Apuntes para la resistencia / 5. LA ORGANIZACIÓN ESPIRITUAL DEL PUEBLO. La justicia social

La organización de la democracia popular empieza por acordar los nuevos principios que sostendrán la creatividad comunitaria que llevará adelante el compromiso de construir una nueva argentina.

No se trata un debate entre ideologías que plantean distintas soluciones desde su diversidad filosófica, sino de ordenar espiritualmente la potencia ciudadana para que pueda analizar la situación y resolver los problemas para sostener un proceso de desarrollo que nos ayude a dejar atrás nuestra situación colonial.

Convencidos de que residen en nuestro pueblo la potencia moral y ética para la proeza de la reconstrucción de nuestra patria, queremos simplemente ordenar su capacidad creativa y el diálogo necesario. Se trata de organizar a una comunidad moderna con su enorme diversidad y de multiplicar las áreas de decisión a miles de instituciones sociales y políticas. Semejante marea de protagonistas debe tener una unidad conceptual para no caer en el asambleísmo o la disociación.

Sólo una unidad de criterios generales aceptados por el conjunto puede brindar un cauce a la realización común, con una dirección clara y una personalidad en maduración creciente, sin perder por ello la frescura del libre albedrío individual y social.

Juan Perón lo explicaba más o menos así:  si juntamos a un grupo de personas que piensen lo que quieran se separarán rápidamente, pero si juntamos a personas que piensen de una misma manera no se separarán jamás. Pensar de una manera similar es posible cuando se parte de principios generales aceptados por el conjunto y que sirvan de cauce al diálogo. Es tener un lente común para apreciar la realidad y una tabla de valores preacordada para discernir lo bueno y lo malo. Ese era el propósito de la doctrina nacional del justicialismo sintetizada en sus tres banderas históricas de justicia social, independencia económica y soberanía política, publicada en el preámbulo de la constitución de 1949 y que hoy volvemos a ofrecer para intentar ordenar la capacidad auto determinante de nuestra democracia popular.  Estas banderas no eran una elucubración intelectual, sino que sintetizaban los principios que habían motorizado las enormes transformaciones que la revolución había implementado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, el Consejo Nacional de Posguerra y el Primer Plan Quinquenal con más de 75.000 obras públicas. Tal experiencia demostraba cuales eran los ejes sobre los que se podrían trazar una política de descolonización.

El peronismo convocó y hoy sigue convocando a los argentinos que quieran crear y planificar el desarrollo de una nueva nación. Pueden hacer lo que quieran y lo que puedan, sólo se les pide que en el desarrollo de su acción constructiva nunca actúen en contra de nuestras tres banderas fundamentales. Ser justicialista no significa estar afiliado a un partido, ser justicialista es actuar respetando estos principios rectores.

La justicia social

La primera y fundamental bandera de nuestra nueva democracia popular es la de la justicia social. Bandera que ha sido tergiversada y mal interpretada inclusive dentro de los pensadores peronistas aplicándola exclusivamente a un concepto de recuperación de derechos para los trabajadores, resolviendo cuestiones de injusticia social en el orden de la redistribución de la riqueza y evitando la explotación inhumana. Algunos la presentan como una proyección o síntesis de las encíclicas papales y otros la asocian a los viejos pensadores forjistas.

Esta visión acotada de nuestra bandera fundamental genera también la reacción gorila que la considera una acción populista y demagógica. Ante los límites políticos del sistema democrático liberal en crisis que no puede generar la riqueza para sostener una vida digna para el pueblo, esta bandera se transforma en una imposición irresoluble gestando reacciones como la del nuevo Calígula de las pampas, que rebuzna a los cuatro vientos: “…el concepto de Justicia Social es aberrante, es robarle a alguien para darle a otro”. También Rosenkrantz, ministro de la Corte Suprema de Justicia, se brotó y sostuvo que “no puede haber un derecho detrás de cada necesidad”. “Hay una afirmación que yo veo como un síntoma innegable de fe populista y en mi país se escucha con frecuencia, según la cual detrás de cada necesidad debe haber un derecho. Obviamente un mundo donde todas las necesidades son satisfechas es deseado por todos, pero no existe. Si existiera, no tendría ningún sentido la discusión política y moral” (Despreocúpese Rosenkrantz, la frase de Evita se refería a los mínimos derechos de la clase trabajadora a una vida digna, no a lo que usted especula horrorizado a que un trabajador tenga un Mercedes Benz o que pretenda vacacionar en Punta del Este, exclusividades que la gente de su casta con tal de lograrlas es capaz de las más grotescas formas de explotación humana).

Lo grave de estas disquisiciones es que niegan la posibilidad de una vida mínimamente digna a los humildes de la patria. Es parte de la inutilidad de estos dirigentes y este tipo de expresiones demuestran su impotencia para resolverlo y su reacción histérica que no se puede catalogar desde lo político, ya que es una mirada directamente anticristiana.

