Claro está que para que todo esto fuera posible, se requería el consentimiento del peronismo. O más bien, el propio Perón, que ya había demostrado suficientemente que no podía eludírselo.
Este debía presentarse a negociar, y comenzar por condenar en forma inequívoca la acción de la guerrilla que invocaba su nombre. A cambio, Lanusse ofrecía al peronismo el levantamiento de toda proscripción y la seducción que para los dirigentes significaría la participación en el gobierno.
Con relación a Perón parecía decidido a tomar el toro por las astas. “En este problema de Juan Perón pienso ir mucho más allá de lo que ustedes se atreven a imaginar”, había dicho a los dirigentes sindicales que lo entrevistaron en Abril. Partía de su arraigada convicción de que el líder justicialista era “ambicioso y corrupto”, y por lo tanto, fácil de tentar mediante ciertas ventajas y compensaciones materiales.
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La apertura política de Lanusse. |
También estaba persuadido de que Perón no se atrevía –o no deseaba – regresar a la Argentina, y que prefería largamente la comodidad de su exilio madrileño.
Pero pronto se vería que las cosas no eran tan fáciles como Lanusse suponía.
La misión secreta del Coronel Cornicelli -ya referida- no arrojó resultado alguno. Perón no dijo ni que sí ni que no, y se negó a impugnar la acción de la guerrilla. Cuando en el mes de Abril, la dirigencia peronista en pleno concurrió a Madrid en busca de instrucciones, el general pareció dispuesto a aceptar la oferta y facultó a Paladino para iniciar conversaciones con el ministro Mor Roig, al tiempo que instruía al sector gremial en el sentido de aminorar la presión sobre el gobierno.