(1) Rawson presidente, el colado

Prescindiendo de ser designado como Presidente de la Nación y sintiéndose más allá de formalidades ridículas, Rawson desplomó su osamenta en el siempre codiciado sillón de Rivadavia. Creía estar en su derecho, se sentía el alma de la revolución.

La verdad era otra pues “cuando las tropas de Campo de Mayo avanzaban —comentó Perón—, él se puso delante de ellas luciendo una capa de mosquetero como la de D’Artagnan. El era un tipo de afuera, no tenía nada que ver, no sabía nada. Es lo que llamamos en la Argentina “un colado”.

Vio la oportunidad y se dijo: “Esta Revolución la copo yo, que soy general”. El hacía tiempo que andaba con ganas de hacer su revolución. Era como el general Menéndez, un permanente revolucionario en disponibilidad.

Total, que se instaló en la casa de gobierno. Y se autoproclamó presidente. Lo hizo sin consultárnoslo. El que mandaba la Revolución no era él, sino nosotros. La Revolución la hicimos los coroneles”.

Figura 1:
 
Las contradicciones internas del gobierno revolucionario eran vistas así por Lonka en la revista “Cascabel”, Ramírez: recién afeitado; aguardan su turno Rawson y Farrell.

La cereza en la torta duró muy poco. De un plumazo nombra Vicepresidente de la Nación a su compañero Sabá Sueyro. Ya en horas de la tarde se conocen las designaciones estratégicas: el teniente coronel Enrique P. González, sería el secretario de la presidencia; el coronel Emilio Ramírez, jefe de policía de la Capital; el general Edelmiro Farrell, comandante de la primera división; el Cnel. Juan Domingo Perón, jefe de estado mayor de la primera división. El general Ramírez es quien le alcanzará el decreto de promociones militares.

Hay un respiro en los hombres del G.O.U. teniendo en cuenta que a las diez de la mañana de ese mismo día, debían haberse reunido en el Salón Príncipe Jorge y en el Teatro San Martín las convenciones del Partido Demócrata y los antipersonalistas con el fin de proclamar la fórmula de la concordancia. La realidad decía que el “Drumond” navegaba con Castillo y con el gabinete a bordo del Río de la Plata.

"Acompañadme a gritar: ¡Viva la Patria!

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Discurso del Gral Rawson en la Plaza de Mayo

Duración: 4 minutos

Rawson firma dos decretos de disolución: uno de los partidos políticos y otro del Congreso.

Es necesario proveer los seis ministerios que restan, pues Benito Sueyro reemplazó a Fincati en el Ministerio de Marina y el general Ramírez no necesitó confirmación. Al tener un concepto alto de la función presidencial, entiende que la designación de los ministros es exclusivamente suya, exceptuando los ministros militares. Decide solo, sin pedir consejo ni oír sugerencias.

Así, después de meditar, distintas posiciones ideológicas formarán su gabinete: el general Domingo Martínez, en Relaciones Exteriores; general Juan Pistarini, en Obras Públicas; general Diego Mason, en Agricultura; el doctor Horacio Calderón en Instrucción Pública; el doctor José María Rosa en Hacienda; y el almirante Segundo Storni queda designado en el Ministerio del Interior.

Figura 2:
 
El Coronel Perón y su eficaz colaborador, Teniente Coronel Mercante. La unidad nacional solo será posible si se alcanzaba un alto grado de solidaridad social y el paso previo para ello era la dignificación de los trabajadores.

Los generales eran vistos como nacionalistas y neutralistas, pero el general Domingo Martínez que había andado en negociaciones con Alemania por la venta de armas y el general Pistarini eran considerados como pro nazis en los ámbitos alidadófilos y el doctor José María Rosa era un nacionalista confeso pues tenía un pequeño partido político (el nacionalismo laborista) y un periódico de prédica anticomunista que apoyaba la neutralidad.

Rawson, tal vez por necesidad de obtener más armas, se había inclinado a una conveniente “unidad americana”, proponiéndose entonces reunir, en un futuro próximo, un “consejo de notables” con el propósito de estudiar el rompimiento de relaciones con el Eje, ¡Cuántos “consejos de notables” hubo en nuestra historia!

Una sensación de desconcierto habitó a quienes creían que la primera medida del gobierno sería la ruptura de relaciones, pues al conocerse el gabinete Revolucionario, poco comprensible era la causa de la designación de ministros neutralistas.

Figura 3:
 
Arturo Rawson y Pedro Pablo Ramírez saludan a la multitud en Plaza de Mayo el día del golpe de estado, 4 de junio de 1943.

