Nuestro regreso al poder no fue consecuencia de tener claramente definido un proyecto nacional en términos estratégicos que se planteara una alternativa institucional al demoliberalismo. Factores coyunturales internos y externos permitieron prácticamente en forma casual la llegada de Néstor Kirchner al gobierno. Lo demás fue la decisión de un grupo militantes peronistas, valientes y audaces “a no dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. El proceso de transformación fue enorme y se basó en el respeto a la visión doctrinaria de las tres banderas históricas del peronismo adaptadas a esta nueva coyuntura.
Algo parecido había sucedido con el nacimiento del peronismo en
1943. Perón lo explica en la película “La revolución
Justicialista” donde aclara las diferencias entre una revolución
que accede al poder “desde el llano” y otra que llega “desde
el gobierno”. El acceso al poder desde espacios no logrados por
un movimiento político clarificado estratégicamente, le
brinda características especiales y en general hacen que su fortalezca
descanse sobre conducciones gregarias, es decir detrás de un líder
o acción de liderazgo. Esto fue realizado primero con Néstor
y luego detrás de la figura de Cristina. La muerte de Néstor
y la imposibilidad de la reelección de la presidenta cortó
la continuidad de esa conducción y ante la falta de dirigentes
de envergadura nacional, se desnudaron las contradicciones y diversos
matices inconexos producto de no tener claro un objetivo estratégico
a cumplir.
Las conducciones gregarias pueden servir para un determinado momento histórico pero si no evolucionan en una organización que garantice la maduración colectiva y orgánica y que multiplique la aparición de dirigentes unidos en una visión convergente sobre los objetivos comunes, tienen un límite temporal.
Una de las limitaciones del kirchnerismo forjado en espacios abiertos en forma circunstancial, fue que debió desarrollarse en una institucionalidad imbuida de una filosofía de acción política contraria a sus ideales. No se puede institucionalizar el movimiento peronista -que tiene una nueva concepción de ciudadano, de autoridad y de organizaciones sociales- sin impugnar las antiguas instituciones liberales.
Atados a ese marco participativo ajeno el peronismo pese a su intencionalidad en contrario -recordemos el esfuerzo del proceso de transversalidad y la unidad con el movimiento obrero hasta el conflicto con el campo- termina limitando su desarrollo político dentro de la dinámica orgánica propuesta por el liberalismo.
Por lo tanto la reconstrucción del Movimiento Nacional necesita el urgente debate que vaya definiendo cual es el modelo alternativo que ofrece a las formas participativas y a las instituciones demoliberales para conformar un punto de convergencia y evitar una dispersión de las fuerzas y una división inevitable del movimiento detrás de caudillismos personales.
Un proyecto nacional no se reduce a una eficaz administración del Estado al servicio del pueblo. Si bien esto puede demostrar los beneficios de un gobierno popular, no puede desarrollar el poder político necesario para hacer crecer sus propias instituciones y mantenerse en el tiempo. Para ello el Movimiento Nacional debe exceder los marcos participativos del estado liberal y debe motorizar la construcción de un modelo alternativo que enfrente e impugne el modelo colonial en su totalidad.
Si el Movimiento Nacional intenta reorganizarse para volver al gobierno
presentándose como una alternativa “progresista, popular
y nacional” dentro del esquema participativo del demoliberalismo
será presa del poder corporativo que tenderá a mantenerlo
dividido y desarticulado.
Desde el regreso de la democracia colonial luego de la feroz dictadura militar, el peronismo enfrentó una situación inédita en su historia donde por primera vez su lucha por los intereses populares no incluían la reimplantación de un estado de derecho democrático. Su nacimiento en 1943 estuvo signado con una lucha contra el fraude electoral implantado por la Década Infame y luego del golpe de 1955 durante 18 años debió luchar contra las democracias proscriptivas y dictaduras. Luego de la reimplantación de la democracia en 1983 por primera vez el peronismo tuvo que desarrollar su acción política en el campo de un estado democrático-liberal que contenía en su legalidad formal los componentes de una nueva forma de dominación colonial.
Esta nueva maniobra imperial se ejecuta desde el enorme control de los medios de información y el poder cooptativo de las corporaciones y sus usinas de poder oligárquico. Estas tienden a mantener la formalidad democrática liberal no como plataforma de expresión ciudadana hacia nuevas solidaridades ciudadanas, sino como instituciones que impiden la maduración colectiva del pueblo dejando la producción política en manos exclusivas de los resortes liberales, especialmente los partidos políticos.
