(3) El peronismo sin Eva

Mientras los restos de Eva permanecían en el edificio de la CGT, el día 26 de cada mes, a las ocho y veinticinco, una procesión de antorchas llegaba silenciosamente hasta allí. En 1952 el 17 de octubre fue nuevamente dedicado a su memoria. El balcón que ella solía ocupar apareció enlutado, se escuchó su voz grabada y Perón dio lectura a su testamento frente a una multitud silenciosa.

Sin ella, la labor de la Fundación se resintió. A la disminución de los recursos -emergente de las crecientes dificultades económicas-, se agregó el ritmo impuesto por una dirección más burocrática: faltaban el nervio y la ejecutividad de Eva.

Al principio, Perón procuró reemplazarla personalmente en todas sus tareas: no había persona alguna en quien pudiera delegar las responsabilidades y el poder que ella había detentado. Así, comenzó a concurrir dos veces por semana al ministerio de Trabajo para atender allí, junto a Atilio Renzi, la ayuda social directa.

También asumió la presidencia del Partido Peronista Femenino. En el orden gremial, se hicieron más frecuentes sus entrevistas con dirigentes en el ministerio y su concurrencia a actos sindicales. Sin embargo, pronto se vio claro que era imposible llevar adelante todas esas tareas, compatibilizándolas con la labor de gobierno. Por lo demás, y como ya se ha dicho, la capacidad de trabajo de Perón pareció resentirse tras la muerte de su mujer.

La ayuda social quedaría, finalmente, en manos de Renzi. La presidencia del Partido Peronista Femenino sería ocupada por la diputada Delia Parodi. En el orden sindical no habría reemplazante: en cambio, se produciría el desplazamiento del secretariado de la CGT adicto a Evita -Espejo, Soto y Santín- y su sustitución por una nueva comisión directiva presidida por Juan Vuletich, dirigente del gremio de empleados de farmacias.