Corre 1919. Pocos meses atrás, en los tórridos días de enero, la ciudad de Buenos Aires se ha ensangrentado con los sucesos de la Semana Trágica. Una huelga en los Talleres Metalúrgicos Vasena ha producido serios enfrentamientos entre trabajadores y "crumiros" contratados por la patronal. Tras un fallido intento de conciliación, la fábrica ha sido desalojada por personal militar, con un saldo de cuatro obreros muertos.
Al llamado a la huelga general por las dos centrales sindicales (F.O.R.A
y U.G.T.), ha continuado una creciente ola de disturbios: una roja llamarada
amenaza incendiar la ciudad de perfil europeo. La oligarquía ha sentido turbada
su tranquilidad y bandas de jóvenes de buena familia han salido armados a
reprimir a los obreros "maximalistas", contando con la tolerancia
policial.
En su "patriótica" acción, han atentado contra modestos comerciantes judíos a los que indentificaban con un supuesto complot comunista. Por fin, superada la capacidad de las fuerzas de seguridad, el Ejército debió intervenir para restablecer la calma.
Vuelta la normalidad, ha quedado sin embargo una sensación de inseguridad,
de que algo está cambiando subterráneamente en la floreciente factoría agraria,
que la oligarquía ha venido administrando como una gran estancia. Por de pronto,
algo más de dos años atrás, los señores del régimen han debido ceder el poder
político ante el avance de la "chusma" radical: un oscuro caudillo,
Hipólito Yrigoyen, ha llegado a la presidencia expresando las aspiraciones
del criollaje del interior, los compadritos del suburbio y los hijos de los
inmigrantes que aspiran a ocupar su lugar bajo el sol.
Y no es nada confiable ese hombre enigmático al que apodan "EI Peludo": es verdad que en sus difusas apelaciones a la "causa reparadora" y en sus impugnaciones al "régimen falaz y descreído" no hay un cuestionamiento profundo a las bases económicas de la semicolonia. También lo es que la oligarquía ha conservado intocados todos los resortes materiales de su poder. Pero la "chusma" desenganchó el carruaje presidencial y llevó a pulso al caudillo hasta la Casa de Gobierno, manchando las alfombras con alpargatas embarradas. Jóvenes advenedizos y de oscuros orígenes pueblan las antesalas y los despachos oficiales.
También el Congreso, quitando de su lugar "natural" a la gente "decente".
Para colmo, Yrigoyen ha apañado algunas huelgas y se ha mostrado demasiado
tolerante con esos anarquistas que amenazan la tranquilidad pública. Las consecuencias
están a la vista: la "chusma" se ha ensoberbecido y ha sido necesaria
la intervención del Ejército para restablecer el orden, ante la debilidad
del gobierno.
Es que la inmigración, que ha aportado la fuerza de trabajo reclamada por el crecimiento de la economía agroexportadora, también acarreó consecuencias indeseadas: ideologías "extrañas" que algunos años atrás ya empañaron el brillo de los festejos del Centenario. Será preciso mostrarse enérgico con ellas, piensan los personeros del "régimen"...
Pero fuera de esa oscura amenaza, nada parece obstaculizar el venturoso porvenir
que se promete la joven república sudamericana: Europa emerge de la Gran Guerra,
los precios y la demanda internacional de alimentos crecen y también lo hacen,
en consecuencia, los ingresos por exportaciones.
Y la ciudad rioplatense se moderniza, orgullosa y cosmopolita, de cara al puerto que la conecta con los mercados de ultramar. Tiene detrás suyo las tierras feraces de la extensa llanura bonaerense, a la que conecta la telaraña de hierro de los ferrocarriles británicos, especialmente diseñada para servir al funcionamiento de la estructura agroexportadora.
Y justamente los rieles del ferrocarril unían a la Capital con una pequeña
población enclavada en medio de la llanura, a más de doscientos kilómetros
de distancia. Una población como tantas otras de las que abundan en el paisaje
extenso de la Provincia de Buenos Aires, de edificación achatada y calles
de tierra sombreadas de árboles. El pueblo en cuestión nació hacia 1893, al
inaugurarse la estación ferroviaria de Los Toldos, que recibió ese nombre
por su proximidad con las tierras que en otro tiempo ocuparan las tolderías
del cacique Coliqueo.
