El marco internacional cobra un estado de tensión que aisla a nuestra nación. Cuatro días después del desembarco en Normandía, Perón ha de producir uno de los hechos político-militar más importantes de esta época en la Argentina, cuando el 10 de junio inaugura, en la Universidad de La Plata, la cátedra de Defensa Nacional.
La disertación pronunciada ese día por el Ministro de Guerra —comenta Fermín Chávez— constituyó la más brillante exposición que militar argentino alguno hubiese realizado hasta entonces sobre estrategia nacional: Fue una síntesis de las necesidades político-sociales de la Argentina, vistas a la luz de los más modernos enfoques de la Defensa Nacional. El coronel Perón dijo en esa oportunidad que para los argentinos “no existía diferencia entre una victoria de los aliados o una victoria del Eje (…) que en uno y otro caso la Argentina sólo podía alcanzar sus legítimas aspiraciones nacionales por medio de una diplomacia vigorosa, respaldada por el Poder Militar y por un gobierno que ejerciera dominio sobre todas y cada una de las fases de la vida nacional”. La Secretaría de Estado norteamericana creyó ver en estos conceptos una concepción totalitaria de la Argentina.
A su juicio las naciones se dividen en satisfechas e insatisfechas, conceptuando a la Argentina como una nación pacifista pero insatisfecha. Expone un nuevo enfoque de la historia económica-social argentina, opuesta a la tradicional. Así refiriéndose al capital argentino, entiende que rechazó la industria “como una aventura descabellada y, aunque parezca risible, no propia de buen señorío”.
Cuando se refiere al capital foráneo y su incidencia en nuestra historia entiende que tuvo “poco interés en establecerse en el país para elaborar nuestras riquezas naturales”; así refiriéndose a la capacidad de los argentinos dice que “El obrero argentino, cuando se le ha dado oportunidad de aprender, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero” y que para una verdadera defensa nacional es necesario “una poderosa industria propia y no cualquiera, sino una industria pesada”. Las ideas volcadas en la pieza oratoria del 10 de junio tienen elementos bien caracterizados de la entonces futura, “doctrina peronista”.
Valiéndose de los Forjistas, se acerca al radicalismo intransigente. Don Arturo Jauretche había lanzado una consigna “radicalizar la revolución y revolucionar el radicalismo” que era una idea compartida por Perón.
La historia de las relaciones con los radicales había empezado en la presidencia de Ramírez y a mediados de 1944, Perón conversa con Amadeo Sabattini a quien le expone sus ideas pero como entiende Pavón Pereira “se estrella con una rígida coraza principista: los árboles impiden ver el bosque al caudillo radical cordobés, y por ello frustra la posibilidad de un acuerdo entre la conducción de la UCR y el incipiente peronismo”.
Años más tarde Perón comentaría a Félix Luna su entrevista con Sabattini: “No me pude entender con él, era totalmente impermeable. Era un hombre frío que no tenía posibilidad de entrar en una cosa como la nuestra… El estaba en los viejos cánones”.
El general Tanco, oyó decir a Perón, luego de la entrevista referida: “!Este Sabattini no entiende nada! ¡Su cerebro cabe en una caja de fósforos…!
Perón estaba preparando, sin prisa pero sin pausa, el camino para llamar a elecciones, pero poco le interesaba ser vicepresidente de un gobierno de facto, no tenía intención de reemplazar a Farrell en un gobierno que no fuera “de jure”. Distinto era el proyecto de Perlinger y sus seguidores, que como hemos visto, eran opositores a una salida electoral, partidarios en cambio, de la permanencia del gobierno militar.
Perón, juntamente con su equipo, tomó los recaudos necesarios para que Perlinger no fuese vicepresidente de la nación. La reunión que decidió la designación se debió llevar a cabo en el Ministerio de Guerra hacia el 5 de julio. La junta reunida en dicha oportunidad, no sólo resolvía quién iba a obtener el cargo, sino también la política a seguir por la Revolución. Un compromiso de honor de retirarse quien fuera derrotado, debió existir entre Perlinger y Perón. Lo real es que Perlinger renunció a su cartera y el Ministerio de Interior quedó interinamente a cargo del ministro de marina: Alberto Tessaire.