El peronismo debe plantearse como la superación política de este esquema colonial y clarificar a la comunidad sobre dos caminos diferenciados: el de una nación libre y soberana con una participación ciudadana sostenida por la solidaridad social o una republiqueta con una participación acotada a los “profesionales de la política” dejando a la ciudadanía en un plano de aislamiento individualista que fomenta indirectamente el egoísmo materialista y hedonista.
Debe indicarse cuál es el rol diferencial que tienen en uno u otro
modelo los ciudadanos y sus organizaciones sociales, políticas,
culturales y económicas.
La idea de la política como una acción reservada a políticos profesionales circunscribe la acción de la comunidad a una actitud materialista, indiferente y aislada de su compromiso social. No hay política social en la comunidad en el proyecto liberal, sólo competencia, solo individualismo, sólo el triunfo del más fuerte. En esa visión la política es simplemente un instrumento para acceder al poder.
Una comunidad aséptica socialmente y un estado “administrador eficiente” es el caldo de cultivo del colonialismo, fácil presa de los poderes corporativos que por medio del control de los medios masivos de comunicación y de las usinas de pensamiento liberales enquistadas en el entramado institucional de la sociedad -la Justicia, Agrupaciones empresarias, Academias de intelectuales, etc.- actúan de forma disolvente y atacando cualquier intento de organización política popular y nacional. El pueblo aislado e indiferente no podrá tener ninguna posibilidad de madurar políticamente ya que esto depende de la posibilidad que el individuo y sus distintas organizaciones sociales tengan algún vínculo de responsabilidad en las acciones comunitarias. Un ciudadano aislado socialmente, indiferente a las circunstancias y problemas, no solidario, conduce a un “hombre niño” abierto a la acción disolvente de los poderes coloniales que necesitan mantener ese estado de infantilismo comunitario para ejercer sus acciones de dominación.
El peronismo plantea una unidad entre su comunidad y el Estado en la tarea de una administración y una acción creativa y responsable de las transformaciones que el país necesita, detrás de la consigna de construir la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Detrás de ese objetivo siempre intentó imponer una nueva filosofía de la acción política que denominó “de conducción” donde pueblo y gobierno tienen el deber y la responsabilidad de llevar adelante las transformaciones sociales.
En un mundo futuro que se vislumbra cada vez más complejo y con multiplicación de conflictos sociales y económicos acelerados, solo sobrevivirán las comunidades que puedan madurar políticamente logrando grados crecientes de solidaridad social y evolucionado en síntesis depuradoras de la conflictividad creciente.
Esto sólo se logrará con nuevas formas políticas
que unan la acción comunitaria con sus dirigentes políticos,
armonizando el libre albedrío individual con la acción colectiva
de la comunidad
Decíamos que la complejidad de los procesos sociopolíticos aumenta aceleradamente junto con la multiplicación de las herramientas de comunicación social. A eso se suma el control corporativo de los medios de comunicación y el control del “poder cultural” a través de las usinas del saber liberal que marcan el camino de lo ideológicamente correcto. Una cultura del entretenimiento y el consumo desmedido que tiende a inmovilizar y compartimentar al ciudadano acentuando su indiferencia y sensibilidad social y alentando su competitividad y egocentrismo individualista..
La lucha política entonces, se da en el plano de poder aumentar la cultura social de la comunidad para poder madurar y enfrentar los conflictos políticos provocados por la injusta distribución de la riqueza que mantiene a los países en vías de desarrollo en estado de conflictividad permanente.
Claro que aumentar el grado de solidaridad colectiva encuentra graves complicaciones en los sistemas de representación demoliberales. El sistema de participación realizado solamente a través de representantes impide el crecimiento cultural social y comunitario. Además los mecanismos usuales de organización política no están adecuados a las potencialidades autodeterminantes de la actualidad. Es necesario entonces poner en marcha nuevas formas de organización ciudadanas.
Lo primero es aceptar que la política es un tema de todos, y cuando
hablamos de política nos referimos a la creación de la misma.
La posibilidad de vislumbrar al ciudadano masivamente en la acción
de crear la política es inédito y debe primero dejar atrás
el sentido verticalista de la etapa racionalista donde la política
era un tema de filósofos e ideólogos que después
de profundos análisis describía el problema y también
la solución del mismo. Lo político se limitaba a estar de
acuerdo con tal o cual posición.