Perón cumple, Evita dignifica

Cuando estos gorilas baten el parche contra la justicia social se refieren concretamente a la recuperación humana que el peronismo logró al acceder a su primer gobierno. Una tarea que ejecutó Evita con su Fundación sobre los bolsones de pobreza que habían quedado de la década infame y a los cuales el estado no podía llegar a través de la recuperación económica. Este proceso de reparación de los sectores más marginados se realizó no solamente desde el punto de vista económico sino fundamentalmente espiritual y eso es lo que más les molestó. No importaba tanto la contención material que antes realizaba hipócritamente la caridad oligárquica, sino que esa recuperación se realizara como una acción de justicia, y que se reconociera a los descamisados cómo el nuevo eje moral y ético de la revolución naciente. Esta etapa que la revolución caracterizó como de dignificación social, era el primer paso para poner en marcha el verdadero proceso de la justicia social en la argentina. El proceso de autodeterminación política justicialista se basa en el aumento de las solidaridades crecientes y sólo puede ser realizado por un hombre mínimamente dignificado. Eso es lo que realizó el peronismo y el gorilaje no perdona. Ese primer tramo de dignificación humana era el comienzo del proceso que se vería concretado con la organización espiritual de toda la comunidad en una dinámica solidaria. La dignificación humana del peronismo era un acto de cristiandad mínima, una acción solidaria que lo hombres egoístas y sin corazón no pueden entender.

La bandera de la justicia social del peronismo está relacionada fundamentalmente a la construcción de un nuevo poder político ya que tiende a dar una respuesta congruente a las nuevas potencias culturales de los pueblos para gestar una nueva forma de representación ciudadana que devuelva la confianza de los ciudadanos con el estado y de los ciudadanos entre sí. Una argentina plena de justicia social es una argentina con un pueblo con una nueva representación política que permita profundizar la capacidad creativa de la comunidad y gestar la auto determinación popular como eje fundamental de una nueva democracia social.

La elevación de la cultura social

Nuestra bandera de la justicia social se divide en tres aspectos, la elevación de la cultura social del pueblo, la humanización del capital y la dignificación del trabajo.

La elevación de la cultura social del pueblo es un principio basado en un nuevo derecho humano que el peronismo quiere cumplir que es el derecho de los pueblos de construir su destino. El sentido de una nueva representación ciudadana es justamente devolver al sistema democrático la construcción de la confianza del ciudadano al sentirse representado en sus potencias actuales. Es justamente la bandera de la justicia social la que puede resolver los problemas del desarrollo económico ya que un pueblo dignamente representado recupera la confianza y articula poder real en los gobiernos, permitiendo la proyección estratégica de los planes de reconstrucción de la nación con su consecuente fortalecimiento económico. Sólo el aumento de la confianza ciudadana puede recuperar la economía del subdesarrollo actual. Es decir que sólo un pueblo pleno de justicia social puede ser un pueblo económicamente libre. Exactamente todo lo contrario a lo expresado por los libertarios gorilas.

La forma de crecimiento del poder político del peronismo se logra con el aumento de la cultura social de la comunidad permitiendo la participación popular en la construcción de los planes de desarrollo del país, gestando un debate y una toma de compromiso que provoca la maduración de los criterios de análisis y profundiza la percepción de la realidad de todos los sectores involucrados.  El aumento de la cultura social necesita de ámbitos institucionales para desarrollarse ya que dentro de la democracia liberal éstos no existen. El peronismo logró poner en marcha ese proceso de maduración política con el despertar de la conciencia social de los trabajadores. El desarrollo de esta actitud solidaria indujo a la construcción del primer escalón institucional que significó la organización gremial de la comunidad. Estas organizaciones gremiales que antes eran consideradas ilegales fueron reconocidas por el justicialismo y esto permitió su crecimiento explosivo entre los trabajadores e incipiente en otras expresiones sociales como el empresariado nacional.

Sin embargo, las instituciones de la democracia liberal no tienen espacios de decisión ejecutiva comunitaria para que se desarrolle el siguiente escalón que es el desarrollo de la solidaridad nacional. Es decir, hay un proceso de maduración de la acción solidaria comunitaria que se expresa en necesidades organizativas que van gestando las nuevas instituciones. El peronismo despertó la conciencia social de los trabajadores que se agruparon para defenderse de la explotación capitalista. Pero esto no resolvía el problema de la dependencia que se expresaba con la ausencia de una fuerza nacional que sostuviera un proceso de desarrollo independiente. Se necesitaba un ámbito de debate donde participaran todos los gremios del país, trabajadores, empresarios, de la cultura etc. donde se pudieran crear los planes de desarrollo económico y social abandonando la filosofía liberal de la defensa de los intereses individuales y sectoriales. En el lanzamiento del Segundo Plan Quinquenal Perón convocó a las Organizaciones Libres del Pueblo a participar en la elaboración del plan e ir conformando ámbitos de discusión para definirlo y sostenerlo.

Sin embargo, cuando las instituciones gremiales fueron convocadas a los consejos, la mayoría de las dirigencias funcionaron a la defensiva con un criterio sectorial sin perspectiva estratégica. El congreso de la productividad de 1954 pude ser un ejemplo de esas limitaciones.

Los consejos socioeconómicos son una forma de imponer el interés de la nación sobre el conjunto de las fuerzas sociales, económicas y culturales que conforman una nación moderna. La maduración política se dará cuando la perspectiva de análisis de los intereses sectoriales se vea unido en términos estratégicos al destino de la nación. No se trata siempre de crecer en los derechos de cada sector sino a veces de ceder en favor de la Nación. Nadie puede realizarse en una comunidad que no se realiza.

La bandera de la justicia social del justicialismo aspira a la organización política de nuestra comunidad, fortaleciendo las instituciones que garanticen el desarrollo de la solidaridad social hasta alcanzar la solidaridad nacional sobre la cual se puede arribar a la unidad de todos los argentinos, objetivo último de nuestra revolución.

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