(2) Los nuevos empresarios

Los nuevos empresarios, hombres surgidos en muchos casos de humilde origen, carecían del prestigio propio de las clases dirigentes tradicionales. Lo compensaban con sobrada osadía y las pingues ganancias que la nueva situación les posibilitaba. Sin embargo, por regla general se mostrarían incomprensivos frente al peronismo: les molestarían los salarios altos, los aportes previsionales, las “impertinencias” de trabajadores y delegados sindicales. En verdad los sublevaba que sus empleados y obreros se mostraran menos sumisos de lo que habían sido muchos de ellos cuando trabajaban en relación de dependencia.

Figura 4:

Las expresiones musicales populares alcanzaron un extraordinario desarrollo, acompañando el proceso de dignificación social de la Revolución Justicialista.

Entendían mal que esa clase obrera sólidamente sindicalizada y ascendente, con sueldos altos y crecientes hábitos de consumo —aún cuando se mostrara exigente y presionada constantemente por mejores condiciones de vida y de trabajo— era su aliada histórica frente a la oligarquía tradicional defensora del viejo país, y la garantía de un mercado interno estable y expansivo. No percibían que ese Estado intervencionista, que imponía regulaciones y obligaciones previsionales, era a la vez su condición de existencia, al hacer posible su fortalecimiento y eliminar la competencia de las mercaderías importadas.

Documentos:

Cabecita negra
Escrito de Arturo Jauretche


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En 1945, el sector industrial era receptor de un tercio del total del crédito bancario. Hacia 1949, su participación alcanzaba a la mitad de los mismos. Por esa época, estaba casi completado el proceso de sustitución de importaciones en las ramas livianas.

Arturo Jauretche ha retratado con agudeza a ese grupo, explicando los fundamentos de su ceguera histórica: “A la sombra de esa expansión del mercado interno y el correlativo desarrollo industrial surgió una nueva promoción de ricos de distinta a  la de los propietarios de la tierra que venía de las clases medias, y aun del rango de los trabajadores manuales, y se complementaban con una inmigración reciente de individuos con aptitud técnica para el capitalismo. 

Figura 5:

Las relaciones obrero-patronales cambiaron radicalmente. La organización obrera y su concientización política enterraron para siempre el paternalismo explotador capitalista.

Pero esta burguesía recorrió el mismo camino que los propietarios de la tierra pero con minúscula. Bajo la presión de una superestructura cultural que sólo da las satisfacciones complementarias del éxito social según los cánones de la vieja clase, buscó ávidamente la figuración, el prestigio y el buen tono. No lo fue a buscar como los modelos propuestos lo habían hecho, a París o a Londres. Creyó encontrarlo en la boite de lujo, en los departamentos de Barrio Norte, en los clubes supuestamente aristocráticos y malbarató su posición burguesa a cambio de una simulada situación social. No quiso ser guaranga, como corresponde a una burguesía en ascenso, y fue tilinga, como corresponde a la imitación de una aristocracia.

"...peronismo es propender a un futuro venturoso, en el campo generoso de la escuela y el taller...

  Audio Canción: Peronismo es trabajar.
 

“Eso la hizo incapaz de elaborar su propio ideario en correspondencia con la transformación que se operaba en el país, hasta el punto que los trabajadores tuvieron más clara conciencia del papel que les tocaba jugar que esa clase. Basta leer, después de 1955, la literatura sindical y la de la burguesía (…) para verificarlo.

Figura 6:

Propaganda oficial. El alto consumo arrastraba también problemas de aclimatación de los asalariados pero eran corregidos rápidamente.

“Esa nueva burguesía evadió gran parte de sus recursos hacia la construcción de propiedades territoriales y cabañas que le abrieran el status de ascenso al plano social que buscaba. Fue incapaz de comprender que su lucha con el sindicato era a su vez la garantía del mercado que su industria estaba abasteciendo, y que todo el sistema económico que le molestaba, en cuanto significaba trabas a su libre disposición, era el que el permitía generar los bienes de que estaba disponiendo. Pero ¿cómo iba a comprenderlo si no fue capaz de comprender que los chismes, las injurias y los dicterios que repetía contra los nuevos de la política o del gremio eran también dirigidos a su propia existencia? Así asimiló todos los prejuicios y todas las consignas de los terratenientes que eran enemigos naturales, sin comprender que los chismes, las injurias y los dicterios eran válidos para ‘ella’.

El crecimiento

Así, se expandirían con rapidez la industria alimenticia y textil, en consonancia con un pueblo que se alimentaba vestía mejor. También aparecerían —y comenzarían a difundirse— los electrodomésticos: la heladera eléctrica reemplazaba a la barra de hielo en la conservación de alimentos, y empezaba a ser un elemento corriente en casi todos los hogares. El receptor de radio, antes privilegio de pocos, se popularizaba y llevaba música y noticias —al tiempo que la voz del gobierno, agregarían suspicaces los “contras”— a todas las viviendas, aún las de más humilde condición.

La industria trabajaba a pleno. Y ganaba. Los trabajadores no se ofrecían por monedas: exigían sueldos dignos y hacían valer sus derechos en ese nuevo país que producía y consumía.

Figura 7:

La dignificación de los trabajadores era el paso previo a su organización política. Para Perón el único camino posible para lograr la Unidad Nacional era lograr la madurez política del pueblo argentino.

El producto bruto industrial creció, en promedio, un 5 por ciento anual hasta 1950, y el PBI un 8 por ciento entre 1946 y 1948. La participación del salario en el ingreso pasaba del 44,4 por ciento en 1943 al 56,7% en 1951, igualando y aún sobrepasando el esquema distributivo de los países más desarrollados. En ese marco de expansión, la transferencia de ingresos hacia el sector asalariado, con alta propensión al consumo, no impidió —según suele decirse— la inversión: ésta aumentó, a pesos constante, $17.464 millones en 1948. Entre 1945 y 1952 el consumo aumentó un 3,5 por ciento anual.

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