La única forma de respetar las nuevas potencialidades culturales de los pueblos es plantearse identidades políticas en desarrollo y creación permanente, que aúnen a los Estados y sus comunidades en esa tarea común. Los pueblos deben tomar el camino de la creación y definición de la comunidad donde desean vivir. El sentido orgánico de la Comunidad Organizada y la doctrina nacional son para ayudar y ordenar esta nueva forma participativa.
Es fundamental una actualización doctrinaria que rescate el valor orgánico de los principios fundamentales del peronismo. Debemos explicar para qué sirve la doctrina y transformarla en el basamento de una nueva participación ciudadana que ordene la creatividad individual en función social. La expansión y reafirmación de los principios doctrinarios generará una unidad conceptual que permitirá brindar un marco de unidad a la enorme diversidad social que compone una comunidad moderna. Debemos explicar además cuál es el sustento de esta nueva creatividad ciudadana, sobre qué instituciones se puede articular.
La elevación de la cultura social del ciudadano es la única garantía de desarrollo de un poder político que nos libere. Descansa en esa maduración comunitaria la posibilidad de alcanzar la Unidad Nacional.
Se contrapone a esta intencionalidad anticolonialista el pensamiento liberal donde existe una falsa idea de libertad que se genera con una supuesta defensa del libre albedrío personal. La función social estaría en manos de las instituciones republicanas quedando el ciudadano con el control de las mismas a través del voto, sin embargo esta supuesta libertad quizás lógica para otros momentos históricos, hoy resulta un dique de contención a las potencialidades culturales de los pueblos. El sistema de representación liberal era natural hace dos siglos donde las comunidades no poseían ni el nivel educativo (era mayoritariamente analfabetas) ni la información para tomar decisiones políticas. Hoy las instituciones liberales aparecen como diques de contención que impiden esta creatividad comunitaria en términos sociales.
Una doctrina nacional funciona como una herramienta de unidad conceptual para que la acción creativa comunitaria no caiga en las contradicciones y desarmonías del asambleísmo. Sin embargo tampoco impide el libre albedrío individual. Son simplemente principios que actúan brindando un marco referencial cultural amplio y que dan un cauce y direccionalidad común a las potencialidades comunitarias.
Un doctrina debería generar una confianza en la comunidad para dar rienda suelta a su capacidad creativa con la convicción que no terminará en una discusión interminable y disociante.
Una doctrina nacional debería generar una mística solidaria que podría ordenar y romper con el aislamiento suicida que propone el individualismo egoísta del demoliberalismo.
El peronismo plantea que la acción política debe articularse desde el poder ejecutivo con el acompañamiento de las organizaciones libres del pueblo en la creación de las políticas de Estado. Esta necesidad de permitir la creación de las políticas nacionales a los representantes de toda la comunidad fue planteada en esta Década Ganada de una forma más discursiva que real. La intencionalidad de romper con el individualismo amoral del demoliberalismo quedó sintetizada en la frase: “La patria es el otro”. Hubo además muy buenos intentos de abrir el plano de las decisiones hacia la comunidad como los foros de la Ley de Medios y los Foros de Debate instrumentados por Gabriel Mariotto como complemento del poder legislativo. Este tipo de experiencias sin embargo ya demostraron en el pasado una limitación, por ejemplo en los intentos de Presupuestos Participativos de algunos municipios que con el tiempo fueron perdiendo su atractivo inicial. Los ciudadanos deben primero “sentirse partícipes” de las políticas nacionales, para luego desarrollar su actividad particular o profesional en forma individual o a través de sus organizaciones sociales. Una política nacional es la expresión de una unidad conceptual entre el dirigente y su pueblo. Ver la realidad "con un mismo lente" y poseer una misma escala de valores respecto de lo malo y lo bueno en la acción política, provoca esa "armonía ideológica" que permite que el dirigente exprese "lo que el pueblo quiere". De esa misma manera el pueblo se siente identificado con la acción y puede apropiarse y responsabilizarse de ella junto con sus dirigentes.
Es la unidad en los conceptos doctrinarios lo que permite la nueva relación entre dirigentes y el pueblo y que permite romper el verticalismo individualista del demoliberalismo. Claro que esta nueva relación ciudadano-dirigente que propone el peronismo no es suficiente para lograr la ansiada maduración de la cultura social como herramienta de liberación, es necesario estimular además la participación en las decisiones del Estado de aquellos ciudadanos que decidan sumarse aportando su actitud militante movilizada.
