Nuestra Obra

Daniel Di Giacinti
Autor

 

 

 

Introducción a la cuarta edición de Perón: la revolución inconclusa (2017)

Peronismo, apuntes para la reconstrucción


Luego de doce años de profundas transformaciones socio económicas a favor del campo popular, el movimiento nacional recibió una derrota electoral que permitió la entronización de una aberrante coalición neo liberal. Una especie de pesadilla de la que cuesta despertar en medio de un enorme despliegue de políticas de desmantelamiento de las políticas que por más de una década marcaron la potencialidad de un Estado al servicio del pueblo.


El peronismo debe reafirmar su compromiso como movimiento revolucionario y evitar transformarse en una fuerza liberal más enfrentando la clara intencionalidad de quienes con la excusa de la derrota nos abren un panorama de acatamiento a la democracia colonial. Debemos corregir los errores para continuar profundizando las transformaciones que de la mano de Néstor y Cristina retomaron la senda de una patria, justa libre y soberana soñada por Juan Perón.


Esta obra de análisis histórico es una herramienta más puesta al servicio del movimiento nacional para poder reconstruir nuestro movimiento alentando una democracia popular y participativa.

 

La batalla cultural
del peronismo

 

“Por medio de la Filosofía piensan las sociedades, ven los Pueblos. Piensan en su situación general, y lo hacen comparando su estado presente con el concepto que tienen de sí mismos. Al comprobar racionalmente la diferencia que hay entre el concepto que tienen de sí y la situación que ocupan, es cuando plantean sus aspiraciones.
En ese momento, los líderes de la corriente revolucionaria estructuran dichas aspiraciones en programas orgánicos, convirtiéndolas en banderas, tras las cuales marchan las fuerzas que deciden las situaciones: los Pueblos.

Triunfante la nueva orientación, trastoca las bases mismas de la sociedad, cambia los conceptos de calificación –creando un nuevo criterio de valorización-, cambia el sistema de reparto de los bienes sociales e individuales; cambia las aspiraciones de la época, las perspectivas del desenvolvimiento ulterior de la colectividad.
Eso es una revolución social.”

(J D Perón, Filosofía Peronista)

Como proceso de autodeterminación comunitaria el peronismo es una identidad política y cultural en permanente creación y progresión. Su ordenamiento doctrinario permite al pueblo y sus dirigentes la libertad de ir creando y transformando la realidad en que viven de acuerdo a sus intereses y deseos. No hay un camino preelaborado desde una ideología ni modelos a seguir, simplemente un respeto por los principios rectores que a modo de mandamientos fundamentales –sus tres banderas históricas y sus 20 verdades- ordenan desde lo conceptual el proceso.

Los intelectuales en general menosprecian a la Doctrina comparándola quizás con la envergadura y sofisticación ideológica de otros pensamientos políticos. Sin embargo su aplicación permite una creatividad comunitaria permanente que va construyendo una realidad que por sí misma tiene una fuerte identidad política y cultural. Un ejemplo claro de esto es lo logrado en esta Década Ganada respecto de muchos tópicos, como los derechos humanos, la denuncia contra el capitalismo financiero, los procesos de unidad latinoamericana etc. Sin embargo para los peronistas estas realidades que van conformando nuestro acervo histórico se plasman en una identidad que no se puede proyectar hacia el futuro anulando la creatividad popular.

Es decir que la fuerte identidad cultural del peronismo siempre es consecuencia de la acción transformadora de los Pueblos ordenada detrás de sus principios y valores y si bien son una referencia histórica clara, no pueden transformarse en un mecanismo que desde una interpretación racionalista pueda lanzarse en perspectiva hacia el futuro para preelaborar un camino determinado.

La complejidad de los proceso políticos del presente ha demostrado la limitación de las recetas ideológicas preconcebidas. Los pueblos y sus dirigentes, armados de poderosos conceptos doctrinarios se pueden abrir paso en medio de un mar agitado y tormentoso absolutamente cambiante como es el complejo mundo en que vivimos. No podría nadie hoy tener la capacidad de analizar en su totalidad la realidad para brindar una síntesis y resolver los problemas con una fórmula científica materialista y románticamente liberadora. La implosión de la Unión Soviética lo demuestra.

Hoy el secreto es armarse de mecanismos ordenadores de la potencialidad constructora de las comunidades y con una renovada fe en el hombre, con la recreación de una nueva fe en el individuo, lanzarlo a la proeza de su autodeterminación. Eso es el peronismo.

El peronismo es un “modelo cultural” en permanente expansión junto con la maduración colectiva de su pueblo. Impulsado por una nueva filosofía de la acción política, una nueva filosofía de la vida como pregona nuestra doctrina. Y esto es quizás algo difícil de describir en palabras ya que se trata de un asunto de filosofía política, de cómo el ciudadano se “siente” ante su realidad, ante sus conciudadanos y sus instituciones políticas. Pero sí sabemos que las comunidades hoy han dejado de “sentirse representadas” por las instituciones liberales generando una profunda crisis. La revolución peronista desde su nueva filosofía trata de brindar elementos para generar una nueva representación ciudadana.

Por sus características especiales el peronismo nunca se ha sentido cómodo en las instituciones liberales. Es que hay una relación natural entre las instituciones políticas y su comunidad. El ciudadano debe sentirse representado por ellas para poder delegar su confianza que es el atributo fundamental del poder. Si el ciudadano no confía , o no se siente incluído por las instituciones están serán débiles y vulnerables. Por eso la relación entre el Estado y el ciudadano debe respetar el momento histórico y su potencialidad cultural. Mantener instituciones políticas como el demo-liberalismo que responden a un momento histórico donde la mayoría del pueblo era analfabeto y la lucha se presentaba como la sustitución de un absolutismo monárquico, es hoy una hipocresía al servicio de una intencionalidad de dominio colonial.

Hoy el debate es cómo profundizar desde las democracias republicanas la participación activa del ciudadano para que dé rienda suelta a sus potencialidades culturales que han cambiado de forma extraordinaria. La cultura del neoliberalismo se aferra a las antiguas instituciones e intenta desmovilizar al ciudadano, tratando de imponer un modelo participativo fuera de tiempo y de la coyuntura histórica. Esta falta de armonía con el tiempo histórico en que se vive impide la maduración cultural de la Comunidad manteniéndola indemne ante los enormes poderes de control de la información de los intereses corporativos. Un ciudadano infantilizado provoca además un Estado débil con dirigencias políticas sin poder real para poder torcer el ímpetu colonialista de los países desarrollados.

Los modelos “ideales” del colonialismo

El esquema participativo del sistema liberal fue la respuesta creativa de otras comunidades para otro momento histórico. Aplicar el modelo “llave en mano” a un comunidad diferente y fuera de época puede ser producto de un infantilismo político de sus dirigencias o un intento de desarrollar una política colonialista, o de ambos.

El desarrollo de una política de liberación o simplemente de una política, supone una adaptación congruente con un momento histórico determinado y respetando las potencialidades culturales del momento.

La batalla cultural es romper la trampa de una participación política demo-liberal al servicio de un “hombre niño” que tiende al colonialismo. Decimos que es una batalla cultural porque no se trata de impugnar las estructuras de las antiguas instituciones sino su filosofía de acción política. El nacimiento de una nueva de filosofía participativa basada en una nueva cultura revolucionaria que transformaría el sentido involutivo de las perimidas instituciones liberales y las llevaría hacia una nueva funcionalidad liberadora.

Esta nueva filosofía de la acción política debe impugnar el sentido filosófico del Estado liberal proclamado por los que intentan mantener sus privilegios y prebendas.

 

“…la concepción liberal del Estado se fundamenta en un concepto unilateral del hombre, ya que lo toma como individuo aislado, dejando de lado su carácter social. Esta exaltación de la dimensión individual del hombre es la continuación de la orientación renacentista.

