(4) La seguridad social

Hoy puede parecer normal, para todo el que viva de un sueldo, contar con vacaciones pagas y con una jubilación —por exigua que sea— al llegar al final de la vida activa.

Sin embargo conviene recordar que tanto una como otra cosa eran raros privilegios de unos pocos gremios hasta 1945. Para la mayoría, el año laboral sólo conocía las estrechas pausas de los domingos: de vacaciones gozaban los ricos, o los desocupados que las tenían forzosas. El trabajo se prolongaba mientras la salud lo permitiera —y mientras el patrón no decidiera prescindir del trabajador—. Cada uno debía tratar de ahorrar algún dinero mientras estaba en actividad, si es que sus ingresos se lo posibilitaban, para contar con una renta al retirarse. De lo contrario, había que confiar en la buena voluntad de hijos u otros familiares. 

Figura 14:

A pesar de que en la escala inflacionaria por primera vez los sueldos corrían delante de los precios, los aumentos no dejaban de ser motivo de crítica para la prensa liberal.

Con el peronismo, el país se modernizaría en estos aspectos, quedando institucionalizado el derecho al descanso y la cobertura de la vejez. Otro tanto ocurriría con las indemnizaciones por despido, las licencias por maternidad y tantos otros aspectos de la vida laboral regulados por los convenios colectivos y estatutos profesionales. No puede dejarse de apreciar la profunda modificación que todo esto produjo, tanto en las relaciones laborales como en la vida del trabajador. Ya no existirían vínculos “paternalistas”; no podría haber patrones generosos o explotadores y los beneficios no se concederían a modo de “indulgencias” sino que podrían exigirse como derechos.

Figura 15:

Las jornadas laborales de 8 horas dejaban tiempo para el descanso, el mate, la lectura y la radio.

El trabajador argentino pasó a ser un trabajador caro, no sólo en términos de remuneración directa, sino por el costo de la seguridad social. Más de una vez, ese argumento será esgrimido por sectores empresarios, nostálgicos del país pre-peronista, para justificar sus dificultades para competir en mercados externos. Frente al criterio de la economía eficiente a costa de la mano de obra barata —el hombre al servicio de la economía—, el peronismo eligió poner la economía al servicio del hombre.

No sólo de trabajo

No sólo de trabajo vive el hombre. El mejor nivel salarial, el mayor tiempo libre —porque la jornada industrial es más corta que en la tarea rural— y el descanso pago del fin de semana, dejaban oportunidad para el esparcimiento.

Figura 16:

La vida social se multiplicaba en bares y restaurantes, antes prohibitivos para los trabajadores.

El “cabecita negra” tenía lugares de encuentro con su gente, en el medio a veces hostil de la ciudad grande. En la década del 40, proliferaban los locales bailables, donde los muchachos y muchachas llegados del noroeste o el litoral podían paliar su soledad, conocerse, formar pareja. Eran la Enramada, el Palacio de las Flores, el salón Bompland, el Norte o el Palermo Palace.  La voz de Antonio Tormo, con sus temas simples y sentimentales, ganaban popularidad entre le público provinciano. 

Figura 16:

Mazo de cartas "peronista". Perón es el 12 de oros.

Fue también el tiempo en que la música folklórica penetró en la ciudad. Poco aceptada al principio, fue ganando rápidamente el gusto porteño. Desde el molde de los ritmos y motivos populares, se proyectaría la obra de sorprendentes poetas como Atahualpa Yupanqui. Ya se irían haciendo conocer los hermanos Avalos, Félix Pérez Cardozo, y luego Eduardo Falú y los Chalchaleros, que incorporarían al público de clase media, inicialmente reacio. El tango mantenía su lugar y la música “característica”, pegadiza y bailable, animaba fiestas y reuniones a través de Feliciano Brunelli.

Figura 17:

También la moda femenina fue influenciada por la política nacionalista. Aquí podemos observar los modelos, “Calingasta”, “Pilcomayo” y “Bermejo”.

También el deporte encendía entusiasmos en la Argentina de esos años: “la muchachada llenaba estadios de fútbol para aplaudir a Labruna, Di Stefano, Boyé, Moreno o Pedernera. Y las noches de los sábados, en el Luna Park, eran del “mono” Gatica: ese joven puntano que había sido lustrabotas, y ahora ganaba dinero y derribaba adversarios ante el delirio de la tribuna.



Afiche para incentivar la compra de tierras para cultivo.

La gente del ring-side aborrecía su fanfarronería, la sonrisa sobradora y agresiva de su boca dura. A él no le importaba, y subía al cuadrilátero, desafiante, con los rostros de Perón y Evita bordados en la espalda de la bata. En la imagen del “mono” se mirarían muchos de esos jóvenes recién venidos: ser ganador como él era la revancha contra la soberbia porteña y la vía de ascenso económico rápido.

Duración: 30 segundos
 
 
El “Mono” Gatica: un boxeador del pueblo.
 
 

En los suburbios bonaerenses donde se iban formando barriadas, surgían canchitas  de fútbol, sociedades de fomento, pequeños clubes. Los domingos a mediodía, las parrillas estaban llenas y se armaban los partidos que se prolongaban hasta la caída de la tarde.

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