Esta unidad con los dirigentes y el Estado es fundamental para lograr ese encuadramiento popular. Para profundizar la toma mayor de responsabilidades acorde el lugar de actividades que se tenga en la comunidad (gremial, social, empresario, estudiantil) es necesario primero adoptar una doctrina común para “sentirse” parte de ese proceso de transformaciones nacionales.
El nuevo sentido participativo del peronismo implica la incorporación de la acción popular directamente sobre el poder ejecutivo. Podríamos analizar dos formas vinculantes en ese sentido, el plano ciudadano y el plano institucional de las organizaciones sociales. Para el plano ciudadano el compromiso fundamental de parte del gobierno justicialista fue hacer públicas ante su comunidad la serie de principios doctrinarios que iban a inspirar su acción de gobierno. De esa manera el pueblo podría juzgar por sí mismo las realizaciones de sus dirigentes. Otro factor fundamental fue la planificación de las obras de gobierno a través de sus planes quinquenales donde se incentivaba a la participación en el plano creativo del plan y también en su fiscalización. Motorizó además en el mismo sentido a las organizaciones libres del pueblo incentivando la creación de consejos de Estado (los famosos Consejos Económicos) para que los distintos sectores de la comunidad tuvieran acceso a ámbitos de decisión de políticas nacionales.
No replantear estas necesidades de participación política potenciadas con las nuevas formas de comunicación, como Redes sociales y plebiscitos desarticuló la dinámica orgánica del Movimiento Nacional quedando indemne a la agenda de los resortes políticos del liberalismo. El camino para la transformación revolucionaria se circunscribió a llegar al Estado por los caminos habituales de la vieja política contagiando sus vicios a la nueva política. Es decir la función de las organizaciones populares, gremiales, empresarias, culturales etc, quedaban afuera de la acción creativa de transformaciones fundamentales como instituciones libres con doctrina y objetivos propios y sólo podrían tener influencia a partir de acceder a ámbitos de decisión planteados en la antigua democracia, generalmente con decisiones de carácter decorativo o satélites del poder legislativo y ejecutivo.
La numerosa incorporación al estado de nuevos cuadros imbuidos de una óptica nacional y popular permitió el desarrollo y expansión extraordinaria de una transformación profunda que permitió salir a la argentina del abismo donde le neoliberalismo la había empujado. Sin embargo una cosa es la organización de un gobierno y otra cosa es la organización de un movimiento nacional.
La acción de gobierno incorporó por su acción transformadora revolucionaria a nuevas generaciones de jóvenes a la acción política. Todo este proceso insufló una nueva mística revolucionaria y de transformación que hoy nos sigue empujando. Sin embargo todo crecimiento genera una crisis y podríamos decir que la experiencia de esta década ganada también navegó sobre los límites que arrastraba el Movimiento Nacional en su conjunto que es la falta de comprensión sobre el sentido revolucionario del peronismo que aún hoy se mantiene en debate.
Esta situación generó aristas distorsivas que es bueno detallar:
1. Reivindicación fuerte de la imagen de Eva Perón y otra acotada de Perón en términos históricos e ideológicos. (el primer Perón etc).
2. Reivindicación acotada del fenómeno del Papa Francisco cuando es el hecho más trascedente para el Movimiento Nacional desde el regreso de Juan Perón en 1973.
3. No diferenciar las características de la democracia liberal y la democracia popular y participativa, dejando caer la imagen del peronismo como un componente más de la oferta demoliberal ocupando el espacio de una oferta similar a los partidos socialdemócratas europeos.
4. Desechar los instrumentos históricos del peronismo de la filosofía de la conducción política, generando el síndrome de la Vanguardia esclarecida.
Todos estas circunstancias terminaron alejando a la nueva experiencia militante de los espacios de influencia del peronismo más tradicional. Los barrios humildes y los gremios en general vieron la nueva experiencia kirchnerista con simpatía, sin embargo no como una experiencia de verdadera raigambre peronista.
Hubo un choque entre las convicciones populares y obreras del peronismo original transformadas en un dogma cultural y la necesidad de adaptar los iconos del peronismo a la nueva experiencia que se movía en andaniveles mas de sectores medios. Ese choque entre el peronismo dogmático y la transformación renovada de las nuevas generaciones juveniles generaron una interpretación confusa de la identidad del kirchnerismo, que fue desarrollando labilidades políticas que nos fueron debilitando.
