(1) La detención de Perón

En el acto de despedida del Coronel Perón de la Secretaría de Trabajo y Previsión, la alegría popular se desataba en los miles de corazones que explotaban a cada concepto del coronel. La desconcentración fue difícil y lenta mientras se coreaba con fervor: ¡Perón Presidente!

Hubo algunos disparos de armas contra los peronistas porque su actitud entusiasta, no era interpretada por sus enemigos. El odio era profundo pues nada es más odiado por el enemigo que lo que no comprende.

Era inadmisible, para Campo de Mayo que Perón dispusiera de la radio, se le permitiese una concentración de obreros frente al edificio céntrico de la Secretaría de Trabajo y que la policía no reprimiera los “vivas” de los manifestantes.

Alumnos de la Escuela Superior de Guerra llegaron a Campo de Mayo cerca de medianoche a exigir explicaciones a los Jefes de guarnición; el Subdirector, general Virgilio Zucal habló con Avalos: había que meterlo preso “para que no anduviese haciéndose el loco”.

El día 11, Avalos, que había asumido el Ministerio de Guerra el día anterior, dice en conferencia de prensa: “Desde este momento ha cambiado la política del país. No hay candidatos oficiales”. La realidad era otra pues el candidato oficial, por lo menos el suyo, era Amadeo Sabattini.

Es la noche del 11 y en el gran salón del Círculo Militar, trescientos oficiales, algunos marinos delegados del Centro Naval y un grupo de “Varones Consulares”, entre quienes se destacan Saavedra Lamas, Alfredo Palacios, Horacio Rivarola, Justiniano Allende Posse, han de resolver en asamblea los destinos de la Nación. No se resolvió nada, y todo continuaría al día siguiente. A medianoche se leyó el decreto de convocatoria a elecciones de toda autoridad nacional y provincial para el domingo 7 de abril.

La discusión se localizó sobre qué se hacía con el coronel Perón. El mayor Desiderio Fernández Suárez opinó que se lo fusile sin más trámite. Se convino que se lo tendría en lugar seguro sin contacto con los suyos, preferentemente en una dependencia de la Marina, pues no se tenía absoluta seguridad en las del Ejército.

Finalmente se resolvió mandarle una delegación a Farrell para transmitirle “la opinión del pueblo de la República”. No se habían puesto de acuerdo si Farrell entregaría el gobierno a la Corte o permanecería en la presidencia como fantasma de una revolución que todos sabían fracasada, pero que los soldados de tierra no se resignaban a reconocer.

Por ahora debería cambiarse el Gabinete teñido de peronismo, llamar a elecciones, detener a Perón en una dependencia de la Marina y procesarlo por “haber introducido la delación y la persecución en las filas del ejército”. Como entiende Pablo Gill, el gorilismo “las cosas las tenían bien claritas”.

A las veintitrés horas, posiblemente inducido por Eva, Perón tomó la resolución de ir a la estancia de su amigo Subiza; conoce el complot. Eva lo acompaña. Pide a Mercante que informara al Ministerio de Guerra si éste requería su presencia.

Subieron al automóvil de Rudi Freude: Eva, Perón, Rudi y Juan Duarte. Mercante los escoltaba en su automóvil. Cerca de la Gral. Paz, Rudi Freude convenció a Perón para que fuesen a la isla de su padre en el Delta, cerca de las Tres Bocas. Perón informó a su amigo Mercante del cambio de destino: “como no tenía nada de que acusarme, le encargué a mi gran amigo, el teniente coronel Mercante, que al día siguiente fuera al Ministerio de Guerra —dice Perón— y le dijera al Ministro que si me necesitaba estaba en la isla, pronto a concurrir a donde fuera. No deseaba, eso sí, que ello se supiera públicamente, porque anhelaba estar tranquilo.

Mittelbach, el jefe de policía, en la madrugada del sábado 13 va al Tigre a buscar a Perón, a quien encuentra paseando con Eva. Perón pregunta dónde será llevado. El subjefe de policía mayor Héctor D’Andrea “invita” al coronel a trasladarse a la cañonera Independencia, prometiéndole, al día siguiente, ser trasladado a un habitat más decoroso, pero la nave zarpa hacia la isla Martín García.

El almirante Vernengo Lima juró a mediodía como Ministro de Marina. Juan Fentanes, se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión. No iría el presidente de la Corte a la presidencia, pero se introduciría a la Corte en la persona del Procurador General de la Nación.

Siempre Farrell sería presidente, pero la responsabilidad del gobierno la tendría el doctor Juan Alvarez que designaría los Ministros y gobernaría a la manera de un premier inglés. El domingo comenzó la tarea que sería finalizada el miércoles 17 de octubre; pero la historia sería otra.

El otro país

Había un país silencioso, invisible, que no frecuentaba el Jockey Club ni el Círculo Militar.

Los trabajadores sabían que habían perdido el amigo de la Secretaría de Trabajo, pero habían ganado un líder. Luego de la última aparición pública del coronel, los trabajadores regresaron a sus sindicatos para continuar —en su mayoría— con los trabajos electorales.

Ni los más optimistas tenían en su mente la posibilidad real de ganar, pero sí tenían la certeza de formar un partido que sostendría los intereses de los trabajadores argentinos que ni los socialistas ni los comunistas habían logrado por seguir rumbos extranjeros.

Poco les importaba que diarios, estudiantes universitarios y clubes sociales llamaran “fascista” a Perón. No se pagaban de palabras pues la realidad de las conquistas pesaba en sus bolsillos y en sus manos. En síntesis: Perón era por sobre todo un argentino, un amigo de los trabajadores, y la oligarquía lo odiaba.

Nada ocurrió hasta el 13 de octubre, día en que se conoció por la radio e inmediatamente por el “boca a boca” que el coronel había sido detenido. No se decía dónde, ni quienes lo hicieron, pero el amigo de los trabajadores estaba encarcelado con regocijo de la prensa y la oligarquía. Aquí comenzó a gestarse la gran ola popular que culminaría el 17 en la Plaza de Mayo.

Mercante, luego de despedir a Perón en la pasarela de la cañonera Independencia, informó a algunos partidarios obreros la novedad. No es seguro que haya aconsejado la huelga de 24 hs. para el día 18, que luego sería propuesta por los trabajadores el día 16 en la Comisión General Confederal de la CGT. El mismo día 13, a mediodía, Mercante recibió la orden de Avalos de presentarse arrestado en Campo de Mayo.

El capitán Russo, que hasta el 11 había sido director de delegaciones regionales de la Secretaría de Trabajo, al tomar conocimiento el mediodía del 13 que el coronel Perón estaba detenido, sin pedir autorización al “moderado” señor Juan Fentanes, se instaló en su antiguo escritorio y con ayuda del personal se puso a avisar telefónicamente a las delegaciones regionales de todo el país lo que habían hecho con Perón y que “en el gran Buenos Aires había mucha inquietud”. Russo continuó la tarea informativa hasta el mismo 17.