(2) Parecía dormida...

La tarea de Ara había finalizado sin que el monumento proyectado estuviera listo, ni se hubieran comenzado los trabajos. La comisión sólo pudo adelantar un informe sobre las dimensiones que tendría, el número de ascensores previsto y los materiales a utilizar. Esa circunstancia motivó la oferta de Ara para continuar ocupándose del cadáver hasta tanto se le diera destino definitivo. En una antesala se dispuso una especie de capilla con luces tenues y un crucifijo, donde fue colocado el cuerpo y pudo acudir la familia de Eva para rezar. A Perón le fue habilitado un ascensor especial desde la planta baja del edificio: en el tiempo que medió hasta su derrocamiento, concurrió en tres oportunidades a visitar el cadáver de Eva.

Figura 6:

 

"...Los cabellos bien peinados hacían el efecto
de una aureola. El cadáver estaba extendido en un minúsculo lecho forrado de raso y encerrado en una campana de vidrio. Esperando trasladarla al mausoleo que se estaba construyendo ante la villa presidencial, según deseo expreso de Evita poco antes de morir, ordené que fuese colocada en una sala de la Confederación del Trabajo, transformada en capilla provisional...." (JDP, Cómo conocí a Evita y me enamoré de ella)

La primera vez que lo vio quedó profundamente conmovido. Más tarde escribiría al respecto: "Tuve la impresión de que dormía. No podía retirar la vista de su pecho porque de un momento a otro esperaba que se levantase y que se repitiera el milagro de la vida. Eva vestía una túnica blanca, muy larga, que le cubría los pies desnudos. Sobre la túnica, casi a la altura de la espalda, lucía el distintivo peronista en oro y piedras preciosas que llevaba en vida. Las manos salían de las amplias mangas y estaban unidas; entre las manos tenía un crucifijo. Su rostro era de cera, lúcido y transparente, los ojos estaban cerrados como en un sueño. Sus cabellos bien peinados la hacían radiante."

Figura 7:
 
"...Las paredes de aquel sepulcro estaban recubiertas de paños azules y detrás de las colgaduras había una mesita en la cual el Dr. Ara tenía las redomas y ampollas de sus ácidos y jeringas. La cámara era semi-oscura; apenas la
iluminaba un rayo de mortecina luz que venía del techo; una puerta de madera con dos ventanillas de vidrio opaco daba acceso a aquel lugar en donde nadie podía entrar. Existía una sola llave y la tenía el médico español.
Yo fui tres veces a ver a Evita; cada vez experimentaba una emoción diversa. Ante la puerta sentía un extraño sudor que me descendía por la espalda; el ruido de la llave al girar en la cerradura me parecía convertirse en un trueno... Luego seguía un gran silencio, como si el umbral de aquella puerta fuese el umbral de la eternidad....." (JDP, Cómo conocí a Evita y me enamoré de ella)


El cadáver estaba extendido sobre un minúsculo lecho forrado de raso y seda dentro de una campana de vidrio (...). Alargué la mano pero la retiré de inmediato; temía que el calor de mi mano la redujera a polvo como sucede con el aire en los sepulcros antiguos.

Ara se me acercó y me dijo en voz baja: No tema.

Está tan intacta como cuando estaba viva". (3).

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