Las mística revolucionaria del peronismo se fundó en un acto de lealtad del pueblo trabajador que en respuesta a la dignificación social recibida por la acción de Perón y de Evita, transformaron los principios anunciados por el líder en una cultura popular y revolucionaria. Esta cultura se traspasó de generación en generación como un dogma del deber ser de la revolución justicialista. Se transformó en el reaseguro que garantizaría lo dicho por Evita: “el peronismo será revolucionario o no será nada”.
Sin embargo esta crisis de crecimiento en la que hoy estamos inmersos debe resolverse proyectando ese dogma en sentido práctico, es decir como herramienta institucional para poner en marcha el proceso de autodeterminación comunitaria. En la búsqueda de esta institucionalidad el antiguo dogma popular encontrará su cauce para transformarse en la nueva mística que provocará la conformación de un nuevo concepto de ciudadano y de Estado. No el Estado-administrador y verticalista del demoliberalismo individualista, sino el Estado-conductor de las ansias creativas y transformadoras de las comunidades modernas. No el ciudadano compartimentado, individualista e indiferente del las democracias liberales, sino un nuevo ciudadano, comprometido y solidario con su comunidad. Un Estado y un hombre nuevo que armonicen la elevación de la cultura social de la comunidad mientras construyen la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo.
En la construcción de ese proceso autodeterminante de la comunidad se podrá regenerar la mística de un peronismo renovado que una lo histórico y tradicional con las ansias transformadoras de las nuevas generaciones militantes.
Los aspectos doctrinarios del peronismo se instrumentaron para unir lo popular con la autoridad del Movimiento y del Gobierno. Es una herramienta revolucionaria que permite una dinámica de crecimiento de la conciencia política a medida que se desarrolla la transformación revolucionaria del gobierno. Los dirigentes no pueden decidir en asamblea lo que hacen desde el gobierno, pero sí pueden tender un compromiso con su pueblo de respetar los principios que en la acción unan a todos. Lo doctrinario es una unidad conceptual que permite a todo el que quiera compartirlo, sumarse a una acción política donde los más capaces conducen al conjunto, pero todos están unidos en un compromiso común.
Otro elemento importante de los aspectos doctrinarios es que se abandona la idea que la política es una acción de “especialistas” y permite transformarla en una dinámica comunitaria donde todos tienen un tipo de responsabilidad terminando con el aislamiento típico del individualismo neoliberal que pone a la Comunidad en la tribuna, en una actitud indiferente y eminentemente egoísta.
Se debe abandonar la idea doctrinaria como un aspecto dogmático e histórico y explicarlo como herramienta orgánica, para poner en marcha la nueva institucionalidad comunitaria de una nueva democracia. Las tres banderas del peronismo son la base fundamental sobre la cual se puede construir una nueva participación ciudadana.
Sin el fomento a la construcción de una nueva institucionalidad peronista la autoridad gregaria del Movimiento Nacional se fue articulando sobre formas peligrosamente cercanas al antiguo caudillismo liberal o a un verticalismo vanguardista.
Además, no intentar la adecuación del peronismo como una moderna forma de democracia popular, provocó la falta de una propuesta institucional hacia los sectores medios que adoptaron la nueva inclusión social y de reparación de esta Década Ganada como consecuencia de una eficacia administrativa, típica de la visión del profesionalismo liberal. Una actitud que alimentó el espíritu utilitario y materialista de la comunidad tan instalado en la época de los 90 y hoy reflotada desde el macrismo.
Otra consecuencia fue la imagen confrontativa de la acción de gobierno. Ante la falta de una explicación clara de los objetivos de la lucha estratégica, se generó la visión de una mística sostenida sobre la confrontación misma típica de los movimientos de izquierda. Cuando Perón regresó en 1973 delineaba ante su comunidad por todos los medios posibles el nuevo hombre y la nueva forma de democracia que proponía e invitaba a recorrer un camino de liberación. Luego desde esa perspectiva estratégica explicaba las acciones coyunturales. Los que se decidían a enfrentar por ejemplo el Pacto Social, quedaban enfrentados no a la acción coyuntural sino a todo ese nuevo mundo que Perón ofrecía a su pueblo. Ellos eran evidentemente los confrontativos y retrógrados.
