El año 1950 -designado del Libertador General San Martín- significó para Eva Perón el momento culminante de su trayectoria humana y política. Su personalidad se había afirmado, su desbordante vitalidad la empujaba a una actividad constante y febril y era mucho más que la esposa del presidente: el Movimiento Peronista hallaba en ella una militante infatigable y una capacidad organizativa difícil de reemplazar.
Su fervor revolucionario -el mismo que se traducía en su palabra fogosa y apasionada- y su indudable carisma, hacían impensable la indiferencia para con ella: se la amaba o se la aborrecía. Pero esos sentimientos no eran casuales, porque Eva se había constituido en una especie de símbolo del sentido profundo del peronismo.
La adhesión sin límites de los sectores populares tenían su exacta correspondencia en el rechazo y el resentimiento que inspiraba a las clases acomodadas y -especialmente- a las damas "de la sociedad". Quienes habían dispensado beneficencias para tranquilizar sus conciencias, en el viejo país paternalista y oligárquico, no podían menos que ver una transgresión del orden social en el peronismo, que otorgaba derechos y regalos.
El viaje de Eva a Europa, durante el transcurso del año 1947, además de concretar su anhelo de conocer el viejo mundo le había permitido difundir su imagen - y la del gobierno que representaba- más allá de las fronteras.
Recibida con los honores correspondientes a la esposa de un jefe de Estado, no fue poca la inquietud de las clases altas argentinas ante la misión de tan particular embajadora.
Pero ya durante la gira europea, se habían presentado algunos problemas de salud que pasaron bastantes disimulados, y pudieron atribuirse al cansancio y el ajetreo propio del viaje. A poco más de un mes de iniciado el mismo y durante la estancia en Italia, el médico de la comitiva, doctor Francisco Alsina, debió indicar la conveniencia de unos días de reposo. Eva canceló sus compromisos y se recluyó en una villa de la ciudad de Rapallo cercana a Génova. El descanso debió repetirse hacia el final del viaje, en la residencia de propiedad de Alberto Dodero en Biarritz .
De todas maneras, nada de eso motivó preocupación y Eva retornó a su regreso la actividad habitual. En 1948 obtendría personería jurídica la Fundación y al año siguiente Eva sería designada presidenta de la Rama Femenina del Partido Peronista, recientemente creada. Todo eso exigiría de ella renovados esfuerzos y múltiples actividades, con el consiguiente desgaste físico."Lo único que lamento -diría en marzo de 1949- es que el día tenga sólo 24 horas y que a pesar de mi acción intensa no pueda estar en todas partes. No obstante, traté de lograr en estos tres años lo que no había hecho nadie en veinticinco años".
Y 1950 la hallaba - como hemos dicho- en el pináculo de su actividad. El 6 de enero Perón y su esposa ofrecieron un agasajo a la dirigencia sindical, que se llevó a cabo en los jardines de la residencia presidencial de Olivos, en horas de la noche. Tres días más tarde, Eva debió inaugurar el nuevo local del Sindicato de Conductores de Taxis, ubicado en Puerto Nuevo.
En el transcurso del acto, sufrió un desvanecimiento. No se dio demasiada difusión al hecho, ni pareció motivo de preocupación, atribuyéndoselo al intenso calor imperante (38 grados). Sin embargo, el doctor Ivanissevich -médico de cabecera de Eva y ministro de Educación- fue de distinta opinión: "No es posible definir las causas de los dolores experimentados por la señora sobre las caderas, en la fosa ilíaca derecha, por lo que aconsejo realizar una histerectomía". Alarmaban también a Ivanissevich otros síntomas: hemorragias, inflamación en los tobillos y frecuentes estados febriles.
Pero Eva se negaba con pertinacia a ser intervenida quirúrgicamente. Fue preciso que Perón la persuadiera para que pocos días más tarde se internara en el Instituto del Diagnóstico, donde se la sometió a una operación. El parte médico emitido por Ivanissevich diría:"La esposa del primer magistrado fue sometida a una intervención quirúrgica de apendicitis aguda, sin complicaciones. Su estado general es satisfactorio".
EI 13 de enero se dio a conocer un comunicado de la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia: "El estado de salud de la señora de Perón no era alentador desde un tiempo a esta parte. Sin embargo, desoyendo el insistente requerimiento de sus médicos, la esposa del primer mandatario no daba mayor importancia a la dolencia que le aquejaba. El sometimiento a las exigencias de los facultativos significaba el alejamiento temporario de sus funciones y la señora de Perón no quería abandonar, por un solo instante, la atención de los miles de problemas, grandes y pequeños, de los gremios y la gente humilde que llegaba hasta ella en busca de ayuda.
Se hizo necesaria la insistencia del propio general Perón, a la que se unían las de los médicos, para que la esposa del primer mandatario se aviniera a admitir que su mal era de cuidado y a aceptar la posibilidad de una operación.
Al día siguiente, Eva fue trasladada a la residencia presidencial para completar allí su recuperación. Poco después recibiría la visita de una delegación de la CGT. Dos semanas más tarde, se reintegraba a su despacho de la Secretaría de Trabajo y Previsión, marcando así su retorno a la actividad habitual.
Todo parecía indicar que se trataba de un problema de importancia menor, felizmente superado. Pero no era así: años más tarde Ivanissevich revelaría que, a través de los diversos análisis realizados con motivo de la operación. pudo establecerse la existencia de un quiste canceroso en la matriz de la paciente. Sin embargo, la sola posibilidad de someterse a nuevos exámenes y - eventualmente - a una nueva operación irritaba a Eva, que se negaba terminantemente.