Para el Renacimiento, bajo la influencia del culto a la antigüedad clásica, el hombre era el centro del mundo; por eso dijimos, que si bien el humanismo renacentista es antropocéntrico, reconoce dos defectos de estrechez: es materialista y antipopular.

El liberalismo sigue dentro de estos moldes, considerando a cada ser humano una especie de dios autónomo, que todo lo espera de sí mismo. Pero en la práctica, ese dios autónomo es el capitalista, sin más acicate que su interés personal, sin ningún sentimiento solidario hacia su comunidad, indiferente a los intereses y a los sufrimientos ajenos.

Es el hombre deshumanizado que, en el caso de tener más fuerza que el resto, no vacila en esclavizarlo, pues sólo piensa en sí. Es el verdadero lobo del hombre.

Quiere decir que en la doctrina liberal hay sólo una aparente estimación del hombre; en el fondo le niega lo que lo hace verdaderamente humano, su sentimiento de hermandad hacia los demás, su solidaridad.

El liberalismo aísla los hombres entre sí, favoreciendo de esta manera a los más poderosos para que atrapen a los más débiles, pues el Estado no tiene que intervenir en las actividades de los hombres.
“La libertad para todos los hombres del mundo” se convierte en una libertad sin freno para los capitalistas que tienen en sus manos todos los resortes.

No existe libertad para el hombre de Pueblo, ya que el sistema le niega los medios concretos indispensables para ejercitarla, carece de legislación social que lo proteja y prácticamente, no tiene derechos políticos.

De este modo el liberalismo ensanchó el campo de la esclavitud para el hombre de trabajo, pues éste no sólo siguió sometido políticamente, sino sometido en peores condiciones que nunca al absolutismo del poder económico.

El hombre de Pueblo, en la mayor situación de desamparo, aislado de sus hermanos y abandonado por el Estado a sus propias fuerzas, se encontró en el callejón sin salida de la lucha de todos contra todos. “el estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia como un palenque donde la hombría puede identificarse con las proezas el ave rapaz”.

(Juan Perón, Sociología Peronista)

Invertir el sentido individualista del liberalismo fue la tarea del peronismo. Tratar de recuperar el sentido de la solidaridad social y poner al Estado en función de proteger a los más débiles. Ese era el camino para poner en marcha una verdadera democracia, con una libertad e igualdad real y no la exteriorizada en las constituciones liberales para regodeo hipócrita de su sofisticada cultura basada en la soberbia “civilizada”.

La doctrina justicialista

La cristalización ideológica y filosófica del liberalismo era alentada por un verticalismo feroz aplicado desde el poder político y provocado por el hecho evidente de que enormes sectores del pueblo adolecían de la educación y la información necesaria para la toma de decisiones. La clase profesional política en sus dos variantes: profesional/ administradora/ gestionadora/ liberal o tipo vanguardia esclarecida/partido revolucionario eran una lógica consecuencia.

Hoy la política vuelve a tener la posibilidad de transformarse en una herramienta integradora de las mejores virtudes sociales al tener prácticamente toda la comunidad una nueva potencialidad participativa.

El justicialismo propone a la acción política como una construcción comunitaria en permanente gestación. No hay caminos preelaborados desde rígidas posturas filosóficas o ideológicas. La ideología del peronismo es una creación popular y está en permanente construcción.

Para ordenarlo la discusión ciudadana debería lograr la suficiente armonía ideológica que impida los enfrentamientos estériles dando cabida a un arco de opiniones disímiles. Una homogeneidad que le brinde además una identidad lo suficientemente definida para transformarse en una alternativa visible ante las presiones culturales del colonialismo.

Perón explicaría la necesidad de ordenar el debate comunitario en su libro Conducción Política:

“...El punto de partida de toda organización consiste en organizar a los hombres espiritualmente: que todos los hombres comiencen a pensar y a sentir de una manera similar, para asegurar una unidad de concepción que es el origen de la unidad de acción...”

“...Reunir hombres sin haberlos previamente animado con una doctrina que les dé objetivos comunes y aspiraciones similares, más que organizar es desorganizar...”.

(JD Perón, Conducción Política)

Para ordenar toda esta dinámica creadora, el justicialismo propone un acuerdo sobre los principios con los cuales debemos ver la realidad y una tabla de valores para unificar de alguna manera la forma de resolver los conflictos.

Estos principios o valores fundamentales fueron interpretados por Juan Perón en una Doctrina Nacional. Cuando queremos sumar a alguien a este Movimiento Nacional solo pedimos que se respeten estos principios rectores y ordenadores de la acción. Le decimos algo así: “Uníte a esta acción transformadora. Podes opinar lo que quieras, siempre y cuando respetes estos principios fundamentales que nos unen a todos. Podes crear y aportar desde tus capacidades personales y potencialidades ya que nuestro camino lo realizamos entre todos y no esta preelaborado desde una ideología cerrada. No sabemos qué forma final tomará nuestra lucha contra la injusticia, y dependerá de nosotros mismos.”

Concebir la realidad de una misma forma y resolver los problemas con una tabla de valores en común permitirá salvaguardar la creatividad individual y social de la comunidad manteniendo una identidad que a su vez pueda madurar culturalmente elevando las solidaridades populares.

Esta maduración colectiva permitirá profundizar un poder político cada vez más sólido hasta alcanzar la Unidad Nacional, primer peldaño para lanzar a la nación argentina hacia la integración continental.

Tres sencillas banderas sintetizan estos principios revolucionarios que ordenarán la creatividad popular. Hagamos lo que hagamos ninguna acción debe contraponerse con nuestros ideales de justicia social, independencia económica y soberanía política. Cualquier decisión que atente contra estos principios fundamentales será una puerta abierta al colonialismo que intenta someternos.

La Justicia Social es nuestra bandera fundamental porque asumimos que la igualdad y libertad pregonada por las constituciones liberales, son una ficción jurídica que avala la hipocresía de congelar una injusticia real, brindando los mismos derechos a poderosos y sometidos. Creemos que luchar por una democracia real es luchar contra la injusticia social para nivelar las diferencias provocadas por un capitalismo feroz, cruel e inhumano. Por eso la Comunidad Organizada es principio y fin del justicialismo. Luchar por una Comunidad Organizada es luchar por poner en marcha una democracia verdadera donde todos tengamos los mismos derechos. Luego será el pueblo por sí el interprete y dueño de su destino.

La Justicia Social lucha además por la maduración cultural del pueblo para romper con los privilegios monopólicos de las decisiones políticas impuesta por el demoliberalismo y permitirle al ciudadano expresarse políticamente -no solamente con su voto para la elección de la conducción del Estado- sino desde su actividad personal en la comunidad, como trabajador, intelectual, comerciante o empresario.

La Justicia Social pelea también por lograr la humanización del capital para poner la potencialidad económica al servicio de un proceso político, donde la confianza ciudadana comience a depender de las potencialidades creativas del pueblo y sus instituciones y no de las aspiraciones especulativas de un grupo de usureros y profesionales del lucro.

La segunda bandera es la Independencia Económica que motoriza la lucha contra el colonialismo económico y propone poner todas las fuerzas productivas del país al servicio de un proyecto nacional y no al servicio del mercado transnacional de las plutocracias dominantes.

Finalmente la bandera de la Soberanía Política que es la responsable de consolidar en términos institucionales la recuperación democrática, garantizando los derechos individuales y de la Nación toda.

Como podemos ve las tres banderas no son una especulación partidaria, o un dogma ideológico, sino una herramienta de ordenamiento de una nueva forma de participación ciudadana como eje de una lucha anticolonialista que defiende los intereses de la Nación.

Cuando el peronismo puso las tres banderas en la constitución del 1949, se lanzaron voces de condena por creer ver en ellas un slogan partidario o una sumisión ideológica a una fracción ciudadana. En realidad las tres banderas son un compromiso de todos los argentinos que de buena fe se deciden a enfrentar los apetitos colonialistas contra nuestra patria.