Además esta polarización sostenida sobre la confrontación genera una inercia que de alguna forma arrastra y condiciona los giros que a veces son necesarios en términos socio económicos. En tiempos del peronismo histórico hubo momentos de ajuste que se cumplieron brillantemente, como el plan de ajuste de 1952. El peronismo tuvo un primer gobierno de expansión del mercado interno, de aumento de salarios y amplitud de derechos sociales. Pero también tuvo etapas de ajuste y de políticas de retracción ortodoxa como el de Gómez Morales ya que es difícil mantener una expansión continua.
Una mística sostenida sobre una confrontación permanente no es real ni ideal. Los objetivos siempre deben ser de construcción de una nueva comunidad y un nuevo hombre. No se debe sostener una mística en contra de nadie sino a favor de la grandeza de la patria. Nosotros enfrentamos los esfuerzos colonialistas de los que quieren obstaculizar nuestro camino hacia la liberación. Ellos son los confrontativos, no nosotros.
Otro inconveniente es que un aumento del debate político tiende a una polarización, que en una conducción gregaria se sostiene con una concentración de poder sobre quién lidera la acción. Este proceso alimenta en forma indirecta un culto a la personalidad. Ya nos pasó en 1952 cuando el ataque irracional de la oligarquía fue defendido desde una estricta defensa de acciones del gobierno del general Perón y de su figura y terminó aislando al movimiento nacional de enormes sectores de clases medias que sumándose a la prédica gorila de “la dictadura fascista de Perón” generaron el marco civil para el golpe terrorista de 1955.
En este caso el fenómeno tendió a una polarización donde el gobierno popular enfrentó a nuestros clásicos enemigos, que fueron acompañados de vastos sectores de la comunidad que reaccionaron en contra de una especie de culto a la personalidad de sectores medios (fenómeno original en nuestra historia). Ese rechazo fue motorizado y agigantado por los medios corporativos y oligárquicos que apuntaron al kirchnerismo como un fenómeno vanguardista donde la revolución para sostener su mística debía ser explicada por una corte de iluminados que marcan el camino revolucionario.
La cultura social no podrá aumentar si no encuentra ámbitos de discusión de la acción transformadora del Estado en armonía con la ciudadanía y las organizaciones libres del pueblo. Por eso es importante definir cuál es la funcionalidad de esas instituciones y su diferencia con las instituciones del liberalismo.
En el campo gremial por ejemplo se debe romper con la trampa de circunscribir la acción sindical a la defensa de los intereses de los trabajadores exclusivamente desde el punto de vista profesional. Esta visión netamente liberal se complementa con la inserción de algunos de sus cuadros en el ámbito de la administración del estado o en el campo legislativo. Si bien todo esto es correcto, en términos institucionales no generan una funcionalidad que pueda romper la pátina liberal de la lucha gremial eminentemente profesional.
Las organizaciones sindicales deben tener ámbitos de discusión política donde puedan participar de la elaboración y creación de políticas de estado, junto con el poder ejecutivo y el resto de los sectores que componen y participan de la producción, como empresarios, productores comerciantes etc. Asumir la responsabilidad de la elaboración de políticas nacionales obligaría a una perspectiva distinta en el tratamiento de los intereses profesionales ya que obliga a armonizarlos con los intereses de la nación. Esta nueva funcionalidad recobraría además el sentido de la solidaridad social que es el motor de la mística adecuada para la construcción institucional.
Un frente político del campo nacional debe nutrirse de las distintas organizaciones que deben exigir su participación en un nuevo Estado que dejando de lado la concepción liberal les dé cabida en una acción ejecutiva de gobierno.
La nueva democracia popular y social planteada por el peronismo intenta revalorizar el rol de los partidos políticos. Siempre se utilizó maliciosamente la idea que la Comunidad Organizada planteada por Juan Perón se contraponía a la existencia de los partidos tradicionales. Una gran falsedad. Podríamos decir que el sistema demoliberal es para nosotros el punto de partida de la conformación de una nueva forma democrática mientras que para los liberales es el fin del camino utilizando esa cristalización como herramienta de dominación colonial.
La filosofía de una política de conducción revitaliza el rol del ciudadano y las organizaciones sociales al brindarles un ámbito de participación destacada sin soslayar ni contraponerse con el resto de las herramientas representativas de las democracias republicanas. Simplemente creemos que los partidos y un Estado omnipotente no deben tener la exclusividad de la elaboración política.
