Desde Madrid Perón observaba las distintas tendencias que se movían y crecían al interior del justicialismo. A las divergencias estratégicas había que sumarle las ambiciones personales en juego y las distintas estrategias al servicio de esas ambiciones. Había quienes buscan entendimientos con el gobierno, y quienes los buscan con los militares para alentar una alternativa golpista que él siempre había rechazado, porque las sabía encaminadas a burlar una vez más la voluntad popular. Y eran muchos los que se aprovechaban de las ambiciones de los dirigentes para dividir al peronismo.
Era imperioso encontrar un modo de conjurar esas fuerzas centrífugas e imponer, una vez más, unidad en las filas del Movimiento. Para ello Perón había tomado la decisión de retornar al país en 1964.
El retorno era, desde la perspectiva de Perón, una maniobra de vastos alcances. No buscaba producir la caída del gobierno, pero sí forzarlo a una definición: debería buscar una conciliación que lo arrancara de su aislamiento en una falsa legalidad. O bien desnudar su carácter ilegítimo. Con relación a las filas de su propio Movimiento, el líder podría reafirmar su autoridad desalentando las maniobras de quienes complotaban con ciertos militares a sus espaldas.
El 2 de diciembre, en horas de la madrugada, el general y sus acompañantes se embarcaron con destino a Buenos Aires.
Sin embargo al llegar a Brasil, Perón fue obligado a descender del avión y luego de mantenerlo incomunicado durante trece horas fue devuelto a España. El régimen de Illia demostraba su verdadera imagen: la de ser un gobierno títere de las especulaciones gorilas de cómo detener el retorno del peronismo al poder.
Para Perón, el viaje frustrado significó una reafirmación de su autoridad. Había evidenciado su voluntad de regresar y de continuar ejerciendo su jefatura en forma efectiva.
Vandor, en cambio, no obtuvo los resultados esperados. Su prestigio no aumentó -como más tarde quedaría confirmado-, porque había sido uno de los organizadores del operativo fracasado. Y no fueron pocos los peronistas que lo acusaron de no haberse esforzado demasiado en procura del éxito. No hubo movilización gremial ni se declaró la huelga general, como podía esperarse de las organizaciones que habían evidenciado su capacidad a través del plan de lucha.
Las elecciones parciales de renovación legislativa de 1965 permitieron a Perón un nuevo triunfo al imponerse la Unión Popular y algunos partidos neoperonistas. Estos sumaron 3.260.000 votos, contra 2.600.000 del radicalismo del Pueblo. El radicalismo se mostraba impotente para detener al peronismo y eso lo condenaba. Su fin estaba próximo.
Pese al gesto de autoridad de Perón con el triunfo de las elecciones de marzo de 1965 las ambiciones del vandorismo no se han atemperado. El líder debería exigirse a fondo y enviar a su esposa Isabel a imponer orden derrotando las aspiraciones desviacionistas del vandorismo en las elecciones mendocinas de abril de 1966.
No sería éste el último de los intentos políticos alternativos que surgirían en el movimiento, se sumaría más tarde el de José Alonso, secretario general de la CGT.
Estaba visto que la soledad en el plano estratégico de Perón continuaba y el proceso político consumía peligrosamente las distintas capas dirigenciales sin provocar el proceso de maduración histórica necesario para institucionalizar el movimiento.
Por esa razón Perón enviará en febrero de 1967 un Mensaje a la Juventud, en el que referirá a una cuestión a la que adjudicaba particular importancia: el trasvasamiento generacional. Diría el general:
“El Comando Peronista que siempre ha seguido una conducta acorde con las necesidades de la conducción general se ha visto perturbado por las siguientes causas:
“Es indudable que tales efectos –sigue avanzando el documento-, especialmente imputables a los dirigentes, sólo se podrán corregir mediante una verdadera revolución dentro del peronismo, y esa revolución deberá estar en manos de la juventud del Movimiento. Por eso, el Comando Superior ha venido propugnando desde hace tiempo la necesidad de un trasvasamiento generacional que pueda ofrecernos una mejor unidad y solidaridad, que presuponga para el futuro una unidad de acción de la que carecemos en la actualidad”.
Una nueva instancia se abría en el horizonte directivo del Movimiento Nacional. Recaería sobre las nuevas generaciones la posibilidad de reencausar la lucha. Pero era innegable el peligro que este proceso llevaba, ya que el trasvasamiento anunciado por Perón -siempre obligado a dar una enunciación entusiasta y positiva a sus planes- encubría una triste realidad: poco podrían brindar a las nuevas generaciones estos dirigentes que nunca habían comprendido los conceptos estratégicos del líder y que siempre habían funcionado como un pesado lastre.
La espera del tiempo histórico para que la filosofía de acción del justicialismo se comprendiera en las dirigencias, se extendía demasiado en el tiempo. La soledad del líder se acentuaba y comenzaba a aparecer en el horizonte un límite peligroso: la edad avanzada del propio Perón que ya rondaba los 71 años.