Por Natalia Jaureguizaar
Y esta naciente resistencia dio sobradas muestras de dignidad. Algunas de esas historias nos arrancan una sonrisa cómplice. Otras, sencillamente conmueven por su bravura.
Comenzaban años muy duros y el pueblo se disponía a demostrar que no estaba dispuesto a dar un paso atrás. También dejaban claro que de Perón y Evita habían aprendido a no ponerse de rodillas, por más poderoso que pareciera el enemigo.
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Una consigna que marcó el camino de la dignidad popular
Eran las semillas sembradas del espíritu libre que estaban germinando en los corazones de quienes habían sido sus únicos privilegiados y su único modelo de hombre. La clase trabajadora daba muestras de su decisión y coraje.
Los “comandos civiles” se dedicaron a cazar peronistas en todo el país y entregarlos a los militares y a la policía golpista. En Rosario, el pueblo peronista se preparaba para resistir el golpe de la fusiladora.
Panaderos, pizzeros, pasteleros, trabajadores del gremio de la madera, hicieron barricadas en las calles, en las esquinas, cortaron el tránsito. La CGT lanzó a los obreros a las calles en grandes columnas. Los trabajadores fueron atacados por helicópteros que tiraban bombas de gases y por francotiradores de los “comandos civiles” compuestos por socialistas, comunistas, religiosos y radicales que disparaban desde los techos.
Avión utilizado para bombardear a civiles indefensos
con el Cristo Vence pintado en el fuselaje.
Estados Unidos, Inglaterra y Uruguay –entre otros— se apuraron en reconocer al gobierno de los golpistas.
Pero, en una de las villas de Rosario, se vivió un ejemplo de conmovedora dignidad. Esa integridad de la que se habían apropiado cuando se les enseñó que la libertad no se negocia. Eran los herederos de la “tercera posición”: Peronistas, ni yankies ni marxistas.
Así nace una de las más pintorescas historias de la naciente resistencia cuando una trabajadora del frigorífico Swift, de pronto, giró su cabeza hacia la entrada de Villa Manuelita y dirigiéndose hacia un enemigo aún invisible, empezó a agitar la ropa que estaba lavando y gritó: “¡Vengan! ¡Tiren! ¡No les tenemos miedo! ¡Viva el general Perón, carajo! ¡Viva la compañera Evita!”. La rebelión se desató, el resto de las mujeres dejaron de lavar y comenzaron a levantar enormes piedras para bloquear las vías del tranvía. De una casilla llevaron una pila de delantales blancos que otras mujeres unieron con alfileres, uno al lado del otro hasta reunir varios metros, sobre esta bandera improvisada que colocaron en el tanque de agua, escribieron con brea: “Todos los países reconocen a Lonardi. VILLA MANUELITA, NO”. Los hombres aparecieron con hachas para cortar los eucaliptos y cruzarlos delante de las tanquetas. Villa Manuelita era una república que se atrincheraba para la guerra.
Las pintadas, luego, gritarían desde las paredes: “Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la fusiladora, Vila Manuelita NO”.
"Comandos civiles" de la revolución libertadora en Córdoba.
Por Abanderado Grandoli avanzaba una formación del ejército con la intención de tomar el tanque de agua para quitar la bandera; de la columna militar se desprendieron tres soldados, las mujeres se pusieron adelante y desprendiéndose las camisas y mostrando los pechos, levantando sus pequeños hijos que lloraban hacia el cielo lluvioso; desafiaban: “¡Adelante!... ¡mátenlos!... ¡asesinos!... ¡tiren cobardes!”. Los soldados dieron vuelta, uno de ellos lloraba…Villa Manuelita, no se rendía. El ejército hizo otros tres intentos por sacar la bandera, siempre fueron corridos a pedradas y ladrillazos hasta fuera de la villa mientras les cantaban la “marchita”.
Presentamos el libro de Pablo Hernández, Villa Manuelita, la memoria y la esperanza, editado por Casa del Folclore.
Las inolvidables jornadas del comienzo de la resistencia peronista en un humilde barrio obrero de las afueras de Rosario. Acciones que marcaron con su ejemplo el camino de la voluntad popular de pelear por la dignidad avasallada.
Un relato apasionante que describe las heroicas jornadas del pueblo trabajador en una demostración de lealtad irrenunciable para con su líder.
Pablo Hernández con el boxeador Goyo Peralta en la contratapa de la publicación.
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