Perón había comprendido en su viaje a Europa de 1938 que comenzaba una nueva época, signada por un nuevo actor: los pueblos. En el siglo XVII, la Revolución Francesa había permitido el ascenso al poder político de la clase burguesa desplazando a las monarquías.
La vida política de la comunidad que descansaba en algunos cientos de personas pasó a ser protagonizada por miles. La aparición de la imprenta de tipos móviles, más la aceleración cultural provocada por la revolución industrial provocaría una verdadera revolución que permitiría a la burguesía tener los elementos necesarios para exigir su inclusión en la vida política que hasta entonces le estaba vedada.
De la misma forma que la burguesía en el siglo XVII, los pueblos del siglo XX recibirían la influencia de una nueva y poderosa transformación cultural. Aparecían los medios de comunicación de masas, representados en ese entonces por los diarios, el cine y la radio, que multiplicarían en la mente de millones de personas la información necesaria para esclarecerlos y lanzarlos a la acción política.
Perón había observado en Europa este nuevo fenómeno de las masas pugnado por un protagonismo que el sistema les negaba. Había comprendido que el enorme desarrollo económico del Capitalismo había sido sostenido por la explotación de los trabajadores y que esta masa estaba siendo esclarecida por esta nueva revolución cultural y pronto exigiría su protagonismo político y reclamaría por sus derechos avasallados. Para ello deberían romper los moldes de participación ejecutiva propuesto por el demo liberalismo e incorporarse a la discusión política.
La política debería dejar de ser resuelta solamente por los partidos, por sus representantes o políticos profesionales y transformarse en la expresión colectiva del conjunto de la comunidad.
La construcción de cualquier alternativa política debería respetar a este hombre nuevo y brindarle las herramientas para su expresión y consolidación. El planteo de Perón era que el único poder político revolucionario, es decir inalcanzable para los enemigos de la nación, residía en el desarrollo de una solidaridad nacional; una alta conciencia política comunitaria que mantuviera en alto lo que él interpretaba eran los valores permanentes de la comunidad Argentina: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
Para el desarrollo de esta nueva conciencia eran fundamentales la dignificación social y la organización política del país desbordando los esquemas de participación demoliberales. Había que organizar la sociedad para que empezara a construir su propio destino, brindándole de esa forma a los pueblos una participación creativa en un proceso político donde todos tuvieran algo que aportar al bien común.
Este ascenso al poder de los pueblos tendría características inéditas que habría que respetar. Para que surgiera una solidaridad comunitaria, la elaboración de los objetivos a cumplir debería ser una acción colectiva. Habría que finalizar con la actitud pasiva y sin compromiso del liberalismo donde el pueblo vota y consume, o la rigidez de los ideólogos como rectores y delineadores de los objetivos a cumplir, propios del Socialismo Dogmático.
El hombre nuevo de la hora de los pueblos no podría mantener la actitud de indiferencia individualista del capitalismo, ni la rígida sumisión al camino trazado por una vanguardia esclarecida. La maduración cultural de la comunidad, solo podría realizarse a través de un proceso comunitario donde el pueblo mismo definiera en qué tipo de sociedad quería vivir.
Era la democracia social y popular, donde el pueblo no solamente debería votar y consumir , sino que - si realmente quería liberarse del sojuzgamiento de las potencias de turno- debía desarrollar una conciencia política solidaria que elevara la confianza comunitaria hasta alcanzar la unión nacional. Para ello la revolución debería organizar políticamente al pueblo, permitiéndole compartir la acción de gobierno con el Estado mismo.