Pese a la hora (eran cerca de la una de la mañana) los obreros que habían venido desde muy lejos para reclamar la liberación de Perón, recorrieron las calles de Buenos Aires. Las antorchas en las calles conformaban un sol que paseaba por el aristocrático Barrio Norte al grito de: “Aquí están / estos son / los muchachos de Perón”.
Hubo temor pues se creyó, debido a las antorchas, que habría incendios. No hubo nada de eso, sólo paseos y cantos. El terror que hubo esa noche sin policías, con las bandas de desharrapados que saltaban y bailaban no sería jamás perdonado a Perón. No los impulsaba el odio sólo risas, alegrías y cantos que los hacían sentir dueños de esas calles elegantes, que pocos conocían.
El único desmán fue arrancar la chapa profesional de Alfredo Palacios y llevársela como señal de triunfo. En Córdoba y en La Plata hubo algunos vidrios rotos y golpes en las puertas de los diarios antiperonistas, así como también en las facultades.
Al pasar una columna de desharrapados frente a “Crítica” y abuchearla, quienes estaban dentro del edificio del diario, contestaron con disparos de armas de fuego que causaron dos muertos.
“La vida por Perón” era una realidad. Según Fermín Chavez: “...El tiroteo no ocurrió en ningún cuartel, sino frente al diario Crítica, cuando una columna popular se desconcentraba, por la Avenida de Mayo, rumbo al oeste, coreando sus estribillos y canciones. El diario fue blanco de gritos hostiles, pero la respuesta dada, con disparos de armas automáticas, no fue sino producto de la insensatez.
El ataque contra los peronistas se inició alrededor de la 1 y cesó recién una hora y media después. Dos muertos y más de 30 heridos fue el cruento saldo de los disparos. Un joven militante nacionalista, Darwin Passaponti, de 17 años, estudiante de la “Mariano Acosta”, malherido en el rostro, murió es madrugada en el Hospital Duran. El otro muerto fue Francisco Ramos, empleado de 24 años...”
También hubo disparos desde automóviles que la policía consiguió silenciar. Se supo que comandos civiles esperaban en otros lugares, bien armados, el prometido desembarco de la Marina y el avance de Campo de Mayo. No hubo desembarco de la Marina ni avance de Campo de Mayo. Farrell y Perón dialogaron con el Jefe de la flota de mar, Almirante Abelardo Pantin quien se ofreció para mediar con la Marina para que depusiera su actitud. Farrell le ofreció el Ministerio de Marina que aceptó con la condición de que “no se tomaran represalias contra Vernengo Lima”.
—“Usted debe resolver —le dijo Farrell a Perón— porque es el vencedor.
—No mi general. El que resuelve es usted…
—Bueno… ¿Qué hacemos con Avalos?
—Por mí…, que se vaya a la casa”.
Avalos pidió su retiro. Vernengo Lima depuso su actitud y no sería molestado en su carrera naval. No hubo sanciones para los revolucionarios del 9 de octubre.
El 18 no hubo diarios (San Perón se cumplió rigurosamente). El 19 La Prensa informaba que Braden, vencidas las resistencias del Senado se hizo cargo de su puesto en Washington; los aliados llevarían a un tribunal en Nüremberg a los Jerarcas Nazis, el emperador de Japón concedía amnistía.
Sólo en la página 7 unas breves líneas informaban cómo Perón, vuelto de Martín García “habló a sus partidarios en la Plaza de Mayo”. No se decía cuántos eran éstos; tampoco en la La Nación; El Mundo, antiperonista, los calculaba en 500.000. La Epoca, peronista, en un millón.
El 20, los diarios callaban, menos La Epoca, que anunciaba que Perón era ya Presidente. Era un tácito acuerdo de olvidar el desconcierto del 17, como si se tratara de un mal sueño. Los caballeros volvieron a discutir si el potrillo tal o la potranca cual ganaría el Pellegrini; las señoras se preocupaban en sus mesas de bridge del gran slam que nunca llegaba. Nadie quería hablar de política, que había sido el tema exclusivo de los días anteriores.
Era mala palabra. Sin embargo en los cafés no se discutía de Boca o River, sino de lo bueno que podía tener Perón para producir dos hechos contradictorios, como el del 12 de octubre en la Plaza San Martín y el 17 en la Plaza de Mayo.
Los periódicos políticos del comunismo —Orientación— y socialismo —La Vanguardia— convinieron que lo ocurrido no estaba dentro de la normalidad. Era algo tan irreal, tan a contramano, que no cabía en los esquemas de la izquierda o la derecha. Américo Ghioldi calificaba, desde La Vanguardia, de “Lumpen proletariat (proletariado ocioso) sin contenciones morales” a quienes pidieron la libertad de Perón y su conciencia socialista de luchador por los verdaderos obreros quedó tranquila.
A medida que pasaba el tiempo, los diarios serios convinieron en que el 17 de octubre “malones de forajidos cayeron en las ciudades llevados por el odio y el rencor”. Los mismos diarios que habían aplaudido la expulsión violenta de los profesores nacionalistas, llamaron insólitas y vergonzosas las silbatinas a los rectores de La Plata y Córdoba y el robo de la placa de Palacios; los mismos que días atrás pedían que los militares regresaran a los cuarteles, lamentaban ahora que no hubieran puesto coto a esos “desmanes”.
Perón descansa cuatro días en San Nicolás, en la quinta de Ramón Subiza y vuelve a Bs. As el 22 de octubre. Participa en la ceremonia en la que prestan juramento el nuevo Vicepresidente, general Pistarini, y parte del gabinete.
Mercante le comunica los últimos informes sobre los trámites realizados para la formación del partido que hace congregar a los simpatizantes del incipiente y ya maduro peronismo. Ese mismo día, Evita y Perón contraen matrimonio por civil, son testigos Domingo A, Mercante y Juan Duarte y levanta el acta el Jefe de la sección primera del Registro Civil de Junín, don Hernán Antonio Ordiale.
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Fiesta de casamiento de Perón y Eva. Filmación familiar |
Semanas después se realizará el oficio religioso en la Iglesia de San Francisco de la ciudad de La Plata. Perón diría “Eva había vuelto a trabajar conmigo con más espíritu y con mayor pasión. Pensábamos al unísono, con el mismo cerebro, sentíamos con una misma alma. Era natural, por ello, que en tal comunión de ideas y de sentimientos naciera aquel afecto que nos llevó al matrimonio”.
La lucha por el poder es más que un derecho; un deber de militante. Perón lo explica así “los días de la campaña electoral pusieron a dura prueba las energías de Eva, que recorría el país a lo largo y a lo ancho, hablando siempre, incitando a unirse a nosotros en la batalla que debía servir para hacer triunfar sus derechos.
Trabajábamos día y noche, a veces no nos veíamos semanas enteras, y todo encuentro era, desde el punto de vista sentimental, una novedad, un descubrimiento”. El matrimonio Perón se instalará en el departamento de la calle Posadas que ha de ser un cuartel general.
A partir del 7 de noviembre se formalizó la convivencia política cuando el general Urdapilletta, a cargo del Ministerio del Interior, imparte la orden a la Policía Federal que permita la actividad de los partidos políticos.