(5) Más allá de la historia

Rosas y el capitán Ghandi 

José María Rosa

Después de la Revolución Libertadora quedé incorporado al peronismo. Antes había quedado ajeno, aunque con simpatía al movimiento. 

Fui preso para esconder a un diputado peronista, con quien no tenía mucha relación, pero algunas veces había venido a mi casa a consultarme temas históricos, y yo a la suya a discutir historia con los antirosistas (me refiero a John William Cooke). 

En un momento, serían las dos de la mañana, tocaron timbre de mi departamento. Yo vivía solo. Era Cooke que no podía entrar en el departamento que le facilitaron en ese mismo edificio porque le dieron una llave equivocada. Recordó que yo vivía allí y venía a pedirme asilo. Obré como debe obrar un criollo. Lo hubiera hecho aunque fuera mi enemigo, y Cooke no lo era. 

Puse la casa a su disposición, y a la mañana fui preso porque la presencia de Cooke había sido detectada por la policía. Me tuvieron en una oficina bastante incómoda y después me pasaron a un salón muy grande de la jefatura. Era un tribunal, pero como no había visto nunca, ni en película. Un estrado con seis o siete jueces de uniformes de las distintas armas; uno sólo, en un extremo de civil. 

Cuatro o cinco filas de sillas ocupadas por gente de uniforme de alta graduación y señoras y niñas muy bien arregladas que me miraban, esa fue mi impresión, con infinito desprecio: era un "peronacho". Me hicieron sentar en una silla frente al estrado, y después de sacarme fotografías, y creo películas, se apagaron las luces de la sala, y potentes reflectores se concentraron sobre mí. Situación deprimente. 

Hacia cinco o seis días que estaba preso, dormía malamente en una silla apoyado en una mesa, sin bañar, con el traje arrugado y manchado, la barba sin afeitar (era lampiño entonces), el pelo alborotado. Y estaba iluminado por reflectores ante un público tan distinguido. 

Empezó a interrogarme el miembro civil del tribunal: "El capitán Ghandi le pregunta ... " -¿Quién es el capitán Ghandi? - "Soy yo". Porque ese capitán de civil hablaba en tercera persona. Me preguntaba sobre Rosas. ¡Eso era una locura! Pero cuando hablan de Rosas se me olvida el sueño, el cansancio, la depresión, el lamentable estado en que me encontraba y me puse a dar una clase de Rosas a ese público absurdo. 

"El capitán Ghandi le dice que usted sabe mucho de Rosas"-Tal vez tenga razón el capitán Ghandi: pero si quiere que hable de Rosas que me invite una tarde a su buque, nos tomaremos dos whiskies y le digo todo lo que el capitán Ghandi quiere saber sobre Rosas ... pero no sé por qué me han traído con ametralladoras y en este estado. 

Aquí cambia la expresión del capitán: -"Es que usted enseña cosas que pervierten a la juventud y nos gustaría comprobarlo". ¿Pervierto a la juventud? - "los trata de hacer rosistas cuando Rosas fue un tirano, como el prófugo, que mató mucha gente". No mataba tanta capitán, los que mandó fusilar fue por traidores a la patria. -"Como a la patria? En todo caso traidores a Rosas." 

Toda la época de Rosas es de conflictos internacionales, con los bolivianos, con los franceses, con los ingleses, con los brasileños, y esa gente ayudaba al enemigo. 

" ¿Guerra con Francia, con Inglaterra, cuando?" -Con Francia hubo dos intervenciones: la de 1838, y la conjuntamente con Inglaterra en 1845.- "Ah .. .los bloqueos!"- 

Pero el capitán Ghandi debe saber que un bloqueo es un acto de hostilidad, y además no se limitaron los interventores a bloquear; también bombardearon a Martín García, Atalaya, la Vuelta de Obligado ... - "Pero no bombardearon Buenos Aires". Bueno, dicen que por una réplica uno es capaz de hundirse hasta las verijas; y yo, que soy un polemista de alma, no iba a perder la ocasión que me brindaba el capitán. Buenos Aires nunca fue bombardeada  -le dije- por marinos... extranjeros. 

Por un momento el capitán Ghandi no pareció darse cuenta de la intención; pero le llegó un papel, lo leyó, y me dijo: -"Su interrogatorio, señor, ha terminado. Lo íbamos a poner en libertad, pero queda detenido por ofensa a la Revolución Libertadora". 

Figura 40:
 
La furia antiperonista se descarga sobre un busto del general Juan Domingo Perón. 

Me pasaron a un calabozo, y días después a la penitenciaría rigurosamente incomunicado.... En esos días de estar incomunicado me enteré quién era ese famoso capitán Ghandi: era un protegido del subjefe de policía, de profesión maestro de escuelas que había estudiado algunas materias de medicina, y su verdadero nombre era Próspero Germán Fernández Albarinos. 

Oí decir muchas cosas extrañas de su manera de preguntar y de sus actos anormales, de cómo había cortado la cabeza de Juan Duarte para probar que no se había suicidado sino que lo mataron, que tenía la cabeza de Juan Duarte en una bandeja sobre su escritorio e infinidad de cosas por el estilo. Un detenido peronista, diputado por no se dónde, que era médico psiquiatra, hizo en base a los relatos que se hacían del tal Ghandi el diagnóstico de su enfermedad: -"era un paranoico" – 

Figura 41:
 
Rojas junto a su subsecretario de Marina, el contralmirante Arturo Rial.