Las Tres Banderas son una herramienta de concepción política que permite que la transformación creativa del pueblo argentino tenga en su ejecución una identidad política que garantice su potencialidad anticolonialista, construyendo la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.

Estos mismos principios son los que motorizaron los profundos cambios con los cuales Néstor y Cristina Kirchner transformaron a este país destruido por las políticas neoliberales en una nueva esperanza para los argentinos.

La política nacional

Siempre el peronismo presentó sus enormes transformaciones socio-económicas como resultado de aplicar una Doctrina que era compartida por el pueblo todo. Era la forma de mostrar que los dirigentes no eran una grupo de iluminados que mágicamente nos liberaba, sino que eran los mejores cuadros que podían transformar en hechos concretos las aspiraciones del conjunto.

Un proceso de liberación además, adquiere una dimensión Nacional porque la contradicción fundamental, el motor que mueve la evolución social, es la lucha entre los imperios de turno y los pueblos sometidos a sus influencias. Los pueblos se defienden desde una posición nacional que engloba a todos los sometidos por las fuerzas foráneas. Sin embargo el apetito colonialista siempre encuentra la complicidad de las oligarquías nativas que se saben débiles ante su propia comunidad por su actitud explotadora. Ya lo expresaría José María Rosa al referirse al imperio inglés y su relación con la burguesía argentina: “…Poco le interesan los talleres artesanales a la burguesía nativa que piensa como “clase” y deja de lado la “nación”. Esa clase toma la libertad como culto nacional: adopta el liberalismo en su beneficio pues ha comprendido que la libertad favorece a los fuertes, y la burguesía será la fuerte en el medio nativo. Sostiene el liberalismo político que significa su preeminencia interna, apoyada naturalmente en el liberalismo económico que favorece a los foráneos.” “El Estado dominante que ya podemos llamar metrópoli favorecerá el liberalismo político que deja el gobierno y la preeminencia interina en manos de una clase sin mentalidad nacional, y garantiza con eso la permanencia del liberalismo económico exterior.”

Una política nacional es la expresión de una unidad conceptual entre el Estado, los dirigentes y su pueblo. Ver la realidad “con un mismo lente” y poseer una misma escala de valores respecto de lo malo y lo bueno en la acción política, provoca esa “armonía ideológica” que permite que el dirigente exprese “lo que el pueblo quiere”. De esa misma manera el pueblo se siente identificado con las políticas nacionales, puede apropiarse y responsabilizarse de ellas junto con sus dirigentes.

Si se me permite una anécdota personal, cuando Cristina Kirchner reestatizó YPF, los militantes no tuvimos que ponernos a analizar “que nos quería decir nuestra presidenta con esta acción política”. En mi caso simplemente fue llamar a los compañeros para realizar el festejo y brindar. Esta comunión entre la acción de nuestros dirigentes y nosotros no es mágica. Simplemente compartimos los mismos principios doctrinarios.

Es la unidad en los conceptos doctrinarios lo que permite la nueva relación entre dirigentes y el pueblo y que permite romper el verticalismo individualista del demoliberalismo. Claro que esta nueva relación ciudadano-dirigente que propone el peronismo no es suficiente para lograr la ansiada maduración de la cultura social como herramienta de liberación, es necesario estimular además la participación en las decisiones del Estado de aquellos ciudadanos que decidan sumarse aportando su actitud militante movilizada.

Esta unidad con los dirigentes y el Estado es fundamental para lograr el encuadramiento popular. Para profundizar la toma mayor de responsabilidades acorde al lugar de actividades que se tenga en la comunidad (gremial, social, empresario, estudiantil) es necesario primero adoptar una doctrina común para “sentirse” parte de ese proceso de transformaciones nacionales.

Muchas revoluciones se han perdido en las marañas burocráticas cuando aflora la sombra del vanguardismo político de la izquierda o la soberbia profesional de los políticos liberales.

Cualquier militante o ciudadano esté donde esté y con cualquier caudal de compromiso, se debe “sentir” protagonizando una lucha nacional y partícipe en las grandes transformaciones y batallas para sumar a la par la suya individual, como parte de una agrupación, de un gremio, de una unión vecinal, en las redes sociales o donde fuere.

Muchas veces los militantes no sentimos un poco solos y aislados en nuestras tareas, y nos sentimos renacer en los actos multitudinarios cuando nos vemos tantos y tan juntos. Por eso debemos renovar la fe en nuestra doctrina y esta unidad conceptual, ya que debemos asumir que cuando nosotros “miramos la realidad” hay millones de compañeros que la “están mirando” de la misma forma, y cuando repartimos nuestro volante en un barrio, debemos “sentirnos” que somos millones sumando esos pequeños esfuerzos, transformándonos en una enorme fuerza popular. Ese es el poder de pertenecer a un movimiento nacional que posee un objetivo en común y está atravesado por los mismos principios doctrinarios. Esa es la “magia” de la unidad de acción.

“…El liberalismo individualista no concibe la existencia de un pensamiento o una doctrina nacional, es decir, querida por el pueblo y ejecutada por el gobierno.

La doctrina de la Nación, para los individualistas, consiste precisamente en no tener doctrina, en prescindir de toda definición con respecto a los objetivos y los intereses de la nacionalidad.

En su desproporcionado culto por la libertad, el individualismo, acepta aun la libertad liberticida y tolera la prédica de ideas disolventes de la nacionalidad y corrosivas del sistema democrático…”

“…A aquellos que creen en la inoperancia de una doctrina nacional les preguntamos: No existen fines nacionales?, no tiene cada nación una empresa, una misión histórica que realizar?, no tienen los hombres, todos los hombres que integran una comunidad, problemas comunes, que exigen, para encarar su solución, una orientación de conjunto?

La carencia de Doctrina Nacional conduce solamente a dos cosas: o a la anarquía o al colonialismo.

A la anarquía, por falta de un pensamiento ordenador, que de unidad a la legislación y a la acción de gobierno.

Al colonialismo, por el sometimiento a una doctrina imperialista que supla la propia indigencia…”

Juan Perón, Política Peronista

 

Burocratización y corrupción

Dos factores negativos surgen cuando no se puede consolidar una doctrina nacional que unifique en una misma concepción política al pueblo, militantes y dirigentes: la burocratización y la corrupción.

La falta de una doctrina nacional provoca en los militantes que participan desde sus ámbitos de actividades particulares a sentirse excluidos de las grandes decisiones nacionales. Las acciones de la dirigencia les resultan ajenas e inaccesibles y por lo tanto decae la mística que motoriza la participación. La indiferencia y la falta de compromiso es la resultante. La falta de una proyección hacia una actividad política nacional también provoca que aflore una actividad de carácter profesional es decir de defensa de los intereses del núcleo de pertenencia donde se trabaje: social, gremial o estudiantil. La falta de solidaridad del activismo con una causa nacional estimula la aparición de la filosofía liberal de la defensa de intereses sectoriales. La política correcta es la armonización de las reivindicaciones sectoriales con los nacionales en función de hacer crecer el poder popular.

Esto provoca también el surgimiento de un verticalismo en las relaciones entre el dirigente y sus bases ya que se abandona la filosofía de la conducción. Una cosa es conducir una armonización de intereses sociales con una política nacional que es una acción creativa comunitaria y permanente -es una dinámica diaria y cambiante- y otro es defender los intereses particulares en forma independiente.

Este aislamiento anula la solidaridad social fundamental para mantener la ética revolucionaria del peronismo. Además cuando defendemos los intereses particulares, deja de tener sentido la incorporación movilizada y multitudinaria. Todas las organizaciones políticas, sociales, gremiales, estudiantiles, profesionales etc., tienen en la actualidad los cuadros necesarios para desarrollar en esas instituciones una funcionalidad liberal para la defensa de sus intereses profesionales. Pero una cosa es pelear por los intereses de un gremio -por citar un ejemplo- y otra es pelear desde un gremio por los intereses de la patria que incluye los intereses de ese gremio.

