Es cierto que Justo no tenía todos los ases en la mano con su Unión Democrática, pero las perspectivas favorables aumentaban al compás de la derrota de Alemania y el fortalecimiento de Estados Unidos y la Unión Soviética.
Castillo había expresado a Armour, en noviembre de 1942, y repetido en diciembre a Meynen, que no creía posible el triunfo del Eje; y eso, en palabras diplomáticas, equivalía a que era llegada la hora de abandonar el neutralismo y dar —si no Castillo mismo, pero sí su sucesor— la media vuelta indispensable para que el fin de la guerra encontrara al país en mejor postura.
La neutralidad ya no era necesaria; los norteamericanos no podían hablar ahora de un peligro nazi para imponer sus bases y su control militar. Había cumplido su etapa y podía abandonársela.
El 11 de enero de 1943, Justo morirá repentinamente de una embolia cerebral. Su fallecimiento obligó a la Unión Democrática a buscar el sustituto, pero el problema era difícil.
Se mencionó a Saavedra Lamas, prestigiado con el premio Nobel, a quien acababa de hacerse rector de la Universidad, a Honorio Pueyrrredón que contaría con el apoyo de las dos fracciones radicales (los unionistas por su posición aliadófila, los intransigentes por haberse mantenido yrigoyenista), cuyo nombre era bien visto por los Estados Unidos.
Los comunistas lanzaron el nombre del general retirado Ramón Molina, militante radical de antiguo prestigio militar, que tal vez impidiera al Gobierno hacerle fraude.
Los socialistas, entusiasmados por su reciente triunfo en la capital, aceptaban que el primer término de la fórmula fuera Saavedra Lamas o un radical, pero exigían completarla con un hombre de sus filas; los comunistas entendían que el vicepresidente debería ser Luciano Molinas, el antiguo gobernador de Santa Fe.
Los nacionalistas, entusiasmados por el ambiente neutralista de la República (pese a la Argentina visible y audible), estudiaron la posibilidad de afrontar las elecciones. Al fin y al cabo Castillo “era el régimen” y temían no encontrarle sucesor sino en las filas del régimen.
La designación del futuro presidente estaba pues, exclusivamente en las manos de Castillo, como era tradición en nuestro régimen. Muerto Justo, descartado Saavedra Lamas, rechazado por los radicales intransigentes, la Unión Democrática acabó por eclipsarse.
Quedaban entonces tres candidatos del “Régimen”: Rodolfo Moreno, gobernador de Buenos Aires; Robustiano Patrón Costas, presidente del senado y jefe del partido demócrata nacional, y Guillermo Rothe, Ministro de Instrucción Pública.
El 17 de febrero se destapó la incógnita, obligado Castillo, conjeturalmente, por declaraciones que hizo Moreno el 13, y su convocatoria a una convención de representantes demócratas nacionales para que sostuvieran su candidatura.
Castillo llamó a Rothe a su despacho, y “cuando los periodistas creyeron que la designación recaería en su persona”, el ministro salió apresuradamente de las oficinas presidenciales, interrogado por los periodistas les dirá (textual) “que corre al domicilio del doctor Patrón Costas a felicitarlo por su designación como candidato a presidente”.
El primer síntoma del desencanto que tomó el país después del 17 de febrero fueron las elecciones de marzo en Entre Ríos.
Un año antes, los conservadores, haciendo bandera de la neutralidad y con el nombre de Castillo, habían ganado por 18.0000 votos una provincia tradicionalmente radical. Ahora, los radicales ganaron por 5.000 a los castillistas; pero hubo muchos desencantados votos en blanco.
Por causas distintas a los nacionalistas, la candidatura de Patrón Costas no gustaba al gobernador de Buenos Aires. Se sentía el obligado candidato y Castillo había preferido al industrial salteño.
Moreno no se dio por vencido. Dijo a los periodistas que le preguntaron su opinión sobre la decisión de Castillo a favor de Patrón Costas “que no hay todavía candidato a la presidencia por el partido demócrata nacional, que éste será proclamado, como corresponde, por la convención partidaria que debe reunirse en junio”.
Castillo no lo toma en serio. Supone que anda detrás de un acomodo y lo invita a comer en la residencia presidencial. Según se dijo le ofreció la vicepresidencia para que se dejase de niñerías. Pero no hubo entendimiento porque Moreno reiteró al salir de Olivos que “él será el candidato a la presidencia, no a la vicepresidencia”.
En La Plata asume aires marciales. Revista a la policía provincial y al batallón de Guardiacárceles porque va a defender la autonomía de Buenos Aires si Castillo pretende allanarla.
Pero cuando se enteró que a pesar de sus bravatas Castillo había redactado el decreto de intervención prefirió hacerse el harakiri. El 13 de marzo dejó en el despacho su renuncia, acusando a sus correligionarios de haberlo abandonado, y partió para siempre de la Casa de Gobierno. Y de la política.
El camino para el candidato presidencial pareció allanado. Unionistas e intransigentes radicales estaban más distanciados que nunca. La Unión Democrática ha muerto con Justo; Saavedra Lamas retira su candidatura, prefiriendo quedarse en su cómodo rectorado.