EI reducido núcleo urbano fue creciendo con lentitud y al promediar 1908 se creó el distrito de Los Toldos, el que fue designado cabeza de partido. Ya tuvo entonces policía, registro civil y juez de paz. Poco más tarde -en 1910- el distrito recibió el nombre de General Viamonte, pero la estación ferroviaria que le diera origen conservó la denominación original, evocativa de los no tan lejanos tiempos de malones.
"El ser cabeza de partido no trajo grandes cambios al pequeño poblado. En 1919, tenía unos 3.000 habitantes y los días de lluvia, sus calles de tierra se convertían en verdaderos barriales. Algunos se enorgullecían de tener luz eléctrica, pero la mayor parte contaba solamente con lámparas de Kerosene.
Los habitantes trabajaban como peones o medianeros en las estancias y chacras
vecinas, dedicadas al cultivo del trigo o la ganadería. La vida transcurría
apacible y monótona, lejos de la violencia que parecía sacudir al mundo entero
por aquellos años.
Hasta los descendientes de Coliqueo habían abandonado sus tradiciones guerreras
y ahora, los días de fiesta, desfilaban a caballo tacuara en mano por las
calles de Viamonte. EI último acontecimiento trascendente había ocurrido en
1916, cuando los radicales ganaron las elecciones y ascendió a la presidencia
don Hipólito Yrigoyen. Desde entonces, todo parecía llegar amortiguado hasta
Viamonte, inclusive los sangrientos episodios de la Semana Trágica de enero
de 1919". (1).
Allí, en ese pequeño poblado, nació en la madrugada del 7 de mayo de 1919
Eva Perón. Según cierta versión fue una partera india quien trajo a la niña
al mundo (2), lo cual no suena imposible en aquel tiempo y lugar. Existen
algunos datos contradictorios, que aportan confusión con respecto a la fecha
y lugar precisos.
Por lo demás, la circunstancia de ser hija natural y la prejuiciosa moral imperante harían que años después, al contraer matrimonio con Perón, fuera preciso adulterar los datos del acta para ocultar unos orígenes que la mojigatería burguesa condenaba: en ella Eva figura como nacida en Junín en el año 1922.
La partida de nacimiento existente en General Viamonte, donde sólo aparecía
el nombre de su madre, fue destruída. No obstante, los testimonios más confiables
dan sustento a la versión más arriba consignada. (3).
La madre de Eva era Juana Ibarguren, una mujer de carácter vivo y humildes orígenes, que contaba por entonces treinta y un años de edad.
Algo gruesa, de estatura mediana y ojos oscuros, discreta y de pocas palabras,
había heredado de su padre -Joaquín Ibarguren, un comerciante vasco- el orgullo
y voluntad firme. Doña Juana convivía, desde varios años atrás, con Juan Duarte.
Cuando Eva nació, la pareja tenía ya cuatro hijos: Blanca, Elisa, Juan y Erminda.
No obstante, nadie ignoraba en Viamonte que don Juan tenía esposa legítima en la ciudad de Chivilcoy.
El padre de Eva, Juan Duarte, pertenecía a una próspera familia de Chivilcoy.
Allí había contraído matrimonio con Estela Grisolía, del que habían nacido
tres hijas. En el año 1901 se trasladó a General Viamonte y se instaló en
la estancia que arrendó, distante unos 20 kilómetros del pueblo. Vinculado
al partido conservador, adquirió rápido prestigio e influencias políticas:
su estancia -La Unión- era frecuente lugar de cita para sus correligionarios.
En 1908 fue designado suplente del juez de paz. Su convivencia con Juana Ibarguren databa de esa época y al poco tiempo nació la primogénita, Blanca. En rigor, la pareja no cohabitaba permanentemente, porque Juan Duarte solía permanecer en La Unión.