La salud de Eva había mostrado ya signos preocupantes durante los primeros meses de 1950. Tanto los médicos como su marido insistían, una y otra vez, sobre la necesidad de que tomara unos días de descanso. Cuando corría la tercera semana de octubre -y después de hablar al pueblo el 17 - accedió por fin a trasladarse a la quinta de San Vicente: lo hizo como siempre, de mala gana, porque le costaba apartarse de su actividad y la impacientaban las largas horas ociosas. Sin embargo, ahora se sentía cansada y allí podía permitirse una mayor intimidad con Perón alejados ambos de la vorágine de las obligaciones oficiales.
Las vacaciones estaban previstas hasta el dos de noviembre, pero debieron interrumpirse para hacer posible la presencia de la pareja presidencial en la clausura del Congreso Eucarístico Nacional. Para eso, ambos debieron viajar en automóvil a Rosario, donde permanecieron entre el 29 y 30 de octubre. Eva retornó luego a San Vicente, permaneciendo allí los primeros trece días de noviembre. Fin de año los hallaría en Mendoza, adonde se trasladaron en avión para asistir a los actos de cierre del Año del Libertador. Al regreso, esperaba a Eva una circunstancia adversa.
Desde los últimos días de 1950 venía gestándose un conflicto laboral en el
ámbito ferroviario. Todo empezó con un paro de peones y guardabarreras en
la línea Roca, en procura de mejoras salariales, que no tardó en extenderse.
Las autoridades de la CGT y la Unión Ferroviaria denunciaron a los huelguistas,
afirmando que se trataba de "elementos comunistas contrarios al gobierno".
A la vez, el gremio procedió a intervenir las seccionales más combativas. EI problema se agravó y la Comisión de Emergencia -que actuaba en la ilegalidad- lanzó un paro por tiempo indeterminado. EI gobierno respondió con dureza: declaró ilegal el paro, emplazó a los trabajadores a reintegrarse a sus tareas bajo amenaza de exoneración y decidió el despido de la Comisión de Emergencia. Evita creyó necesario intervenir para buscar una solución.
En la noche del 23 de enero salió a recorrer las estaciones y talleres de la línea Sur para hablar con los huelguistas y persuadirlos de retornar al trabajo. Lo hizo en compañía de Espejo, Isaías Santín y algunos más. En Banfield, Lanús, Temperley, Remedios de Escalada, las estaciones aparecían desiertas. Por fin, encuentra algunos trabajadores y que la miran incrédulos. Los increpa: "¿Qué pasa? ¿Por qué no trabajan...?"
Los hombres le explican que la huelga la ha dispuesto el gremio y se quejan de la clausura de las seccionales de la Unión Ferroviaria. Evita ordena a Espejo que se reabran las filiales y luego continua su periplo. En Constitución, algunos grupos de trabajadores acuden a saludarla. Ella los insta a levantar el paro: "Ustedes le están haciendo el juego a los contreras -recriminó- vuelvan al trabajo" (1).
Eva recordaría con amargura aquella circunstancia difícil y su esfuerzo por zanjarla: "En cada lugar hablé con los obreros. Ellos nunca se imaginaron por supuesto verme llegar, y menos a la hora que llegué: el recorrido duró desde las 12 de la noche hasta las 4 y media de la mañana.
"Así pude comprobar que la huelga era inconsulta e injusta desde que los mismos obreros no sabían cuáles eran las razones del paro. (...) Es que yo no concibo que pueda haber en mi país, un solo obrero que no haya comprendido ya, lo que es Perón y todo lo que ha hecho Perón por los trabajadores argentinos" (2).
La gestión de Eva no resultó, sin embargo, exitosa. El duro conflicto concluyó con despidos y detenciones y la movilización de los trabajadores ferroviarios. No obstante, el cuestionado secretario general de la Unión Ferroviaria debió renunciar y los aumentos salariales solicitados fueron concedidos. .
Desde mediados de 1950, todos los gremios que renovaban sus convenios concurrían
a agradecer la gestión de Eva, que casi siempre intervenía en las negociaciones.
Era frecuente que la visitaran delegaciones deportivas, representantes extranjeros,
artistas y científicos.
Los egresados de las escuelas y cursos organizados por la Fundación recibían de manos de ella sus diplomas, los congresos científicos la designaban "presidenta honoraria" y los gobiernos extranjeros le otorgaban condecoraciones.
"A esa altura de su vida había ganado un prestigio que nadie, salvo Perón, podía igualar. Desde que creara el Partido Peronista Femenino y había asumido la dirección del mismo sembrando el país de unidades básicas, y desde que organizara la Fundación llevando su brazo solidario hasta el último rincón de su patria y aun de países extranjeros, era indudable que Eva Perón había acrecentado su influencia y su poder político como nadie" (3).
Inclusive, aunque se ha exagerado en este punto, es verdad que había un grupo de ministros y funcionarios que debían sus puestos a la influencia de Eva o le eran especialmente adictos: tales los casos de Cereijo, Nicolini, Méndez San Martín, Freire o Apold.
Aunque nunca se oponía u obstaculizaba a Perón, Evita había logrado consolidar un espacio de poder propio, que intuía una influencia no menor en cuestiones de gobierno, aun cuando ella lo negara. Por eso, no sería extraño que a poco andar surgiera la idea de institucionalizar ese poder, que en buena medida era aún informal.
“Mordisquito”
Mientras tanto, Enrique Santos Discépolo se filtra por las noches en los hogares, a través de la radio, con el talento y la mordacidad de las charlas con "Mordisquito": un típico representante de la oposición irreductible, que todo lo critica.
Discepolín ironiza los argumentos de los "contras": "Antes no te importaba nada y ahora te importa todo... y protestás. "¿Por qué protestás? Ah, no hay té. Eso es tremendo. Mirá que problema. Leche hay, leche sobra; tus hijos que alguna vez miraban la nata por turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta... pero no hay té. Y según vos no se puede vivir sin té. Te pasaste la vida tomando mate cocido, pero ahora me planteas un problema de estado porque no hay té. Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero... ¡no hay té!... "
“La verdad, yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos.” |
Audio Mordisquito de Enrique Santos Discépolo. |
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