Esta limitación al encuadramiento genera la burocratización ya que pone un límite al crecimiento orgánico quitándole además su dinámica revolucionaria. Esto abre también las puertas a la corrupción ya que la ética que promueve la acción de los dirigentes pasa a ser prácticamente de índole personal. La ética revolucionaria está en el marco de un proceso mucho más comprometido. No es lo mismo traicionar un compromiso moral personal que un compromiso colectivo y revolucionario que incluye la historia y memoria de miles de compañeros caídos en el camino hacia los objetivos comunes.

Evita señalaría estos procesos de degradación como la oligarquización de las dirigencias, que aún desarrollándose con un sentido propositivo y superador, detienen y conspiran contra la marcha hacia una democracia sustancial y participativa. En el peronismo no tendría que existir portación de apellido como esquema de acceso a cargos de dirección, ni tendría que existir la idea de que tal o cual conjunto de dirigentes puede armarse a dedo en base a billeteras y llegadas varias a lugares de decisión, postergando y opacando la militancia.

 

La política colonial

“El gobierno en los países liberales es generalmente ejercido por personas que representan los intereses oligárquicos más poderosos, son ello los círculos plutocráticos y no el pueblo –pese a todas las apariencias de los procesos eleccionarios- quienes deciden los nombres de los gobernantes.

Además en la política liberal, el gobierno tiene un radio de acción muy limitado y está constantemente trabado por la existencia de verdaderos “campos prohibidos” en lo económico y lo social, donde su presencia no es admitida.

El Estado liberal, como consecuencia, está sometido, en mayor o en menor grado, al dominio de los grandes consorcios capitalistas y, en lugar de servir a la felicidad del Pueblo, es ciego instrumento de la felicidad de unos pocos privilegiados, dueños de la riqueza y, por consiguiente, dueños del poder.”

Juan Perón, Política Peronista.

Enfrentados contra este intento de participación y unidad conceptual masiva entre pueblo y estado, surge el intento colonizador de los “demócratas liberales” que buscan mantener los privilegios de las decisiones políticas aisladas del pueblo y que incentivan con esta actitud un estado de individualismo materialista ya que impiden la relación social entre el pueblo y la comunidad, afirmando que la política es un tema de profesionales y administradores eficientes.

Para ellos, que no creen en el pueblo -ya que parten de una moralidad construida sobre el Saber al cual solamente acceden los privilegiados- esta nueva relación que propone el peronismo les resulta un circo demagógico, porque lo ven con los lentes de su propias convicciones antipopulares y clasistas.

Por supuesto que justifican su acción colonial con un discurso propio de otro siglo, enfrentando esta nueva realidad como si se tratara de una monarquía absolutista. Atacan a los esfuerzos de socialización política acusándonos de populistas pues a través de su visión antipopular cualquier relación con su comunidad más allá de la acción electoralista es para ellos manipular al pueblo.

El peronismo siempre profundizó su relación con la comunidad porque considera que la revolución es un proceso de transformación que se realiza en conjunto con el pueblo que comparte los principios doctrinarios. En el primer peronismo rebalsó los limites participativos de la democracia colonial de la década infame. El pueblo desde el 17 de octubre siempre fue el protagonista central de las acciones políticas de la revolución justicialista. Su presencia fue activa no solamente en los actos comiciales, sino también siguiendo toda la agenda política. Los 1ro. de mayo y 17 de octubre eran verdaderos plebiscitos políticos. Todas las acciones de gobierno eran acompañadas de una multitudinaria presencia popular.

Para el liberalismo que acotan la participación política del ciudadano solamente en las campañas políticas es incomprensible la presencia movilizada del pueblo. Para el peronismo que estimula el compromiso del ciudadano en términos de su movilización activa sobre las transformación ejecutiva del Estado, el ciudadano elije no solamente cada cuatro años en las épocas electorales sino que su elección es todos los días en función de su movilización personal.

“…Los partidos políticos tradicionales habían, en efecto, constreñido y reducido toda la vida política nacional a un solo y no el más fundamental aspecto de éste: la política electoral.

Esta hipertrofia de lo electoral, en detrimento de lo específicamente político era la característica esencial del régimen anterior al Peronismo.

Toda la actividad política -de los partidos, de los caudillos e incluso del gobierno- estaba orientada exclusivamente al servicio de fines meramente electoralistas.

Una cosa es la política electoralista como medio para llegar al poder e imponer desde allí una orientación que es propia de una fracción del Pueblo argentino, y otra cosa es la política nacional que el país no puede dejar de seguir si se quiere ser un Pueblo libre, soberano y grande.

Para nosotros la elección es solamente un acto intermedio. El acto final es la obra, es el trabajo, es el sacrificio que debemos realizar los peronistas con las mas alta dosis de abnegación. No se trata pues, de reducir la importancia de la política; la tiene y grande, desde el momento que todo el régimen democrático descansa sobre el régimen electoral; pero se trata sí de evitar que lo electoral absorba todo lo político, al punto de impedir, como sucedía con anterioridad a Perón, la realización de una auténtica y fecunda obra de gobierno.”

“…la Nación no puede estar al servicio de la política, sino la política al servicio de la Nación.”

Juan Perón, Política Peronista.

Por supuesto que esta posición política es disfrazada por los representantes coloniales con el famoso discurso liberal. Discurso con un grave olor a naftalina que viene siendo reproducido desde épocas inmemoriales por los colonizados de turno. Esto nos obliga a meternos un poco en el túnel del tiempo para desmenuzar un poco sus viejos conceptos de igualdad y defensa de las libertades individuales que –aunque parezca mentira- vuelven a esgrimir con una tozudez ya casi suicida.

El liberalismo basa su prédica en una ficción que sonaba revolucionaria en los tiempos del derecho divino de los reyes feudal, donde desde un constitucionalismo jurídico se proveía mágicamente de igualdad, justicia y libertad a todos los ciudadanos. Es evidente que esto no existe en las comunidades del mundo de hoy. El sistema demoliberal además de cristalizar la injusticia -dando los mismos derechos y posibilidades a poderosos y sometidos- garantiza los privilegios corporativos al sostener formas participativas que impiden la generación de un poder político que resuelva realmente la falta de igualdad, libertad y justicia.

Cuando la política no puede concebirse como una construcción de un proyecto nacional comunitario se transforma en un juego de política de círculos donde lo único que está en juego es el acceso a la administración estatal y su enorme poder.

Desde ahí, basadas en un sistema demoliberal la política toma características absolutamente electoralistas. Pero quizás lo más grave de todo sea la corporización de un sistema que impide la maduración cultural del pueblo y por ende también del dirigente. El sistema de participación política que sugiere el peronismo impone no solamente la maduración comunitaria, sino también la complejización de la organización política, multiplicando los organismos participativos en coordinación con el Estado. Esto obliga a un proceso de maduración política permanente de los dirigentes a cargo de la conducción.
Es necesario entonces acentuar las diferencias entre las dos formas de hacer la política, la de la democracia formal, corporativa y colonial, y nuestra democracia social, movilizada participativa y plena de lucha detrás de nuestra tres banderas revolucionarias.

