(6) Más allá de la historia

La dignificación del pueblo

Daniel Di Giacinti

El comienzo de la década del cincuenta significó el fin efectivo de la segunda guerra mundial. El mundo se enfrentaba a una realidad distinta donde Inglaterra había sido desplazada de su hegemonía mundial por dos nuevas superpotencias: Rusia y Estados Unidos. Ambas mantendrían una lucha de postguerra hasta afianzar y consolidar sus fronteras y “zonas de influencia” y una vez finalizada esa etapa sobrevendría la de la “coexistencia pacífica”, donde los nuevos amos del mundo pondrían sus nuevos feudos en orden.

En occidente, Estados Unidos no tardaría en darse cuenta que el “ordenamiento enfrentaría a un elemento nuevo que impediría repetir las fórmulas de dominación colonial anteriores a la segunda guerra . No había espacio para la “política del gran garrote” esgrimida por Theodore Roosevelt. Tampoco se podría instrumentar la antigua política colonialista inglesa de comprar y controlar una clase dominante de diputados, abogados y gerentes de las empresas radicadas en las colonias, sostenidos por un marco de pseudo-legalidad jurídica fraudulenta que le sirviera de pantalla.

¿Qué había ocurrido?

La evolución de la humanidad había avanzado imperturbable y la masificación de la discusión política se había hecho realidad. Las nuevas tecnologías aportaban elementos que modificaban profundamente las actividades culturales de los pueblos. El cine y la radio comenzaban a transformar las intimidades del hombre, con su crecimiento y expansión nacía el extraordinario proceso de masificación y aceleración de las relaciones sociales y culturales, y en consecuencia también de la política.

Figura 34:
 
Durante la guerra, Estados Unidos perfeccionaría la tecnología aplicada a la comunicación de masas y generaría una herramienta que le sería vital para la penetración cultural en su “área de influencia”: la televisión.

Esta dejaba de ser dominio de las clases pudientes y letradas y pasaba a discutirse en los bares, en los lugares de trabajo y en la calle con una pasión inusitada. Los medios de comunicación (especialmente la radio) ponían en la mente de millones de personas los elementos culturales necesarios para racionalizar su pensamiento político. La masa tendría la posibilidad no ya de participar como elector de las distintas posturas y alternativas, sino que podría movilizarse detrás de objetivos propios y sentirse ejecutor racional de los mismos.

Esta nueva situación marcaba la necesidad de implementar nuevas políticas por parte de los nuevos amos del mundo, era fundamental impedir que los medios de comunicación y la consecuencia de su desarrollo transformara y despertara la conciencia de los pueblos sojuzgados y los organizara políticamente en contra de sus intereses.

¿Cómo lograrlo?

Si bien el desarrollo de una mayor conciencia política era una posibilidad, esto no se daría como una consecuencia inevitable sino que debería contar con algunos elementos a favor.

El primero debería ser la dignificación social, ya que la participación política, o sea una actitud de solidaridad social primero y nacional después, sólo es posible desde un estrato social dignificado, y era evidente que los pueblos del Tercer Mundo estaban lejos de poseerlo, luego de siglos de explotación e indignidad.

El segundo era que la masa encontrara frente a sí un marco organizativo que transformara la participación y la discusión política en una acción permanente, con su consecuente maduración cultural.

Por lo tanto las nuevas políticas de dominación deberían de mantener, por un lado la injusticia social, y por el otro los sistemas demoliberales de participación política.

Figura 35:
 
Con la masificación de la radio y la multiplicación del caudal de información, la discusión política dejaría de ser un privilegio de unos pocos.

La política debería ser ejecutada solamente por los partidos políticos y la masa votar y consumir. Debería inculcarse el modelo ejercido por el país central, ocultando obviamente que la participación política en un país consolidado institucionalmente es diferente a la de un país periférico y subdesarrollado.

En el primero la actividad política simplemente mantiene el sistema funcionando en orden, y consolidando diariamente un modelo de nación no discutido por las partes. En cambio en el segundo, la causa de su estado colonial radica justamente en las graves contradicciones que enfrentan a las distintos componentes sociales de su comunidad.

Estas eran las claves de la nueva etapa, imponiendo estas consignas se conseguirían pueblos sumisos y desorganizados, no conscientes de su dignidad, y dirigentes políticos confundidos e incapaces. Esto permitiría bucear en su consecuente desorganización y acentuar las contradicciones coyunturales entre las distintas posturas internas enfrentándolas para debilitarlas.

Sin embargo, mientras los poderosos de la tierra luchaban entre sí, dirimiendo la dominación futura del mundo, en la Argentina una Logia secreta del ejército había desplazado del poder a una dirigencia política decadente, fiel reflejo de la Década Infame.

Entre ellos un joven coronel había comenzado a desplegar una política revolucionaria. El coronel Perón desde una olvidada y fría oficina, el Departamento del Trabajo, que rápidamente había transformado en la Secretaría de Trabajo y Previsión, comenzó a desplegar una febril actividad.

Los responsables del sindicalismo argentino que mantenían totalmente anarquizado al movimiento obrero, comenzaron a frecuentar masivamente la secretaría del coronel.

La increíble percepción de Perón había desentrañado las claves de la nueva etapa y rápidamente se dispuso despertar a los trabajadores de una situación de decadencia y desorganización: En su adoctrinamiento, explicaba la necesidad de abandonar una actitud meramente reivindicativa y organizarse para participar de la discusión política y conjuntamente anunció lo que sería la primer etapa de su revolución: la dignificación del pueblo. Para lograrla era imprescindible el desarrollo de la justicia social como paso previo a la organización.

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