialista no significa estar afiliado a un partido, ser justicialista es actuar respetando estos principios rectores.
Los principios de la nueva democracia
La organización de la democracia popular empieza por acordar los nuevos principios que sostendrán la creatividad comunitaria que llevará adelante el compromiso de construir una nueva argentina.
No se trata un debate entre ideologías que plantean distintas soluciones desde su diversidad filosófica, sino de ordenar espiritualmente la potencia ciudadana para que pueda analizar la situación y resolver los problemas para sostener un proceso de desarrollo que nos ayude a dejar atrás nuestra situación colonial.
Convencidos de que residen en nuestro pueblo la potencia moral y ética para la proeza de la reconstrucción de nuestra patria, queremos simplemente ordenar su capacidad creativa y el diálogo necesario. Se trata de organizar a una comunidad moderna con su enorme diversidad y de multiplicar las áreas de decisión a miles de instituciones sociales y políticas. Semejante marea de protagonistas debe tener una unidad conceptual para no caer en el asambleísmo o la disociación.
Sólo una unidad de criterios generales aceptados por el conjunto puede brindar un cauce a la realización común, con una dirección clara y una personalidad en maduración creciente, sin perder por ello la frescura del libre albedrío individual y social.
Juan Perón lo explicaba más o menos así: si juntamos a un grupo de personas que piensen lo que quieran se separarán rápidamente, pero si juntamos a personas que piensen de una misma manera no se separarán jamás. Pensar de una manera similar es posible cuando se parte de principios generales aceptados por el conjunto y que sirvan de cauce al diálogo. Es tener un lente común para apreciar la realidad y una tabla de valores preacordada para discernir lo bueno y lo malo. Ese era el propósito de la doctrina nacional del justicialismo sintetizada en sus tres banderas históricas de justicia social, independencia económica y soberanía política, publicada en el preámbulo de la constitución de 1949 y que hoy volvemos a ofrecer para intentar ordenar la capacidad auto determinante de nuestra democracia popular. Estas banderas no eran una elucubración intelectual, sino que sintetizaban los principios que habían motorizado las enormes transformaciones que la revolución había implementado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, el Consejo Nacional de Posguerra y el Primer Plan Quinquenal con más de 75.000 obras públicas. Tal experiencia demostraba cuales eran los ejes sobre los que se podrían trazar una política de descolonización.
El peronismo convocó y hoy sigue convocando a los argentinos que quieran crear y planificar el desarrollo de una nueva nación. Pueden hacer lo que quieran y lo que puedan, sólo se les pide que en el desarrollo de su acción constructiva nunca actúen en contra de nuestras tres banderas fundamentales. Ser justicialista no significa estar afiliado a un partido, ser justicialista es actuar respetando estos principios rectores.