 

Reconstrucción y liberación

“…Tenemos que hacer una organización para lo que debemos realizar. Esa organización ha de ser para la Reconstrucción Nacional, en primer término, y para la Liberación Nacional, en segundo término. No queremos liberar ruinas; queremos liberar una nación. No queremos liberar un cadáver; queremos liberar un ser que trabaje y se desenvuelva…”

“…El proceso que estamos haciendo lo hemos llamado de Reconstrucción; pero al decir Reconstrucción no queremos decir arreglar sólo las casas, la economía o la industria, sino también los hombres…”

Perón habla a la Juventud Peronista.
(Primera reunión – 7 de febrero de 1974)

En una etapa donde las identidades políticas y culturales son una construcción de la Comunidad se debe primeramente reconstruir los basamentos éticos de esa comunidad para luego organizarla para que defina su destino. El sistema demo-liberal hace tiempo que se ha transformado en una herramienta al servicio de la colonización y en complicidad con las oligarquías nativas se ha dedicado a mantener a las comunidades desunidas, infantilizadas y bombardeadas por los valores éticos que ayudan a mantener sus intereses y privilegios. Con la idea de que la política es cosas de sofisticados administradores profesionales, ha mantenido a los pueblos lejos de los debates y de las áreas de decisión fundamentales alentando la indiferencia, el individualismo, la competencia y el ansia de lucro.

La primer etapa de la revolución peronista siempre fue de reconstrucción social, donde no solamente se debieron recuperar el control de las estructuras económicas y políticas fundamentales redistribuyendo el ingreso para brindarle a los trabajadores condiciones mínimas de dignidad, sino que se impulsó una reconstrucción ética que pusiera en marcha los principios que desarrollaran un acción política liberadora. Esto fue lo que el Coronel Perón denominó: “el despertar de la conciencia social de los trabajadores argentinos”.

Un “humanismo en acción” como el peronismo, debería despertar una nueva fe en la solidaridad del hombre para lanzarlo como un nuevo protagonista de una revolución que por primera vez pondría a las pueblos, es decir a los Comunidades en su conjunto, a la acción creadora de las identidades políticas y culturales.

Estas etapas de reconstrucción social deberían devolver el sentido de la solidaridad como eje fundamental de la acción política desplazando al individualismo egoísta que incentivaba el sistema demo-liberal. Se debía terminar con la cosificación humana del capitalismo explotador de cernir a los trabajadores como simple factor de producción económica. Esta fue la etapa de la dignificación del pueblo que se desarrolló con el emblema fundamental de la Fundación Eva Perón con Evita a la cabeza.

Resuelto esta primera etapa, la consecuencia natural del surgimiento de ese nuevo hombre solidario generaría la organización política de la comunidad para poder dar lugar a las nuevas potencialidades sociales que se pondrían en marcha.

Lamentablemente el peronismo nunca pudo superar las etapas de reconstrucción y pasar a las etapas de liberación social. El momento histórico donde se desarrolló impidió a las dirigencias y a la Comunidad comprender el sentido profundamente revolucionario de la autodeterminación comunitaria propuesta por el peronismo.

Por eso quizás se vislumbraron las banderas del peronismo aplicadas a las etapas iniciales de la revolución. Sin embargo los principios fundamentales del justicialismo deben resignificarse a las etapas de liberación social si queremos encontrar su verdadera dimensión revolucionaria.

Las dirigencias peronistas quizás confundiendo la etapa de reconstrucción como algo permanente, terminaron adaptando al justicialismo a una especie de corriente de opinión que navega dentro del sistema político liberal como una alternativa “popular y nacional” respetando la funcionalidad orgánica de sus estructuras. Eso provocó su burocratización ya que no tendió a impugnar la funcionalidad de las instituciones y terminó acomodando al justicialismo a ellas, quitándole su mística revolucionaria.

El gremialismo avanzó fortaleciendo su mecánica de la defensa del derecho de los trabajadores, el Partido Justicialista aceitó sus estructuras para dar batalla en las épocas electorales y las organizaciones territoriales funcionaban como herramientas de apoyo a la acción ejecutiva del gobierno. Sin embargo todas estas funciones si bien eran miradas con profunda desconfianza por la oligarquía terminaban siendo funcionales al sistema participativo clásico del liberalismo.

Lo fundamental era armonizar los intereses sectoriales con las políticas nacionales y para eso el Gobierno convocó permanentemente a abrir estos espacios. Sin embargo las dirigencias se mantuvieron en la funcionalidad institucional liberal atrincherados en sus propios intereses sectoriales. Esta actitud corrompería la mística revolucionaria transformando a las dirigencias en burócratas administradores de los espacios abiertos por las masas obreras durante la primer presidencia de Perón.

Mientras la batalla se dio en el marco de la legalidad democrática todo funcionó bien ya que la adhesión popular al peronismo era imbatible, pero cuando a partir de 1951 el imperialismo y la oligarquía eligieron el camino del terrorismo como herramienta política y pusieron a prueba el grado de convicción de los cuadros y la militancia organizada, se demostró la falta de mística de las organizaciones “peronistas” que en 1955 ante el asalto de la “libertadora”no fueron capaces de poner en marcha siquiera una huelga general de trabajadores.

Resignificar la esencia de la doctrina peronista es ponerla en sintonía con el proceso de organización política del pueblo. Se debe retomar la lucha por anular la funcionalidad de las instituciones liberales que hoy trabajan como una barrera de disolución de la mística revolucionaria del peronismo, impidiendo que se desarrolle el proceso de autodeterminación comunitaria. Por eso profundizaremos a continuación la bandera fundamental del justicialismo, que representa el eje motor de toda su identidad revolucionaria: la justicia social.

 

La justicia Social

“El Presidente de la Nación Argentina haciéndose intérprete de los anhelos de justicia social que alientan los pueblos y teniendo en cuenta que los derechos derivados del trabajo, al igual que las libertades individuales, constituyen atributos naturales, inalienables e imprescriptibles de la personalidad humana, cuyo desconocimiento o agravio es causal de antagonismos, luchas y malestares sociales considera necesario y oportuno enunciarlos mediante una declaración expresa, a fin de que, en el presente y en el futuro, sirva de norma para orientar la acción de los individuos y de los poderes públicos, dirigida a elevar la cultura social, dignificar el trabajo y humanizar el capital, como la mejor forma de establecer el equilibrio entre las fuerzas concurrentes de la economía y de afianzar, en un nuevo ordenamiento jurídico, los principios que inspiran la legislación social.

El EL GENERAL PERON PROCLAMA
LOS DERECHOS DEL TRABAJADOR
24 de febrero de 1947
Acto organizado por la C.G.T. en el Teatro Colón

Al ser el peronismo una identidad cultural provocada por el desarrollo creciente de la solidaridad ciudadana, su bandera fundamental debe estar lógicamente destinada a estimularla. Por eso la bandera de la justicia social promueve: 1) elevar la cultura social del pueblo, 2) la humanización del capital y 3) la dignificación del trabajo.

 

“La cultura social es entonces el cultivo de lo que el hombre tiene en sí de ser social; es el camino que nos lleva a la formación de una conciencia social” sin la cual los hombres, en lugar de vivir, luchan, en lugar de crear destruyen, y en lugar de construir un futuro pacífico y armónico, están echando las bases para la lucha entre las comunidades y la guerra entre las naciones”

Por esta razón es que el “justicialismo comienza a hacer ver a los Pueblos la necesidad de elevar también esa cultura social tan olvidada, tan escarnecida y tan ocultada a las generaciones de los hombres de esta humanidad”.

Al cultivar las cualidades sociales de los hombres, la cultura social permite dar a cada persona conciencia de su destino social, conciencia solidaria, haciendo posible que cada uno comprenda su posición dentro de la comunidad y la naturaleza solidaria del vínculo que existe entre su vida y la vida de sus semejantes.”

(JD Perón, Sociología Peronista)

Elevar la cultura social del pueblo es encauzar las potencialidades comunitarias en un debate profundo para definir el destino de nuestra Nación. Para ello debemos denunciar el inmovilismo materialista propiciado por el liberalismo y convocar permanentemente a la discusión y el debate. Nuestros enemigos responderán como siempre hablando de demagogia y manipulación, ya que para un liberal es imposible conceder a los pueblos una actividad creativa y participativa más allá de poderlos elegir a ellos como administradores del destino de todos.

