Entre 1946 y 1949, período en que Miguel Miranda estuvo al frente de la economía, tuvo lugar una acelerada industrialización orientada a abastecer las necesidades de un mercado interno en plena expansión. Aldo Ferrer caracterizará esa etapa diciendo que “el gobierno llevó hasta sus últimas consecuencias lo que podríamos llamar la fase ‘clásica’ del proceso de sustitución de importaciones en el marco de una redistribución de ingresos a favor de sectores populares.
En ese período se siguió una política fuertemente expansiva. Simultáneamente, el gobierno ejecutó una política de nacionalización de servicios públicos y repatriación de la deuda pública. A través del control de precios para artículos de consumo popular, el subsidio al consumo de los mismos, el control de alquileres y los arrendamientos rurales, la política de salarios mínimos urbanos y rurales, la aplicación del sueldo anual complementario y las mejoras de las prestaciones del sistema de seguridad social, se produjo una fuerte expansión de la demanda de consumo y una fuerte redistribución de ingresos a favor de los grupos de menores ingresos”.
La protección arancelaria y el crédito barato fortalecerían a una industria que ya había experimentado un considerable impulso en los años de la segunda guerra mundial, multiplicando la cantidad de establecimientos —así como de trabajadores empleados— en poco tiempo.
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Juan Perón Presidente y General... |
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Efectivamente, la actividad manufacturera —especialmente la pequeña y mediana industria de capital nacional, en los rubros de consumo e intermedios— creció a un ritmo sin precedentes: el número de establecimientos pasó de 65.803 en 1943 a 104.000 en 1948; el de obreros ocupados, de 846.111 a 1.169.000. La tasa anual de acumulación de capital industrial, que había sido de 0,22 para el período 1940/45, subió a 8,24 en 1945/50. La participación de la manufactura en el producto bruto interno, que era de 18,4 por ciento en 1930/34, alcanzó el 23,5 por ciento en 1945/49.
Pero ese crecimiento hallaría su principal estímulo en la ampliación del mercado interno por la expansión del consumo popular. Se trató, en esos primeros años, de un efecto de retroalimentación.
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Turismo y esparcimiento popular. |
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El incremento de la actividad productiva multiplicaba las posibilidades de empleo, reforzadas también por la expansión de las funciones del aparato estatal, conduciendo a una situación de plena ocupación: el porcentaje de colocación sobre la oferta alcanzó al 82,4 por ciento en 1946 y al 89,3 por ciento dos años más tarde. Y el pleno empleo, a su vez, generaba las condiciones para un alto nivel de salarios —resultado también de las presiones sindicales y los aumentos dispuestos por el gobierno—, que elevaba la capacidad de consumo requiriendo una mayor producción de bienes. Tomando el año 1943 con base 100, en 1946 un obrero de la construcción ganaba 122,3, un trabajador textil 120,5 y un peón industrial 140,5.
Las remuneraciones altas, reforzadas por la reciente conquista del aguinaldo, ponían más dinero en el bolsillo del trabajador. Y eran aumentos reales, porque la inflación —aunque ya presente en el horizonte económico argentino— era escasa para erosionar significativamente el salario. Era, en verdad, una inflación controlada y controlable —según lo evidenciaría el plan estabilizador de 1952—, que tenía lugar como correlato inevitable del crecimiento acelerado, a la vez que respondía a algunos desajustes del mercado y la producción.