La inconsulta resolución del gabinete comenzó rápidamente a pudrir la cereza de Rawson. Los Embajadores Latinoamericanos, reunidos en la Embajada de Chile, designaron al Mariscal peruano Oscar Benavídez, para que con discreción pero con firmeza, hiciera saber a sus colegas argentinos que un gabinete neutralista sería un obstáculo para que los países americanos lo reconociesen.

Por su parte los hombres del G.O.U. que hubiesen preferido en la primera magistratura a Ramírez o a Farrell, aprovecharon la situación. Años más tarde Perón diría: “nosotros necesitábamos a un general y no queríamos que fuese Rawson”; por tanto desde el Ministerio de Guerra fueron críticos severos del poco tino político de Rawson al designar figuras resistidas y no pidieron la renuncia de los ministros, sino la sustitución del presidente.

Los coroneles de campo de Mayo no pertenecientes al GOU, consideraban poco serio reemplazar a las 48 horas de haber asumido, al presidente, limitándose a aconsejar el reemplazo de los ministros cuestionados.

Figura 4:
 
Amadeo Sabattini, último gobernador radical de Córdoba anterior a la revolución de 1943. Después de la muerte de Alvear, Sabattini emergió como la única figura, dentro del radicalismo, capaz de conciliar la adhesión popular, pero la nueva realidad política del país a partir de octubre de 1945 fue relegándolo a un segundo plano.

En la crítica situación, Rawson jugó su última carta: la “unidad americana”, para lo cual anunció el rompimiento con el Eje. No había tiempo para el “Consejo de Notables”, con él alcanzaba; por otra parte al anunciar como fecha clave el martes 8 no sabemos hasta dónde pensó que dicha decisión produciría la renuncia de los ministros neutralistas que prestarían juramento el lunes 7.

Comenta Potash que el anuncio fue hecho al encargado de negocios británicos, Hadow y al secretario de la legación paraguaya Eduardo Tobeur para que la transmitiesen al cuerpo diplomático. En sí, la ruptura de relaciones sólo tuvo trascendencia diplomática pues Enrique González, miembro de G.O.U., valiéndose del estado de sitio, ordenó a los diarios que sólo publicasen las declaraciones emanadas de la secretaría presidencial.

Figura 5:
 
Perón hablando ante una concentración de trabajadores. Su prédica revolucionaria planteaba la necesidad de la participación política del pueblo como única garantía de triunfo.

El tiempo de Rawson había terminado. Perón comenta los últimos acontecimientos: “nos dicen que Rawson va a jurar como presidente el día 6 y que ya ha nombrado a dos ministros. En el mando de la Primera División se empiezan a dejar caer los coroneles y a decirme: “Che, Perón… ¿qué es lo que pasa? ¿Dónde estaba este loco acá con nosotros? ¿Quién le ha traído a ése? ¡Ah, esto no puede ser!”

Y designaron a cinco coroneles para que le exigiéramos la renuncia, y si se resistía, le tiráramos por la ventana. Creo que designados fuimos: Mascaró (que era el más antiguo y respetábamos mucho su opinión), Anaya, Agüero, Fragueiro y yo. Muy bien; llegamos a la Casa de Gobierno, los cinco coroneles, con el capote (pues hacía mucho frío) y todos con la pistola 45 debajo el capote. “Queremos ver al general Rawson”, dijimos. “¿Para qué?”. “Bueno, ahora vamos a decirle a él para qué”.

Figura 6:
 
Edificio en que estuvo instalada la secretaría de Trabajo y Previsión en su primera época, en la esquina de Perú y la Diagonal Norte.

Entramos en el despacho, cerramos la puerta y nos quedamos parados delante. El, sentado en la mesa presidencial. “¿Qué? ¿A qué vienen ustedes?”· “Hemos venido a que renuncie”. Así se lo dijimos. “Pero ¿cómo?” “Sí, señor, porque nos llama la atención que usted sea el presidente”. “Padito Ramírez me ha dicho que sea yo el Presidente”, respondió. (“él llamaba Padito al general Ramírez).

“En cualquier caso —añadió—, no tomaré ninguna decisión hasta que no venga Padito”. “Renuncie antes que venga el general Ramírez, insistimos”. “¿Y si me niego?” “Si se niega, tenemos orden de tirarle por la ventana”. Entonces él renunció. Firmó la renuncia. “Que le vaya bien”, dijimos. Y él se fue y nosotros nos quedamos en la Casa de Gobierno. ¡Era un colado! ¡Un tipo que se había metido de prepotente! Una vez que lo renunciamos, llegó Ramírez. “Usted se va a quedar”. Y lo pusimos de presidente”.
Eran las tres y cuarenta y cinco de la fría madrugada del 7 de junio y los coroneles habían corregido el rumbo de la revolución.

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