La incomprensión de los sectores medios de la comunidad expresadas por sus dirigentes políticos, intelectuales, y empresariales, fue transformándose en un odio implacable. Nunca entendieron la necesidad de participar dentro de un sistema de democracia social y popular como planteaba el peronismo.
La revolución necesitaba de ellos como la oposición franca para fortalecer y profundizar el diálogo.
Simplemente se pedía que se respetara el nuevo protagonismo y la autodeterminación popular cómo la nueva forma de sostener la soberanía política del país.
Se necesitaba para ello que sus discursos y prédicas no se contrapusieran a las tres banderas fundamentales del justicialismo: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
No se pretendía su incorporación al Partido Justicialista, sino su inclusión al movimiento nacional, enriqueciéndolo con su mirada opositora y alternativa, que todo sistema democrático necesita.
Nunca lo entendieron así, siempre vieron esta invitación como una desaparición de sus individualidades distintivas como partidos independientes.
Esta impotencia fue creciendo con el peligroso matiz de un profundo racismo anticristiano, expresado contra los humildes y los trabajadores.
Perón enunciaría amargamente las acciones degradantes y descalificadoras de la oposición contra las obras de la Fundación Eva Perón, contra las militantes del partido peronista femenino y contra todo lo que tuviera que ver con la nueva expresión política de los trabajadores en la nueva argentina. Eran humillados cruelmente los diputados de extracción gremial y los agregados obreros de las embajadas argentinas en el exterior. La argentina se tiñó de un espíritu degradante y racista, donde el ataque a los cabecitas negras y al aluvión zoológico era un deporte gracioso y ocurrente.
Esta incomprensión los llevó a enfrentar el proceso del peronismo como ciegos opositores. Su frustración fue transformándose en un profundo odio, que sirvió de campo de acción para que los enemigos de la nación, pusieran en marcha la herramienta más despreciable de las luchas políticas: el terrorismo.
La escalada del terrorismo en la argentina del siglo XX (que alcanzaría su máxima expresión en la represión de la dictadura militar de 1976), comenzó a desarrollarse en la incomprensión de este fenómeno político que significó el pueblo lanzado a un nuevo protagonismo.
De la burla y la ironía se pasó al insulto y ante la impotencia de no poder derrotar legalmente al justicialismo, se llegó al asesinato y la masacre sin miramientos.
El terror comenzó con los intentos de golpes militares y atentados con bombas en la vía pública. Luego fueron la colocación de bombas contra concentraciones de trabajadores, el asesinato de policías y finalmente se llegaría al bombardeo y ametrallamiento de muchedumbres indefensas.
Lo más dramático es que ni siquiera existió el pudor ante la hecatombe moral, es más, se mostró la indignidad con orgullo y los organizadores y responsables del terror, fueron premiados y erigidos como héroes, siendo luego ministros y embajadores.
La incomprensión de los sectores intermedios del país ante lo nuevo los llevó por el camino mas despreciable y sin retorno. Todas las organizaciones que participaron de la temible reacción instrumentada desde la lucidez de los intereses de la antipatria, terminarían desapareciendo. Los que se sintieron protagonistas orgullosos de la derrota de la “tiranía”, condenaron al país a la hecatombe institucional mas grave que se tenga memoria.
En esa acción, junto con su ética, su moral y su dignidad, enterraron el destino de las instituciones que representaban: los partidos políticos, la justicia, el ejército, la intelectualidad y la iglesia.
Ninguno de estos sectores podría torcer ese tortuoso camino que elegían y lo siguieron hasta el final, cuando terminaron abrazados (por reconocimiento o inacción), ya sin tanto orgullo ni popularidad, a la infamia de la dictadura militar mas sangrienta y ruin que conoció la historia del país.
Así como la incomprensión de los opositores los llevó por el camino del terror, la incomprensión en las filas del movimiento nacional los llevaría al camino de la indiferencia y la traición.
Cómo ya vimos, el peronismo forjó su fuerza en una relación de amor entre el pueblo trabajador y sus líderes fundacionales.
Esto no bastaba para consolidar la revolución, era necesario incorporar al movimiento al resto de los sectores que pertenecían al campo popular y aislar a la oligarquía nativa asociada a los intereses foráneos que siempre atentaban contra el movimiento nacional.
Estos sectores sólo se incorporarían si se les podía explicar en términos ideológicos la revolución justicialista y eso no ocurriría. Los dirigentes peronistas eran eficaces administrando los espacios de poder abiertos por el líder y el pueblo trabajador, pero no podrían incorporar a nuevos sectores al movimiento. La falta de comprensión sobre estas necesidades estratégicas provocaría el congelamiento de la revolución.
Las dirigencias no se plantearían la necesidad de poner en marcha el proceso de autodeterminación popular que sería lo único que podría dar sustento a la organización revolucionaria que el movimiento necesitaba.
Falto de esta dinámica, la mística, la decisión y el entusiasmo desaparecerían en una maraña de burócratas y dirigentes advenedizos, ávidos de poder y faltos de coraje y valor.
La ausencia de estos valores en la dirigencia peronista presagiaba el drama que se aproximaba,
La cuestión del petróleo y las inversiones extranjeras, y el enfrentamiento con la iglesia, darían el marco político al enfrentamiento.
Los argumentos para la batalla final no serían muy profundos o importantes, en realidad, cualquier argumento serviría para acrecentar el odio y justificar la indignidad.
Habría un Perón Anticristo, para los que justificaban su odio desde sus supuestas virtudes cristianas.
Habría un Perón Imperialista, para los que lo hacían desde sus ideologías esclarecidas.
Habría un Perón Nazi y otro Comunista, para la hipocresía amparada desde las vacías palabras del liberalismo, o desde un nacionalismo sin pueblo.
En realidad, lo único que exhibían sin contradicciones era un profundo desprecio a la Argentina construida por los humildes. Quizás la única “dictadura del proletariado” anunciada por el marxismo (aunque profundamente democrática) que existió en la historia de la humanidad.
Perón intentaría conmover a sus propios dirigentes con su renuncia y fogosos discursos llamando a la lucha para defender las conquistas logradas. Sería inútil.
Su “ejército” estaba compuesto solamente por su pueblo trabajador, acompañado por miles de “cabos y sargentos” dispuestos a dar la vida. Sin embargo, falto de “generales y Estado Mayor”, sabía que no podía enfrentar la lucha sin una enorme masacre popular.
Además nunca podría consolidar la revolución sin el concurso de los sectores intermedios, indispensables para la institucionalización de un nuevo país.
Tampoco lo acompañaba la situación internacional. Aislado, sería fácil presa de los apetitos del imperialismo.
Es doloroso, pero necesario, señalar que ante la caída de Perón no se realizó un paro de actividades. Fue anunciado pero nunca ejecutado. Con el líder preso en una cañonera paraguaya, los dirigentes gremiales se dispusieron a conversar con los subversivos que llegaban al poder.
Con un gran dolor en su alma, Perón se retiraba tácticamente para volver en el momento adecuado.
Empezaba la heroica etapa de la resistencia.
Daniel Di Giacinti