En poner en marcha la maduración comunitaria depende el futuro de la liberación de los pueblos. Los agentes del individualismo intentarán por cualquier medio de impedirlo hablando de una inútil confrontación y caos.

Este supuesto “caos” no es más que el debate sin el cual la maduración social es imposible. Nuestras herramientas doctrinarias permiten ordenar cualquier conflicto de intereses sectoriales porque los contempla desde la perspectiva de los intereses de la Nación. El basamento cultural del pueblo está trazado por las tres banderas históricas del peronismo. De esa forma podemos afirmar que más o menos todos pensamos igual en lo fundamental poniendo la conciencia colectiva en un punto convergente que permite la diversidad transformando el conflicto en debate constructivo.

Vaya como ejemplo las discusiones sobre la Ley de Medios en los foros populares, que pese a la variedad de los intereses y diversidad del basamento ideológico de todos los grupos políticos y sociales que participaron en ella, se pudo llegar a acuerdos programáticos básicos para poder implementarla.
Los peronistas tenemos la convicción que abrazados a nuestras banderas históricas los debates comunitarios no caerán en ningún caos ni asambleísmo cono vaticinan lo que prefieren el infantilismo individualista para poder garantizar sus privilegios y prebendas a espaldas del pueblo.

“...La Revolución Peronista cambia el rumbo de la evolución social de la comunidad argentina e inicia la marcha hacia la formación de la Comunidad Organizada a través de la conquista sucesiva de cuatro etapas: Cultura social; Conciencia social; Solidaridad social; Unidad Nacional. El camino a recorrer, alcanzando objetivo tras objetivo, escalonaría perfectamente bien el sentido de esa solidaridad. Primero, despertar en las masas populares una conciencia social, incrementarla y darle una mística personal hasta convertirla en solidaridad social, que ha de terminar en una solidaridad nacional, única solidaridad a través de la cual podemos llegar a la verdadera Unidad Nacional.”

(JD Perón, Sociología Peronista)

 

La humanización del capital.
¿Equilibrio económico estático o dinámico?

Así cómo se nos vende un sistema político ideal para impedir que desarrollemos el propio y nos liberemos, los encantadores de serpientes del liberalismo nos venden una receta económica perfecta: la del libre mercado. Nos muestran como ejemplo a los países desarrollados, es decir un supuesto ideal de laboratorio en equilibrada armonía tanto en lo político como en lo económico. Claro que nos ocultan que esta armonía institucional (discutible por cierto) es el producto de una construcción con largos procesos históricos de debate y confrontación interna que normalmente han incluido guerras civiles y varias crisis económicas mundiales. En economía los liberales nos venden un equilibrio estático como ideal y nos advierten que romperlo puede desencadenar el apocalipsis. ¡Cuidado con la inflación! ¡Cuidado con la deflación!

“Muchas veces he dicho que no somos ni inflacionistas ni deflacionistas….

La inflación y la deflación son fenómenos financieros y económicos que no deben tener directa relación con el bienestar del pueblo.

En épocas de deflación como la de 1930-1932 el pueblo sufrió de hambre y de miseria lo mismo que en el período de deflación ostensible en lo que llevamos del siglo: en los años 1919-1922.

Otras épocas de deflación, sin embargo, hubiesen determinado tal vez el bienestar del pueblo, si sus hechos o fenómenos económicos y financieros hubieran sido conducidos no con criterio capitalista, sino con criterio eminentemente social.

Con las épocas de la inflación sucede lo mismo.

Nunca hemos tenido mayor bienestar en nuestro pueblo que en los momentos del optimismo inflatorio que nosotros provocamos en la primera mitad del 1er. Plan Quinquenal.”

(JD Perón, Discurso de Presentación
del Segundo Plan Quinquenal)

La economía funciona en base a la confianza ciudadana, y todos sus instituciones fundamentales se mueven detrás de ella. Si al mejor banco de Suiza todos sus clientes le pidieran sus depósitos al mismo tiempo, la institución no los podría devolver ya que su función es justamente la de multiplicar la potencia de la moneda, para lo cual gira ese dinero transformado en créditos y otros instrumentos financieros. Es decir que la economía funciona cuando el ciudadano se encuentra confiado en el proceso político que la sustenta.

“El individualismo capitalista ve los problemas del mundo con un criterio económico-político o político-económico, según el caso.

Nosotros pensamos que la solución está en amenizar los tres elementos fundamentales de la comunidad humana; lo social, lo económico y lo político. Por eso, frente a cada momento del país, nosotros ya hemos adoptado, una costumbre de buen gobierno, realizar un análisis de la situación social, económica y política, y resolver los problemas de manera conjunta y armónica.”

(JD Perón, Economía Peronista)

Hace un tiempo el economista Miguel Angel Broda decía con claridad que la macroeconomía iba finalmente a “cobrarse” ante los desaguisados de los gobiernos kirchneristas generando el ajuste que él ve como inevitable. Tiene razón desde su punto de vista porque el nivel de ciudadano sobre el cual el realiza el análisis es un ciudadano colonizado como él. Sin embargo hay ejemplos en la historia que demuestran que cuando hay motores políticos que mueven a los Comunidades las marcos macroeconómicos realmente pueden afrontar enormes dificultades sin generar situaciones de caos. Un ejemplo serían las naciones que participaron de las guerras mundiales donde se trastocaron de forma extrema los parámetros económicos sin caer en convulsiones políticas.

Podríamos decir que si mantenemos al pueblo sin madurar políticamente si lo tabicamos como proponen los liberales entonces sí podríamos convencerlo sobre las conveniencias del Libre Mercado y la libertad económica que tanto bregara Martinez de Hoz y su alumnito Cavallo. A un pueblo infantilizado –recuerdo los noventa con el auge cultural de la revista Caras y la farandulización de la política- podrían venderle que la economía es un tema de expertos y profesionales y asustarlos para provocar corridas bancarias y procesos devaluatorios, para cartelizar la economía y mantener sus privilegios .

“En 1943, la actividad económica de la Nación se regía por el sistema capitalista de la economía libre…esto equivale a decir que la conducción económica de la Republica no existía como tal y que toda la actividad de la producción del comercio y de la industria se orientaba según el impulso positivo o negativo de la acción privada, por lo general desvinculada del bienestar social.

Resultado de aquella libertad liberticida fueron los monopolios y los trusts, la total dependencia de la producción agropecuaria; la asfixia sistemática de la industria nacional, la explotación ignominiosa de los más débiles por la prepotencia del poderío económico de los más fuertes…y, lo que es más grave: la conducción del gobierno político en manos de vulgares y conspicuos agentes de los intereses extraños del pueblo y de la Patria”.

(Juan D Perón, 1-5-1952)

Por eso el peronismo predica que la economía debe estar al servicio de un proyecto político. Humanizar el capital es poner la economía en función social. Es asumir que los problemas económicos son problemas de toda la comunidad -y no solamente de expertos- ya que tienen raíces políticas y sociales. Humanizar el capital es recuperar la confianza en nosotros mismos y nuestros representantes políticos. Las crisis económicas no están en función de respetar unas leyes de laboratorio promulgadas en función de equilibrios y armonías mágicas que necesitan para entenderse de científicos y asesores. Los problemas económicos son tan sencillos como la vida misma.

Esta recuperación de la confianza en una visión económica distinta es también una política de liberación. Este fin de año que pasó los agogeros coloniales de turno anunciaron un fin del ciclo con tremendos conflictos sociales y corridas bancarias, producto de haber roto este equilibrio estático que nos muestran como el ideal. Sin embargo, nada de eso paso. La gente se fue de vacaciones, siguieron las inversiones, se llenaron los cines, restaurantes y supermercados.