El antiguo sistema de representación ciudadana estaba pensado para una complejidad distinta al mundo que vivimos hoy. Terminó la época donde un partido podía ofrecer a los ciudadanos una oferta de soluciones a la problemática política planteada en su Comunidad a través de una “Plataforma”. El aceleramiento político y la multiplicación de los problemas socio-económicos provoca la necesidad de que los dirigentes asuman ante su pueblo los principios y valores con los cuales van a desarrollar su acción de gobierno.
El sentido representativo del sufragio sigue siendo por supuesto la base de la legitimidad, pero no se trata de elegir quien decida por todos, sino de dilucidar quién es el mejor para conducir junto con el pueblo la búsqueda de su felicidad y la grandeza de la patria.
Los problemas que generaron nuestra derrota son la consecuencia lógica de un Movimiento revolucionario que no ha clarificado su nueva institucionalidad. Algo que en tiempos de Juan Perón también fracasó porque su propuesta de autodeterminación comunitaria era inentendible para el tiempo histórico que le tocó vivir. Hoy tenemos quizás la oportunidad histórica de llevarlo a su concreción en un mundo acostumbrado a los plebiscitos populares y las participaciones comunitarias en eventos tan complejos como las reformas constitucionales.
Continuando con el camino trazado por Juan Perón, Evita, Néstor
y Cristina Kirchner debemos reconstruir el movimiento nacional como la
genuina expresión política de una democracia moderna y participativa.
Una democracia que incluya al pueblo y sus organizaciones sociales en
una acción creativa común y colectiva que va definiendo
junto con el Estado su propia identidad como nación.
Es necesario unir lo nuevo con lo tradicional, lo dogmático con lo orgánicamente dinámico. Debemos poner en marcha la nueva democracia social y romper con el esquema participativo del neoliberalismo.
Nuestras herramientas como movimiento nacional para esta nuevas formas de participación son los principios rectores que alumbran nuestra revolución desde hace setenta años acuñados por sus líderes fundacionales Juan y Eva Perón. Estos valores son los que iluminan nuestra acción política y nos une con el sentimiento popular que los ha transformado en la cultura subyacente de todo el pueblo argentino.
Se sintetizan en tres grandes banderas y veinte verdades que fueron predicadas y defendidas con el esfuerzo militante y heroico de varias generaciones.
Esta alternativa política no es solamente una expresión
electoral que juega dentro del esquema participativo del demoliberalismo
sino que es una alternativa revolucionaria que lo impugna y lo supera.
Nuestras convicciones se enfrentan con el intento oligárquico de transformar la potencia creadora de los pueblos en una actividad comiteril para dejar en manos de “profesionales de la política” el futuro de nuestras familias y de nuestro país. No hay solución posible si no se incluye al conjunto del pueblo en la acción creativa de las soluciones de gobierno que la Nación necesita.
Debemos dejar atrás las antiguas herramientas del demoliberalismo que han demostrado ya de una forma evidente sus limitaciones ante el desarrollo feroz del poder corporativo que pretende transformar a todo el mundo en un exclusivo mercado de consumo para sus apetencias materialistas.
Digamos no a su forma de participación ciudadana compartimentada e individualista que impide la maduración de la cultura social de la comunidad y promueve la farandulización de la política y la criminilización de la protesta y la movilización social.
A su armado institucional basado en promover la defensa de los diversos intereses profesionales de la comunidad en forma individual, que termina premiando la acción competitiva y el dominio de los más poderosos.
A su hipócrita visión de igualdad y justicia amparada por una falsa legalidad que iguala los derechos de humildes y poderosos y cristaliza una injusticia económica evidente.
A su promoción de un Estado ceocrático que pone en manos
de los más poderosos el manejo de todos los resortes de la economía
y la justicia.
A su defensa de los monopolios multimedios para garantizar el manejo distorsivo de la realidad y ocultar el plan de entrega económica a las corporaciones y la oligarquía.
Luchemos por una participación activa movilizada por ciudadanos comprometidos, solidarios y con una proyección social que sume su esfuerzo personal al esfuerzo común de construir la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
Promovamos el sentido revolucionario de la doctrina peronista como herramienta de organización política del pueblo para lanzarlo a una nueva participación ciudadana.
Exijamos los ámbitos de discusión de la políticas de Estado para la inclusión de las organizaciones populares y sociales.
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