¿Qué es un paranoico? le pregunté. Me explico que era un delirio sistemático, es decir que solo deliraba un sistema de personalidad, mientras la otra permanecía aparentemente normal; por los datos que le dábamos el tal Ghandi era un perseguidor-perseguido con predisposición a delirios de grandeza, que le llevaba a fingir conocimientos que no tenía y se sentía perseguido por enemigos imaginarios. 

En el caso de Ghandi los enemigos por quienes se creía perseguido eran los nacionalistas, y por eso se ensañaba con ellos. Agregó que esa clase de enfermos tiene conciencia de que están perturbados, pero quieren ocultarlo a los demás y a ellos mismos; que si yo le hubiera dicho "usted es un paranoico", habría entrado en crisis. 

Qué lastima -le dije- saberlo recién ahora. Cuando me dieron la noticia de que esa noche volvería al famoso tribunal, deseé fervientemente que Ghandi estuviese allí para desquitarme los cinco meses de incomunicación. Injusto por parte mía, porque no era a él sino a mi poca prudente alusión a los bombardeos de Buenos Aires. Pero de todas maneras me cobraría en un gorila. Esa noche fui llevado al tribunal; y Ghandi estaba. 

El tribunal ya no era el mismo. Ya no había militares sino unos muchachitos "comandos civiles" que hacían, junto a Ghandi de jueces. La diversión ya parece que aburría. Ghandi fue rápido a la imputación: "¡Se lo acusa a usted de haber incendiado las iglesias! "Como yo alcé los hombros: "No le importa esa grave acusación?" Absolutamente nada: entre usted y yo hay mucha distancia. 

"Le voy a mostrar la distancia", dijo el capitán, y tomado un bloque de papeles trazó unas líneas. "Acá en el centro está el capitán Ghandi", haciendo un circulito que lo representaba; "aquí a mi izquierda el infierno comunista" con circulitos que eran Marx, Stalin, Molotov... "Y aquí a mi derecha el infierno nazi", dibujando circulitos que eran Hitler, Mussolini, Perón y Rosas. "Y junto a Rosas está usted" Y exhibiendo triunfante con un dedo en el capitán de su gráfico y otro en el circulito que me correspondía dijo: "Ve la distancia que hay entre el capitán Ghandi y el doctor José María Rosa".

Me parecería mayor...pero si usted lo dice ... -" ¿Que le parece este gráfico?", mostrando triunfante su dibujo. Hice como si lo estudiara, y después pausadamente, muy pausadamente, le contesté: el dibujo de un paranoico. Un momento de silencio en el auditorio. Algo debería haber trascendido sobre el estado de Ghandi porque me pareció oír risas reprimidas en los comandos libertadores. 

“-¿Qué sabe usted lo que es un paranoico? ¿Es médico acaso?”- No lo soy, pero sé que el capitán Ghandi es un paranoico. "¿Y qué es un paranoico?" me pregunta con cierta alarma. Es un delirante- repetía la lección del psiquiatra peronista- perseguido-perseguidor, que imagina persecuciones y usa nombres que no tiene. Aquí las risas de los gorilas no pudieron contenerse. Ghandi con el color cambiado, dio una orden a alguien. 

Hubo un silencio: esperaba que me mandasen al calabozo, pero me había dado el gusto, y una noche se pasa pronto. Pero todavía no había acabado la sesión. El mensajero trajo un libro cuyo título decía : "Psiquiatría". Ghandi lo hojeó con nerviosidad hasta encontrar lo que buscaba. Era un dibujo."Mostró el dibujo del libro, y en la otra mano el suyo. "Este es el dibujo de un paranoico. ¿Ve que son distintos?", me preguntó con angustia. 

Yo no entiendo una palabra de psiquiatría pero se me ocurrió decirle: en uno los trazos son rectos, en el otro curvilíneos: pero en los dos el enfermo se coloca en el centro. A la verdad yo no había visto ningún enfermo en el dibujo del libro, cuyo trazado no entendía muy bien.

Pero por las dudas... debí acertar porque Gandhi, fuera de sí, se puso a gritar : "El capitán Ghandi será un paranoico, pero José María Rosa es un nazi, y prefiero mil veces ser un paranoico que un nazi". La escena era penosa y la gente ya no se reía. Me pareció que se retiraban. Los comandos civiles que integraban el tribunal, miraban a todos lados queriendo irse a cien leguas. Mientras Ghandi fuera de sí gritaba, les remaché el clavo a los libertadores: -¿No se dan cuenta que este hombre es un enfermo? 

Cuando salga de aquí los haré a ustedes responsables de mi detención, y no a este pobre loco. "Usted no saldrá nunca -gritaba Ghandi- porque la Revolución Libertadora no morirá nunca y usted se pudrirá en la cárcel". Y cosas por el estilo. Alguien compadecido, le tomó el hombro y le dijo algunas palabras al oído. Entonces con aire de mando, dijo: "¡Váyase! Usted es un nazi, y no podemos respirar el mismo que respira un nazi. ¡Váyase inmediatamente! y le prohíbo que escriba una palabra sobre lo que ha pasado esta noche. Si llega a hacerlo, yo escribiré el epílogo". 

La primera vez -dije dirigiéndome a los nerviosos comandos civiles- que un juez echa al reo del tribunal. Pero me fui nomás. Esperaba que me mandaran a un calabozo, pero no fue así. El mismo auto de la policía que me trajo, con el pesquisa que me custodiaba muerto de risa y felicitándome por lo que había oído que le dije a Ghandi, (lo conocían demasiado al parecer) me llevó de nuevo a la penitenciaría. Esa noche con unos lápices que le pedí al pesquisa y una resma de papel, reconstruí el increíble diálogo, dispuesto a publicarlo cuando me liberaran. Que fue al día siguiente.

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