“Nosotros, al decidirnos siempre por el pueblo, subordinamos lo económico a lo social mediante la aplicación del sistema que denominamos de economía social y frente a nuestra doctrina pierden valor, como es lógico, las tres posiciones de los “economistas exclusivamente economistas”.

De allí que no nos preocupen la inflación, la deflación o el equilibrio económico…. sino el bienestar social o sea la felicidad del pueblo.
Sí el pueblo es feliz con deflación nos decidimos por ella, del mismo modo que fuimos o seremos inflacionistas o partidarios del equilibrio económico cuando estas otras dos posiciones nos conduzcan fehacientemente al bienestar social.

También sabemos que no hay un sistema permanentemente eficaz que, aplicado, produzca el bienestar material de la población y su consecuente tranquilidad política, y social.

Hay momentos económicos que deben ser resueltos con inflación o deflación así como hay momentos económicos que deben ser resueltos mediante el equilibrio económico.

Por eso siempre he dicho que en economía la única posición es la que se deduce de la realidad y de su exacta apreciación. También pensamos que no ha de ser permanente como ideal el desequilibrio económico, o sea la inflación o la deflación; pero eso no significa tampoco que nos decidamos por el equilibrio estático ideal del liberalismo económico, que sólo puede ser una solución momentánea y para una situación determinada.

Nosotros creemos que el proceso económico -por lo menos en nuestro país- es un proceso de creación permanente de riquezas y que ellas deben ser concomitantemente, distribuidas a fin de que la economía sirva al bienestar social.

(JD Perón, Discurso de Presentación
del Segundo Plan Quinquenal)

Humanizar el capital es dejar de confiar en la prédica económica liberal clásica y abrir el paso a otras recetas económicas más dinámicas. En síntesis Humanizar el capital es elevar la confianza del pueblo en términos políticos para ampliar y fortalecer el marco macro-económico y poder dar rienda suelta a la propuesta económica justicialista que pregona:

“1) Que el desequilibrio económico puede coexistir con el bienestar social y la felicidad del pueblo.

2) Que el equilibrio económico es preferible al desequilibrio, pero el ideal no es el equilibrio estático que detiene la producción de la riqueza y su distribución, sino el equilibrio dinámico que aumenta la riqueza, pero al mismo tiempo incrementa el bienestar social.

3) Que no hay métodos uniformes y permanentes para la solución de los problemas económicos, sino momentos económicos, y aunque lo ideal es el equilibrio dinámico, puede ser en ciertas circunstancias conveniente la inflación o conveniente la deflación.

4) Que el equilibrio dinámico que auspicia como ideal nuestra doctrina no es solamente económico, sino social y aun político, y nos permitirá afianzar la independencia económica, consolidar la justicia social y mantener nuestra soberanía política.”

(JD Perón, Discurso de Presentación
del Segundo Plan Quinquenal)

La dignificación del trabajo. Más allá del sueldo justo…

En la comunidad Peronista el trabajo “es un derecho que crea la dignidad del hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.

Crea la dignidad del hombre, porque redime al individuo y sirve a la grandeza de los Pueblos. Es un derecho, porque todos los hombres tienen derecho a lograr su felicidad y ésta se alcanza con abnegación, sacrificio y trabajo. Es un deber porque en el esfuerzo individual está la fuerza que lleva a la prosperidad general si se lo realiza consciente y racionalmente.

No es por lo tanto un mero instrumento, que al igual de los demás bienes económicos, pueda venderse o comprarse; no es algo comercializado como lo pretendía el individualismo.

Por eso cuando el Peronismo levantó la bandera de la Justicia Social, le señaló un alto objetivo espiritual: la dignificación del trabajo y del trabajador punto de partida y de llegada del justicialismo en el orden social.

(JD Perón, Sociología Peronista)

La etapa de reconstrucción del primer peronismo permitió a los trabajadores empezar con el proceso de dignificación social. De 200.000 afiliados que agrupaban las distintas y a veces enfrentadas organizaciones obreras pasaron a tener hasta 5.000.000 de trabajadores agremiados en una única y poderosa Central Gremial. Los trabajadores vieron aumentar sus ingresos en forma impensada alcanzando la redistribución de la riqueza cifras antes inimaginables. Fundamentalmente la inclusión de los trabajadores en la acción ejecutiva del gobierno y también legislativa tuvo caracteres de verdadera revolución social. “El resultado concreto de esa dignificación consiste en que dentro de la sociedad argentina un trabajador tiene hoy una posición distinta a la de antes. Es consciente y es respetado por su patrón y por sus compatriotas, y, en segundo lugar, comparte hasta las tareas de gobierno, cosa que antes nadie había soñado” (JD Perón 24/2/1949). El Ministro de Trabajo de la Nación así como muchos legisladores nacionales y provinciales eran de extracción obrera. Todas las embajadas argentinas en el exterior tuvieron un Agregado Obrero ante el espanto del aristocrático personal que normalmente poblaba las cancillerías. En la Argentina de hoy es impensable aún para las mentes más retrógradas retrotraer a los trabajadores a la indignidad social anterior a 1943.

Sin embargo el proceso de dignificación no puede circunscribirse solamente a los aspectos materiales de la defensa del salario. La vida y el porvenir de los trabajadores depende del porvenir de la Nación. Los trabajadores peronistas no pueden reducir sus luchas a la defensa de los derechos de los trabajadores sino que deben armonizar esa lucha con las luchas de la Nación. Sólo puede haber avances sectoriales si la Nación en su conjunto avanza. Para eso los trabajadores deben plantearse la necesidad de protagonizar ámbitos de discusión de políticas nacionales.

 

“Nosotros aspiramos a que ellos se organicen, no solamente para la defensa de sus intereses profesionales, porque si fuese así la organización sería de un tipo eminentemente materialista, en la que cada uno solo le interesaría asociarse para la defensa de sus intereses materiales. Anhelamos formar organizaciones de un tipo superior.”

(JD Perón, Organización Peronista)

La dignificación no es material sino política y para que esa dignificación evolucione debe alcanzar ámbitos de decisión donde puedan articularse políticas nacionales junto con el Poder Ejecutivo y el resto de las fuerzas que componen el Movimiento Nacional. Los trabajadores como columna vertebral de nuestro movimiento deben con su ejemplo empujar en este sentido para arrastrar al resto de los componentes políticos y sociales del movimiento, generalmente con menor conciencia social.

Circunscribir la lucha de los trabajadores a los aspectos sectoriales es poner un límite a su dignificación social. Era lógico este tipo de lucha cuando no tenían posibilidad siquiera de organizarse para defender sus derechos, pero luego de décadas de historia el proceso de dignificación del trabajador debe seguir su curso madurativo hasta alcanzar la solidaridad nacional como escalón último para la Unidad Nacional ansiada.

Detenerse en los aspectos sectoriales solamente burocratiza las organizaciones obreras ya que automáticamente adoptan la funcionalidad liberal. La funcionalidad peronista es de conducción política y esta dinámica no puede detenerse en aspectos sociales, sino que debe continuar su evolución hacia conflictividades nacionales y luego continentales. El trabajador para dignificarse debe sentirse cuando ingresa a sus labores, que está construyendo el futuro de la Nación, debe sentir que su esfuerzo no solamente es para cubrir las necesidades de su familia sino que está construyendo la felicidad de todo el pueblo.

Para que esto ocurra se deben poner se en paralelo las fuerzas de la industria, el comercio y del trabajo que normalmente en el liberalismo están enfrentadas detrás de una lucha de clases. Para poder romper con la falsa contradicción deben formarse los ámbitos de discusión política donde las fuerzas de la producción diriman sus conflictos teniendo en perspectiva los objetivos nacionales que son los que generan los espacios políticos que pueden satisfacer los intereses de toda la economía en su conjunto.