Es difícil conocer los motivos de la persistente resistencia de Eva a disminuir su actividad y atender su salud. Tal vez presentía la gravedad de sus dolencias y temía enfrentarse con la verdad, aunque la cobardía no parecía parte de su carácter. Acaso no creía en la verdad de las advertencias médicas y desdeñaba la posibilidad de la enfermedad, pensando que esta no podría detenerla en el cumplimiento de la misión para la que se sentía predestinada. O bien sabía lo que ocurría y conciente de que su tiempo estaba limitado, no quería que nada la distrajera de las obligaciones que ella misma se imponía.
También se ha dicho que parte de la gente que la rodeaba la predisponía en contra de Ivanissevich. y ella suponía que la enfermedad era una excusa para apartarla de la actividad política. Pero lo cierto es que como rebelándose contra las limitaciones que su salud quería imponerle, Eva no tardó en reiniciar una labor intensísima. A principios del mes de febrero viajó con Perón, en el yate presidencial, a la ciudad de San Lorenzo -provincia de Santa Fe-, con motivo de la celebración del 137ª aniversario del combate librado por San Martín.
De regreso, a mediados de mes asistió a la rueda final de los campeonatos deportivos infantiles. Inauguró el Parque de los Derechos de la Ancianidad en el camino a La Plata, y a principios de marzo viajó a la ciudad de Paraná, con motivo de las elecciones que se celebrarían ese mes.
EI 8 de marzo, un nuevo comunicado de la Subsecretaría de Informaciones, informaba que la salud de Eva había vuelto a desmejorar: "Debido a la angina gripal que la aqueja desde hace dos días y que la retiene en sus habitaciones por prescripción médica, la esposa del jefe de Estado, que no pudo viajar hoy a Junín, en donde debía asistir juntamente con el general Perón a los actos organizados con motivo de la inauguración de varias obras correspondientes al Plan Quinquenal de gobierno, tampoco podrá hacerlo mañana a Pergamino y San Martín, en estas ciudades debería estar presente en concentraciones realizadas por la Confederación General del Trabajo. En las últimas horas, se informó que el restablecimiento de la señora de Perón se iba operando muy lentamente, por lo que el facultativo que la atiende, doctor Ivanissevich, dictaminó la inconveniencia de esos viajes".
El avance de la enfermedad no podía ocultarse, pero indiferente a las advertencias de Ivanissevich, Eva seguía atendiendo una agenda cada vez más nutrida. Concurría a inauguraciones y agasajos, recibía delegaciones sindicales, pronunciaba discursos. Todo ello sin dejar de lado la atención al público en la Secretaría de Trabajo.
En el mes de abril continuó la maratónica actividad: clausura del Congreso Nacional de la CGT, visita a villas de emergencia destruidas por un siniestro en la isla Maciel. Recepción a periodistas brasileños y al canciller libanés, almuerzo con dirigentes partidarios.
En mayo, Ivanissevich volvió a la carga: era necesario que la señora permitiera que se la examinara cuidadosamente, que atendiera las indicaciones médicas, que se dejara curar... Se dijo que Eva, nerviosa y molesta, llegó a abofetear al médico. Este, ofendido, presentó su renuncia al Ministerio de Educación, que no quiso retirar a pesar de las disculpas de Perón. El 18 de mayo, Ivanissevich fue reemplazado interinamente por el Ministro de Justicia, Belisario Gache Pirán.
De allí en más, libre de la insistencia de Ivanissevich, Eva ignoraría totalmente el tema de su salud. Y nadie a no ser, ocasionalmente, el mismo Perón se atrevería a mencionarlo. Extremó aún más sus esfuerzos: el 29 de mayo fue a Rosario y pronunció siete discursos en dos días. Luego viajó a San Juan, con motivo del fallecimiento del gobernador. Después fue a Jujuy y Catamarca, para regresar a Buenos Aires el 9 de junio.
A mediados de ese último mes, habló en el Teatro Colón, ante la Conferencia Nacional de Gobernadores. En esa ocasión, pronunció palabras que parecieron premonitorias: "Creo que el mejor homenaje que a diario le rindo al general Perón es quemar mi vida en aras de la felicidad de estos humildes a quienes yo sé que el general Perón lleva tan íntimamente prendidos de su corazón. El mejor homenaje que yo puedo rendirle al general es tratar de interpretarlo en sus ideales de patriota y de colaborar modestamente pero fervorosamente, hasta la muerte si fuera necesario, para salvar la causa de Perón, que es la de la patria”. Y concluyó: “Rindo un fervoroso homenaje a la Patria y a Perón entregándoles, si es preciso, mi vida". Parece evidente que Eva no se engañaba sobre su salud.
Las madrugadas sorprendían a Eva en su despacho del Ministerio de Trabajo. Al punto que "el 11 de julio de 1950 -cuenta Marysa Navarro- Evita batió su propio récord: se le hizo las cinco de la mañana en el Ministerio de Trabajo".
Sólo en los últimos meses del año, Eva accedería -a pedido de Perón- a pasar dos breves períodos de descanso en la quinta de San Vicente. Entre medio de ellos, realizaría un viaje a Rosario.
A sus actividades usuales se había agregado, por lo demás, una nueva: desde su regreso de Europa alentaba la idea de volcar en un libro sus vivencias y pensamientos. Para ello, mantenía largas entrevistas con un escritor y periodista español, contratado para encargarse de la redacción del mismo. En esas reuniones, Eva volcaba todo cuanto deseaba expresar, con el fervor y la autenticidad que le eran característicos. El libro aparecería recién en octubre de 1951.