“En la Comunidad Organizada Peronista, el único elemento que da jerarquía los hombres es el trabajo y la solidaridad social que ese trabajo encierra, por lo tanto, no hay relación de poder, de opresión o de explotación del hombre por el hombre o del hombre por el Estado, sino solamente una relación de dependencia funcional que resulta del trabajo que cada uno realiza dentro de la Comunidad.

Donde el pueblo es todo, como debe serlo, no hay jerarquía. No hay otra jerarquía que la que le da al ciudadano el cumplir honradamente con su deber. Esa es la jerarquía que debe encumbrar a los hombres de bien de una República y es la única que el peronismo admite.

El ejercicio del trabajo y el sentido de solidaridad con que el mismo se efectúa, es dentro de la Comunidad Organizada Peronista el único valor social que sirve como factor diferenciativo entre los hombres. Por consiguiente, la jerarquía social está dada por la función laboral que cada hombre cumple y por el grado de solidaridad social que pone de manifiesto en su ejercicio.”

(JD Perón, Sociología Peronista)

 

En síntesis la batalla cultural del peronismo es construir un poder anticolonialista que permita la liberación. Es imponer a la cultura claudicante del liberalismo explotador una nueva cultura basada en la solidaridad social. Es en la conciencia organizada del pueblo donde se libra la verdadera batalla. Los imperialismos en su suicida carrera materialista están llevando al mundo a un enfrentamiento de alcances dramáticos.

Su poder corporativo les permite una enorme influencia cultural, alentando las formas de organización política que más le convienen a sus intereses y para eso necesitan de pueblos desunidos transformados en una masa aplicada y obediente al consumo y el desenfreno individualista. El peronismo puede revertir el sentido colonialista del demo-liberalismo transformándolo en una democracia popular y participativa. Para ello debe recuperar y resignificar sus históricas banderas motorizando la organización popular y abriendo el camino de nuestra liberación.

 

Construyamos juntos una
democracia popular y participativa

Daniel Di Giacinti

 

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Nota sobre la Tercera Edición (2013)

Perón, la revolución inconclusa

Las razones de un nuevo nombre

La primer edición digital de esta obra fue en el año 2009, y se llamó Perón: la revolución olvidada. Su nombre tenía que ver con la visión que tenía sobre la dirigencia política nacional, especialmente la justicialista, que a mi criterio había olvidado los principios fundamentales de la revolución.

Néstor y Cristina.


Sin embargo la aparición del fenómeno kirchnerista comenzó a modificar esa apreciación. La muerte de Néstor Kirchner me conmovió profundamente como a muchos argentinos porque pertenezco a un movimiento donde han abundado los gestos heroicos de sus militantes que ofrendaron sus vidas, su salud, sus comodidades y sus bienes materiales en pos de una lucha por un ideal de una patria más justa.

En ese camino se inscribió Néstor Kirchner que si no hubiera estado comprometido por la causa nacional y popular, seguramente estaría disfrutando de su familia y de sus amigos en el café de su ciudad natal.

La democracia colonial que siguió a la terrible dictadura militar instaurada el 24 de marzo de 1976 se basó en la administración de los espacios del poder que el “establishment corporativo” brindaba, y que de alguna forma tuvo a varias dirigencias políticas argentina como tristes protagonistas. Debemos anotar en esta etapa, al alfonsinismo, al menemismo y al gobierno de la Alianza.


Sin embargo por esos accidentes de la vida política argentina, en ese carrousel de aparentes alternativas deslucidas, llego el turno de un flaco desgarbado e insolente que comenzó lentamente a cambiar la historia. Fue Néstor Kirchner quién con un pequeño grupo de valientes comenzó a trazar un intento de no dejarse llevar por la complacencia de la democracia colonial. Así comenzó una nueva historia en la argentina. Un camino que comenzó a desarrollarse en la misma sintonía que el subconciente colectivo de nuestro pueblo, que late al ritmo de la valoración doctrinaria peronista y sus tres banderas inconmovibles: la justicia social, la independencia económica y la soberanía politica.


Esta obra se inscribe en el camino de la busca de la institucionalidad del movimiento nacional y la única forma de lograrlo es reencontrar el camino revolucionario del peronismo y a partir de ahí ir vislumbrando sus nuevas instituciones que borrarán para siempre la falsa armonía colonial de la democracia liberal burguesa.

Ese es nuestro camino.

 

Daniel Di Giacinti

 

Nota sobre la Segunda Edición (2010)

Con gran alegría ponemos en sus manos la segunda edición de Perón: la revolución olvidada. Hemos incorporado en ella mas fotos, videos y documentos.

En esta entrega por ejemplo, presentamos varios documentos inéditos, como la visita del Presidente Ramirez a la Boca, el discurso del Coronel Perón al entregar un cheque con la recaudación solidaria para los damnificados del terremoto de San Juan o el audio del discurso de Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión refiriéndose a la Marcha de la Libertad. Agregamos también las únicas imágenes fílmicas de Perón en el histórico balcón del 17 de octubre.

Que lo disfruten.

Fundación Villa Manuelita

 

Introducción a la primera edición (2009)

Hace 22 años tuve el honor dirigir junto a José María Rosa la obra: Perón, 30 años que conmovieron la política argentina.

Fueron tiempos de deliciosas conversaciones de interpretación histórica con el querido maestro. Nos reuníamos en el departamento de su esposa Elida, en el barrio de Palermo, o en los veranos en su chalet Sudestada en la Barra de Maldonado, Uruguay.

Portada del Nro 10 de Perón, treinta años que conmovieron la política argentina. 10 de octubre de 1987.

Este trabajo pretende ser una actualización de esa obra. Mantengo los colaboradores que nos acompañaron en aquella edición, sumando la generosidad de algunos nuevos.

Esta edición se realiza en formato digital para tener una herramienta de acercamiento a las nuevas generaciones que están mas cerca de la pantalla de la computadora que del papel.

También permite brindarle al lector un marco de referencia histórico novedoso ya que incorpora al texto escrito, el referente audiovisual de la época, sin necesidad de salir del soporte de lectura.

La historia del peronismo sigue con una vigencia inaudita. El mundo se desmorona ante los ojos horrorizados de todos, menos de los que vemos confirmar en los hechos, la correcta caracterización de la autodestrucción de los imperialismos trazada por Perón hace ya varias décadas.

Tengo la convicción profunda de que la alternativa política de Perón mantiene una vigencia total. La propuesta justicialista en los 50 era prácticamente inviable, hoy es una necesidad y a medida que pase el tiempo se volverá cada vez más imprescindible.

Dos grandes. José María Rosa y su amigo Arturo Jauretche frente al chalet Sudestada en la Barra de Maldonado, Uruguay.

Algunos compañeros que han trabajado enormemente en el mantenimiento del pensamiento nacional se podrán sentir molestos por el título de la obra. Sin embargo, creo que así como el pueblo reafirmó con el correr del tiempo las banderas del peronismo, su dirigencia a dejado de buscar en el pensamiento nacional la alternativa que pueda resolver el problema de nuestra dependencia.

Quizás en el fondo nunca tuvieron la seguridad de estar ante pensamientos fundamentales y trascendentes.

Por supuesto que este trabajo es nada más que una propuesta para la discusión, un intento de movilizar la charla y la autocrítica.

Si sirve para que alguien dirija una mirada retrospectiva sobre el movimiento nacional, si ayuda a replantearse las dudas desde un nuevo enfoque o incentivar el análisis, nuestro esfuerzo habrá servido para algo.

Quiero aclararlo de entrada, no vamos a la historia a buscar la respuesta a alguna incógnita, sino a confirmar nuestras convicciones: Perón era un líder revolucionario y su propuesta está aún inconclusa.

Si estas convicciones encuentran en el análisis histórico la coherencia necesaria y pueden hilvanar la construcción de un relato que permita desde el pasado, pararnos firmemente en el presente, mirando en una dirección definida hacia el futuro, se podrá transformar en una aseveración.

Ya veremos.

Daniel Di Giacinti

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